Primeras concesiones petroleras del siglo XX// Memorias del negocio petrolero

Por José Suárez Núñez

 

La primera exportación petrolera venezolana fue muy pequeña y se originó cuando la Reina Juana de España, el 3 de septiembre de 1536, escribe al Gobernador de entonces para que le mande el “azeite petrolio” de Nueva Cádiz, el cuál era extraído de “una fuente” de Cubagua.

 

Ese “petrolio” que se usaba con fines medicionales, parece que ha sido provechoso. Es sorprendente que no obstante las distancias de un continente a otro y con pocas décadas de haber llegado a América, cómo llegó a la corte española la existencia del petróleo y que se hayan descubierto sus propiedades medicinales, lo cual motivó a la reina a hacer la solicitud.

 

Los primeros conquistadores vieron que los nativos calafateaban sus pequeñas y rudimentarias embarcaciones con asfalto, pero la referencia medicinal es bastante sorprendente.

 

Siglos más tarde seguirían sorprendiendo las diferentes interpretaciones. El sabio médico José María Vargas mencionaría otras aplicaciones. En 1839 cuando le pidieron un informe del petróleo, “esta sustancia mineral o betún de Judea llamado por los antiguos como pez mineral”, apuntó que su olor y forma demostraban su buena calidad. En su reporte, Vargas explicaba la facilidad con que el petróleo se disuelve con nafta de Servia “para formar un bello barniz negro brillante”.

 

A finales de 1890 ya había movimiento de empresarios extranjeros en el país alrededor del asfalto, pero también grandes expectativas de que arrancara la industria petrolera, un negocio que requería grandes inversiones. La New York and Bermúdez Company estaba explotando la mina de asfalto de Guanaco desde 1883, pero en 1904 esta empresa fue objetada por la Procuraduría General de la Nación.

 

El gobierno de Cipriano Castro demandó a la Bermúdez Co. indicando que la empresa estaba fomentando y financiado la rebelión La Libertadora del general Manuel Antonio Matos. Posteriormente a Rafael Max Valladares, apoderado de la General Asphalt Company, se le otorgó en 1911 una concesión petrolera cuya extensión cubrió la mina de Guanaco. Con frecuencia se decía que las calles de New York tenían asfalto venezolano, y era cierto.

 

Estudios hechos por los geólogos Anibal R. Martínez y Efraín E. Barberii revelan que en los traspasos de concesiones está escrita la historia de muchas de las empresas que se establecieron en el país, para el desarrollo de la industria petrolera.

 

Los investigadores han encontrado en los registros mercantiles de la época el impresionante tráfico de negocios con las concesiones. Muchas fortunas actuales surgieron de las concesiones petroleras.

 

En uno de los estudios el geólogo Efraín Barbieri dice que en los comienzos del siglo XX se otorgaron concesiones muy extensas a un gran número de personas, y éstas posteriormente en un corto período las traspasaron a las empresas que estaban llegando al país, y que provenían de capitales británicos, holandeses y, poco después, estadounidenses.

 

Una historia interesante es la llegada al país de Thomas R. Armstrong, quien sería después uno de los grandes jefes de la Creole en Venezuela, representativa de la Exxon.

 

Armstrong llegó a tierra venezolana con buen pie y contó con la amistad y apoyo de Preston McGoodwin, quien era desde el año 1913, ministro plenipotenciario de Estados Unidos en Caracas. Había ejercido el periodismo en su país y era experto en tarifas y códigos de comercio e industria de los países y llegó a ganarse el aprecio del general Juan Vicente Gómez, que era quien otorgaba directamente las concesiones petroleras.

 

La correspondencia acumulada por los historiadores revela ese grado de amistad.

 

McGoodwin abandonó la actividad diplomática y regresó a Estados Unidos y le escribió a Gómez, que le habían ofrecido la presidencia de una compañía petrolera que tenía intenciones de perforar pozos en el lago de Maracaibo. Dice en la carta que llegará a Venezuela en la segunda semana de marzo y le anuncia que envió su equipaje a La Guaira en el vapor Maracaibo a nombre de su criado Johnson. En la carta le solicita al general Gómez su intervención para “dar las órdenes a las personas que les competa, para facilitar la entrada de nuestro equipaje”. En la despedida agrega “ y desde luego, visitaremos a usted, lo que nos dará tantísimo placer”.

 

McGoodwin apadrinó a Armstrong. Se lo presentó al general Gómez, quien lo recibió muchas veces con simpatía porque además era texano y conocía de caballos. En el futuro, Armstrong canalizaría todos sus proyectos a través del general Gómez  “por arriba” y no por la tradicional burocracia.

 

 

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