José Gregorio Nieto: “Todo es posible, todo”

La entrevista a José Gregorio Nieto, “Todo es posible, todo”, escrita por Maruja Dagnino, forma parte del libro Nuevo País de la Música  de la colección Los rostros del futuro de la Biblioteca Digital Banesco. El título está disponible para su descarga gratuita en Banesco.com
Texto: Maruja Dagnino
Fotografía: Gabriela Pulido

Formado en el Sistema de Orquestas, es actualmente el primer cello de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Barquisimetano de origen, uno de sus grandes logros ha sido cursar estudios en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, donde recibió clases de Natalia Gutman.

En vano intentaba reconocer alguna calle, o al menos la estación del autobús que tomaba todos los días para ir a la escuela Tchaicovsky. «No importa, no importa, no importa, no importa», era la letanía que se repetía a sí mismo con los ojos apretados, mientras la nieve le golpeaba la cara. Inclinando la cabeza hacia delante, con el violoncello a cuestas, se abría paso por entre las calles oscuras de un barrio perdido en las afueras de Moscú. Los pies se hundían entre las capas gélidas que se formaban en el suelo, y un Audi azul estacionado siempre en el mismo lugar le revelaba que daba vueltas en círculo. 

«Nada me hará regresar a Venezuela ahora», se decía en esa tormentosa noche de 2009, cuando por fin había conseguido entrar a la clase de Natalia Grigórievna Gutman, una de las más sublimes intérpretes del violoncello, formada bajo la estricta escuela rusa. «No me importaba cuánto me doliera la nieve en la cara ni los grados bajo cero. Parecía un loco con mis botas, caminando como un esquimal sobre la nieve. Pero me bastaba saber que ya estaba estudiando con Natalia Gutman.» 

Este es tal vez uno de los episodios que mejor definen la personalidad del larense José Gregorio Nieto, quien desde muy temprana edad ingresó en el kínder musical del Conservatorio Vicente Emilio Sojo. Cuando decía que algún día iba a recibir clases de la Gutman, sus compañeros le decían que estaba loco, que eso era imposible, pero su madre le había enseñado que todo, absolutamente todo, es posible.

Luego de caminar durante veinte minutos y tropezarse indefectiblemente con aquel punto azul de la derrota, que él se empeñaba en revertir, un autobús apareció como un fantasma en la calle solitaria del suburbio. José Gregorio saltó de inmediato al centro de la calle y, protegiéndose con una mano de los faros enceguecedores, con la otra le hacía señas al conductor para que se detuviera. Le rogó al chofer que lo sacara hasta la avenida, y una vez sentado en el asiento trasero de un taxi sintió que a partir de ese momento todo se enderezaría. Y era cierto: consiguió activar sus divisas de estudiante, encontró un lugar donde vivir, y aun cuando tuvo que cursar una serie de cátedras que no le animaban del todo, cada clase con la Gutman le hacía reconocer lo bien que lo trataba la vida. 

Por esos días, la Embajada de Venezuela, que le brindó hospedaje mientras se instalaba, había estado presionándolo para que encontrara un lugar donde vivir. En su bolsillo, un papelito arrugado con el nombre de Rostislav Ordovsky, un venezolano de origen ruso que se había abierto paso en ese país hasta convertirse en próspero empresario, fue la clave de su nueva residencia. Aquel hombre le abrió las puertas de su casa, donde vivió los tres años que duró su formación, y a cambio solo le pidió que no dejara de estudiar. 

El cello: primer abrazo

Nacido en Barquisimeto, en 1984, José Gregorio ha recorrido un camino difícil para convertirse en el primer violoncello de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, la más importante de Venezuela y una de las más reconocidas de América Latina.

En 2013, con 27 años de edad, obtuvo un premio por la «mejor interpretación de obra impuesta» en la décima novena edición del Rio Cello International Competition, celebrada en homenaje al compositor brasileño Heitor Villa-Lobos. Y, como parte del premio, entró a participar en el International Festival European Concerts de San Petersburgo.

Formado en el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela –concebido por el maestro José Antonio Abreu en 1975–, José Gregorio es uno de los más fieles agradecidos de esta megaestructura, pues le ha permitido forjarse una carrera que, a su corta edad, lo ha llevado a tocar como solista en Ecuador, Brasil, Italia, Grecia, Bielorrusia y Rusia, incluyendo la Sala Filarmónica Tchaikovsky de Moscú.

Entró al kínder musical como casi todos los niños de hoy. Sus padres buscaban un modo de encontrarle alguna actividad complementaria que lo ayudara a canalizar esas energías desbordadas, propias de los niños. Su tía había conocido a un niño que iba a clases de música, y veía que «tenía una actitud diferente», que quizás eso «le daba disciplina». «Lo que mi tía tal vez no sabía –puntualiza José Gregorio– era que se estaba abriendo para mí un mundo, es decir mi mundo.»

