Tres casas embrujadas (XVIII)

Publicado : 17 diciembre, 2025

Categoria : Cultura, Destacados, Sin categoría

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Este texto forma parte de la serie Crónicas de la (des)memoria urbana de Caracas, una propuesta del periodista Pedro García Otero para reencontrarnos con la ciudad.

Por: Pedro García Otero

Si eres caraqueño de los de verdad, seguro que te intriga la casa del Ávila, la de los González Gorrondona, la que queda en Los Palos Grandes, tanto como te puede intrigar el curiosísimo y alucinante castillo de Colinas de Bello Monte, o la quinta “El Castillito”, de Altamira, casas emblemáticas de esta ciudad de locos.

La casa del Ávila, la “quinta Alto Claro”, tiene su propio túnel para entrar. Cuando yo era muy niño y pasábamos por ahí (yo comenzaba a leer y me llevaban con cierta frecuencia al vecino Centre Catalá) me asustaba que dijera “Propiedad privada – No pase”.

Y como a esa edad, mi serie favorita era el Batman de los 60 (ya pueden sacar la cuenta de mis años), en mi cabeza de niño de 5 o menos, esa casa, de la que a veces se veían pedacitos en la Cota Mil, era la casa de Batman, así como si tuviera su propia baticueva. Luego, un poquito más grande, supe que era de un señor llamado González Gorrondona, de quien todos mis tíos inmigrantes hablaban con respeto, porque era un hombre de mucha plata, pero sobre todo, de mucho conocimiento, al punto de que pese a que le intervinieron un banco, cuando murió, mucho después, lo hizo en medio del recuerdo colectivo a su labor de construcción de patria. 

Cada vez que paso por la Cota Mil y veo la silueta de la Quinta Alto Claro, me pregunto si todavía alguien vivirá en ella, cómo estarán sus salones y sus obras de arte, y como a González Gorrondona, cuando se hizo la Cota Mil (ya la prohibición de no construir más arriba de ese límite estaba vigente cuando el banquero hizo su casa, por cierto, más la avenida Boyacá no se había construido todavía) lo nombraron “guardaparques honorario” del parque nacional El Ávila para que pudiera vivir allí. 

Debe ser un indescriptible privilegio despertar cada mañana en medio de ese aire que se respira en el Ávila, entre el canto de los pajaritos y el rumor que viene de abajo de la ciudad que arranca actividades un día más.

Menos hermosa (es difícil algo más hermoso que la casa del Ávila) pero sin duda entrañable para todos los caraqueños, es la quinta El Castillito, que, por lo que sea, diversas razones, pero sin duda alguna debe tener que ver con la inestabilidad de su propiedad, se alza casi justo enfrente de la quinta Alto Claro, esta sí, dentro de los límites de la ciudad, colindante con la Cota Mil, en Altamira Norte. 

Desde que tengo uso de razón ha pertenecido, al menos declaradamente (por las vallas en su frente) a cooperativas, pero en ciertos momentos abrió al público, y fue incluso lugar nocturno antes de que los vecinos se quejaran y exigieran su cierre, a lo que también contribuyó que, aparentemente sin los permisos requeridos, se intentó construirle una entrada directamente desde la Cota Mil. 

La vista desde esa terraza circular es una de las más hermosas de esta ciudad, sin duda alguna, porque no hay obstáculos a ella, y la visión es de 270 grados. Es sin duda un sitio que el turismo (también hay turismo interno) debería conocer, pero lo cierto es que parece rodearla un aura, un sino, de adversidad.

Hay otras muchas casas impactantes en Caracas, especialmente en el sureste, de grandes arquitectos, como la Villa Planchart; pero me voy a quedar con una de las más insólitas, el Castillo de Bello Monte (Bello Monte es una zona por la que todo caraqueño que se precie de serlo siente debilidad).

El castillo Monte Líbano fue construido en pleno fervor de la bonanza petrolera, por allá por 1973, por un inmigrante libanés, y es pionero en el reciclaje de materiales (en este caso, de rocas). Sin pedigree arquitectónico, tiene numerosas referencias esotéricas, y nunca será terminado, en representación de la evolución humana. Nuestra Sagrada Familia Caracas Style, como la de Gaudi (pero menos alta), está allí, mirando hermosos atardeceres desde el sur del valle de los toromaimas. Tiene su propia cuenta de Instagram, a la que siguen nada menos que 30 mil personas y el medio siglo transcurrido ya le da un aire de vejez que resulta interesantísimo. 

¿Qué hacer con estas casas ilustres? La primera decisión relevante es conservarlas. Luego, si se toman otras decisiones, deberían ser del más amplio consenso ciudadano y de expertos posible.

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