Robert Pérez

Imagen: cortesía LVBP

Por Ignacio Serrano (@IgnacioSerrano)

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Era un pelotero jovencísimo, alto y muy delgado. Se llamaba Robert Pérez, pero aún no era La Pared Negra. Aquel apodo no cabía todavía en su espalda. Le faltaban kilos, sí, pero también galones y hazañas.

 

El mayor jonronero de todos los tiempos en nuestra pelota era apenas un muchacho en 1988, cuando por primera vez se uniformó en el clubhouse de la izquierda, en el estadio Antonio Herrera Gutiérrez, hogar de los Cardenales de Lara.

 

Tenía 19 años de edad y un montón de ilusiones. Hoy cuenta que cuando vio en el camerino a Luis Leal y a Luis Aponte, verdaderas leyendas de nuestra pelota por aquellos tiempos, sintió estar en la presencia de Dios.

 

Pérez era un prometedor deportista nacido en la lejana San Félix, que soñaba con jugar beisbol. Era rápido, tenía buenas manos y chocaba bien la pelota.

 

No había forma de imaginar que sería un jonronero. Era flaquito, cuando volaba por el outfield en busca de su primer premio, el Novato del Año, en la temporada 1989-1990.

 

Mucho menos había forma de adivinar que ese adolescente guayanés que llegaba a Barquisimeto se convertiría en uno de los mejores y más completos peloteros que hayan visto acción en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional.

 

La constancia de la que hace alarde Pérez, con razón, terminaría por convertirle en la leyenda que hoy dice adiós al beisbol activo, después de 27 temporadas aquí, seis en las grandes ligas e incontables vítores y aplausos.

 

Se va el mejor jonronero, uno de los pocos sobre 1.000 hits en la LVBP. Se va el toletero con más tubeyes, extrabases, anotadas e impulsadas en el circuito. Se va la figura más importante que ha vestido el uniforme de los Cardenales, lo cual es bastante decir en una organización por la que han pasado Leal, Aponte, Luis Sojo, Giovanni Carrara y Edwin Hurtado.

 

Se va un futuro integrante del Salón de la Fama del Beisbol en Valencia, pero sobre todo se va aquel muchachito delgado, lleno de ilusiones, que salió del estado Bolívar para levantar una familia en Lara y labrarse la inmortalidad a fuerza de batazos.

 

 

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