El discreto encanto de la avenida Casanova (XVII)

Este texto forma parte de la serie Crónicas de la (des)memoria urbana de Caracas, una propuesta del periodista Pedro García Otero para reencontrarnos con la ciudad.

Por: Pedro García Otero

Si los nombres marcan, no hay duda de que el de la avenida Casanova la marcó. Cuando se hace un ranking rápido de las avenidas caraqueñas, poco se tiende a recordar a esta, que corre paralela al bulevar de Sabana Grande y a la avenida Solano López, que parece tener el estigma de “pariente pobre” de sus acaudaladas hermanas.

El bulevar, siempre el bulevar; la Solano, casa eterna de la mejor comida italiana y española de la capital, hasta que la crisis acabó con ella, pero aún un corredor que está muy arriba en la recordación de los caraqueños.

No hay una versión oficial de por qué la avenida se llama Casanova, pero la versión más generalmente aceptada es que se corresponden con el dueño original de los terrenos que la componen, Vicente Casanova, y que constituían la Hacienda San Diego, en la cual, por cierto, también estaban incluidos los terrenos que hoy son la Ciudad Universitaria de Caracas, patrimonio de la Humanidad.

Así de jóvenes somos como ciudad: hace menos de cien años, en una de las partes más vibrantes de la Caracas de hoy se sembraba café y cacao. A un caraqueño de aquellos tiempos (y a uno de hoy también, si hace idea ponderada de lo que pasó en esta ciudad entre los ‘30 y los ‘80 del siglo pasado) le debe haber parecido increíble el ritmo de los cambios.

En todo caso, muchos pensaban (yo de hecho lo hacía) que la avenida Casanova debía su nombre a Giacomo Casanova, el famoso aventurero y escritor del siglo XVIII, en cuya memoria, hasta hace unos años, no sé si el término sigue usándose, “un casanova” era, por definición, un galán, el hombre seductor serial de mujeres, muy cercano a nuestra abnegada cultura caribeña por la canción homónima de Willie Colón.

Es una avenida, como su nombre parecía indicar (pero no), de reputación un poco dudosa de punta a punta, desde su comienzo en plena plaza Venezuela, hasta su final, ya en El Rosal, donde transmuta, cosas curiosas de esta ciudad que tiene más próceres que calles, en la avenida Tamanaco, en la cual, por cierto, mejora bastante el entorno, pero no su oscura evocación de amores prohibidos de todos los colores del arcoiris.

Amores peligrosos, como los de la famosa “Calle de la Puñalada”, entre el bulevar de Sabana Grande y la avenida Casanova, que en nuestra ciudad fue uno de los primeros sitios LGBT friendly: debe su atemorizante nombre a lo estrecha que es, no a los hechos reales, y, en realidad, siempre fue un sitio bastante tranquilo en comparación con otros sectores por allí mismo.

Yo, en realidad, me quedo con lo que está más adelante, más hacia el centro su recorrido, y es su aire italiano, con los cafecitos, las panaderías, los sitios de pasta fresca y su arquitectura neoclásica, con pocos cambios, que data de los 50 y de los 60.

Ahí hay un pedacito de la Caracas entrañable que debimos haber sido y que se llevaron los automóviles por delante. Porque la avenida Casanova es también, y por encima de todas las cosas, un importante corredor centro-este, principalmente desde que el bulevar de Sabana Grande se peatonalizó, hace casi 50 años.

Los que viven allí, sin embargo (sobre todo en esa zona central a la que hago referencia) disfrutan de una parte de la ciudad con belleza y calidad de vida. Ojalá un buen proyecto de reactivación urbana llegue a la zona y además respete su encanto, esquivo y un poco (solo un poco) oscuro y clandestino.

Los comentarios estan Cerrados.