«De pronto entro allí, y más adelante aparece la posibilidad de escoger un instrumento. Yo elegí el contrabajo. Pero en esa época el Sistema no tenía tantos recursos. Por eso no había contrabajos pícolos. Yo tocaba un contrabajo que era más grande que yo; el cuerpo no me alcanzaba. Un alumno sostenía el instrumento, yo me montaba en una silla, y luego tocaba. Era incomodísimo.»

«Había elegido el contrabajo en la sesión en que nos reunieron a todos para mostrarnos los instrumentos, pero casualmente ese día el cellista no fue. Ocho meses después vi que el hijo de mi profesor tenía lo que yo creía que era un contrabajo pícolo. Y cuando tocó aquel violoncello, me enamoré de él.»

«Comencé mi relación con el cello a los nueve años, y a los diez estaba presentando la audición para la Orquesta Nacional Infantil, que tenía dos meses de fundada. Después, todo pasó muy rápido. No tenía ni dos años tocando violoncello y ya estaba dando un concierto con la Infantil en el Kennedy Center. Luego empezaron las giras, y cuando me di cuenta ya tenía dieciséis.»

Si no hubiese sido músico, José Gregorio habría sido abogado. Y no lo es porque José Antonio Abreu se interpuso entre él y el Derecho. Estaba inscrito en la Universidad Fermín Toro de Barquisimeto, pero cuando Abreu lo escuchó tocar, envió al director ejecutivo del Sistema y al profesor de violoncello para que hablaran con su familia: le explicarían que él ya tenía una carrera. «Aunque esa decisión ya yo la había tomado, eso me permitió venirme a Caracas con el apoyo de mi familia.»

Una cuestión de templanza

«Una vez me sentía atrapado en mi cascarón cellístico. No lograba superar una etapa, y estaba a punto de tirar la toalla. Estábamos en Friuli, Italia, en un ensayo, y para ese entonces, con apoyo del maestro Abreu, Gustavo Dudamel acababa de asumir la dirección de la orquesta. Abreu me sacó del ensayo y pidió hablar conmigo. Le dije que no sabía si quería continuar con el cello, que me sentía atrapado… Y yo tenía la barajita del Derecho.»

«Abreu me enseñó que en la vida siempre hay dos caminos. Uno lleno de jardines, con un sol muy hermoso, cálido, agradable al caminar, que puedes tomar y de seguro te va a parecer muy placentero, pero que recorrido en su totalidad te puede llevar al final a la infelicidad, al arrepentimiento. Y otro que, sin duda, no es tan bonito, que recorres descalzo, que está lleno de piedras, de espinas, que a veces es frío, pero que al completar te lleva a la gloria, porque encuentras aquello que estabas buscando, probablemente a ti mismo. El maestro me dijo que la vida musical tiene cuestionamientos y pruebas, pero sin ellos nadie crece o se supera.»

«Ese momento me dejó una enseñanza: idea que se me ocurre, idea que yo de inmediato desarrollo o trabajo. Cuando el maestro Abreu decía: “Esta orquesta va a tocar junto a la Filarmónica de Berlín”; o decía: “Van a venir los alemanes”, la gente se reía detrás del atril, incluso algunos que fueron fundadores del Sistema. Y resulta que ahora los ves caminar por ahí. Te encuentras a Claudio Abbado o a cualquier otro de los grandes; tocas con la Filarmónica de Berlín en el Carnegie Hall; grabas en un sello como Deutsche Grammophon. Todo es posible, todo.»

«Sin embargo, cuando me fui a París en 2005, yo no estaba preparado. No era el momento propicio para irme. Como toda percepción es individual, el hecho de que París fuese el lugar más bello del mundo, o de que la concentración cultural haya sido inabarcable, no bastaron para convencerme. Definitivamente, mi vida estaba marcada por otros elementos. Pero seis años después, cuando me voy a Rusia, estaba en un momento mucho más claro de mi vida.»

Todo lo que puedas imaginar

Una santísima trinidad marcó la vida de José Gregorio. Tres mujeres que mecieron su cuna. Tres mujeres que lograron hacerse una vida sin hombres y que han sido su hilo de Ariadna. De su abuela aprendió la fe católica. «Ella sacó adelante, sola, a sus dos hijas. Es un amor único el que tengo por ella. Luego está mi tía, que era maestra. Ella me enseñó siempre, con su ejemplo, lo que era la autoexigencia, la disciplina.»

La tercera, su madre, profesora de Castellano y Literatura, era una mujer fuera de serie. «Es la más genial de la casa porque tiene un toque de locura. Me decía siempre una frase famosa de Walt Disney, que siempre me marcó: “Si eres capaz de imaginar algo, también eres capaz de convertirlo en realidad”. Eso quiere decir que si a ti se te ocurre una idea, ya existe en tu cabeza. Entonces tienes que trabajar para que exista afuera y los demás también la vean. Si Dudamel hubiese dicho que se iba a convertir en el director más joven del mundo, los demás se habrían muerto de la risa. Si Henry Ford hubiese dicho que no, a lo mejor no tendríamos el carro, o lo hubiese hecho otro. Las cosas son imposibles hasta que se demuestre lo contrario.»

«Fíjate que yo era pésimo bailando. Recuerdo una fiesta en la que una muchacha bellísima, de esas con quien cualquiera desearía estar, me preguntó si quería bailar con ella. Por orgullo le dije: “No. Gracias. Más tarde”. Pero a partir de allí me propuse aprender a bailar. Y en tres meses aprendí. Lástima que no vi más nunca a la muchacha.»

Su madre le obsequió también, desde muy niño, independencia. «Me llevaba siempre al Conservatorio, hasta que un buen día me dijo: “Yo te he enseñado bien, y confío en ti. Así que hoy te vas solo”. Y me echó a la calle con una palmadita en la espalda… Después me enteré, y yo no lo sabía, de que se había ido detrás de mí. Estuvo allí todo el tiempo, pendiente de cómo me comportaba: si me montaba en el autobús correcto, si atravesaba la calle con cuidado… Y yo no tuve miedo. Más bien fue una aventura emocionante, porque el hecho de que ella confiara en mí me daba autoconfianza. No sé si yo cuando tenga hijos voy a tener ese mismo desprendimiento, pero pienso que eso me ha permitido hacer muchas cosas. Hoy en día siento que cualquier lugar en donde esté se asemeja a aquel recorrido en autobús por las calles de mi ciudad.»

«Mi infancia transcurría de la casa al colegio, y del colegio al conservatorio. Empecé conjuntamente el kínder normal y el kínder musical, en el Conservatorio Jacinto Lara, que luego se llamaría Vicente Emilio Sojo. Pero crecer con tres mujeres, de cara a la autosuficiencia que se debe tener para los asuntos cotidianos, no fue lo mejor. Sencillamente, no me dejaban hacer nada, y menos en la cocina. Cuando me vine a Caracas, mis amigos se burlaban de mí porque yo no sabía ni cómo agarrar una escoba. De verdad, fui muy consentido. Nunca tuve la cultura de hacer la cama. Yo me paraba para ir al colegio y, cuando regresaba de bañarme, ya la cama estaba arreglada. Ahora, en cambio, disfruto cocinar.»

De la música venezolana, Aldemaro

Sus gustos musicales, en general, son bastante clásicos, por no decir ortodoxos, pero cuando se trata de música venezolana, Aldemaro Romero está entre sus favoritos. Los músicos románticos son los que mejor le van, pues dice apreciar la libertad emocional que marcó ese período. Los contemporáneos, en cambio, luego del dodecafónico, difícilmente entrarán en su repertorio.

«Me interesa la música de algunos compositores rusos y alemanes, pero de todos los períodos, para englobarlo de alguna manera, me quedo con el romántico. Hay allí una libertad emocional que desnuda a los compositores. En cambio, el período clásico es, hasta cierto punto, muy conservador. Cuando los maestros clásicos querían expresar alguna emoción, la sociedad del momento no lo veía bien. Pero basta dejar atrás a los clásicos, para que aparezcan Tchaikovsky en Rusia, Saint-Säens en Francia o Brahms en Alemania. Con ellos sobreviene una expresión genuina e intensa del sentimiento, como se refleja en el tercer movimiento de la Sonata para piano y cello de Rachmáninov.»

«La música contemporánea que me gusta es, precisamente, la que está más cerca del período romántico. Por ejemplo, hoy en día la Sonata de Prokófiev no suena a eso que hoy conocemos como música contemporánea, en parte porque ya está más digerida por el público. De manera que cuando pienso en música contemporánea, estoy pensando más en György Sándor, György Ligeti o Krzysztof Penderecki, compositores todos que entienden la esencia de la música como placer auditivo. Cuando la música deviene en trabajo intelectual, cuando no está hecha para el deleite de todos, pierde sentido para mí.»

«Hay cosas que asimilamos de modo inconsciente, como Las cuatro estaciones de Vivadi. Uslar Pietri la ponía como cortina de su programa y, al escucharla, ya uno se sentía inteligente, ya uno formaba parte de esa élite que iba a entender todo lo que Uslar decía. Igual con el Adaggietto de la Quinta Sinfonía de Mahler. Independientemente de que no sepamos quién es Mahler, quién era Alma o cuál fue el período en que la compuso, la pieza va a transmitir su fuerza por sí sola. Igual con Prokófiev: no tenemos que conocer su historia personal, su período de vida, su entorno sociocultural, pero todos nos ponemos tensos cuando lo escuchamos. Eso es así por su manera particular de construir música.»

«Hay música contemporánea que me gusta. John Corigliano, por ejemplo, que compone con estilos que no son los que están en boga. También Ignacy Jan Paderewski. También Olivier Messiaen y su Cuarteto para el fin de los tiempos. Hablo de autores y obras que me conmueven. Pero ya cuando se usan patrones que no están pensados musicalmente, sino matemáticamente, entonces siento que se pierde la esencia de ese placer auditivo.»

«De los músicos contemporáneos venezolanos, Paul Desenne tiene cosas interesantísimas. Los títulos de sus obras tienen un humor muy venezolano, sin dejar de ser, al mismo tiempo, muy intelectuales. ¿Y qué decir de la Cantata criolla de Antonio Estévez? No es música contemporánea propiamente, pero es una obra maestra, aquí y en cualquier país que tenga cultura musical. Tiene elementos que podemos ver en Stravinsky.»

«De Ravel me interesan sus conciertos para piano. La Pieza en forma de habanera, que se hace con tantos instrumentos, incluido el cello, es magnífica. El Bolero, que uno escucha desde niño, es una pieza pedagógica: “Te presento el oboe, te presento el clarinete”. Allí haces un recorrido que va desde un simple redoblante hasta la máxima expresión orquestal.»

«En general, me interesa toda la música. En jazz, Ella Fitzgerald. También soy un fanático de la bossanova, sobre todo de Jobim. El tango me atrapa mucho, y de hecho toco el Gran tango de Astor Piazzola, que dedica a Rostropovich. Ahora bien, géneros como la salsa o el merengue me gustan para bailar. Yo no pondría un disco de salsa para escuchar.»

«Me gusta ir a conciertos de música venezolana donde pueda disfrutar de la improvisación, tal vez porque yo no soy bueno improvisando. Esa cualidad no se desarrolla fácilmente cuando uno tiene una formación tan académica, tan clásica.»

«De Aldemaro Romero acabo de descubrir su Suite para cello y piano, que tiene algunos movimientos como de golpe con fandango. La estoy comenzando a estudiar porque está escrita en el formato del ensamble clásico tradicional, pero a la vez está muy bien elaborada, incluso comparándola con sonatas de Villalobos. Es de los compositores que más me gustan. Piezas como De repente y De Conde a Principal están entre mis preferidas. También me gusta Viajera del río de Luis Laguna. O la versión que hace Antonio Carrillo de Como llora una estrella, canción larense que yo escuchaba mucho en las procesiones de la Divina Pastora. Por pura diversión quisiera montar una versión de El catire, pero preferiblemente en dúo con el guitarrista Pedro Andrés Pérez. Me gusta zambullirme de vez en cuando en la música nuestra, de la que he estado tan aislado a fuerza de pentagramas. Y El catire es una excelente opción, porque la Onda Nueva es el género de música venezolana que más me atrae.» 

Café con violoncello

«Mi día no empieza hasta que me tomo el primer café. Ese es mi ritual: hacer café desde temprano. Necesito olerlo, porque es lo único que me despierta. Comienzo a estudiar a las ocho, aunque también hay días de placer, en los que toco lo que yo quiera, sin ninguna presión. Cuando no tengo conciertos ni exámenes, me relajo… Empiezo a acariciar el violoncello con el arco, estudio la Primera Suite de Bach –en transcripción de Anna Magdalena–, que es como leer un libro. Eso puede ocurrir en el silencio mañanero de un domingo. A golpe de nueve preparo el desayuno. Y luego paseo a mi perro Jerry, un puddle que es el alma de la casa.»

«Siguiendo la pausa dominguera, después podría salir hacia la Universidad Simón Bolívar y ver un acto de Laureano Márquez, con ese humor tan reflexivo. Luego bajar a la Hacienda La Trinidad y pasear un largo rato, tomarme el segundo cafecito del día, y luego almorzar a las cuatro de la tarde, justo antes de ir a misa, preferiblemente en la iglesia Claret, que está tan cerca de casa. Las misas domingueras mucho tienen que ver con mi crianza.»

«La verdad es que yo no logro discernir entre trabajo y disfrute. Estudio sin presión, administro mi tiempo, toco todos los días. Soy como Picasso, que hasta el día en que murió estaba pintando.» 

Sin arrepentimientos

En la sala de ensayos de la escuela Mozarteum, donde es profesor, sentado en una butaca, José Gregorio se fuga por la ventana detrás de la cual hay un inmenso jabillo. «Hace poco me arrepentía de algunas cosas, pero luego me di cuenta de que el arrepentimiento no es algo malo. El arrepentimiento es la garantía de que algo no se va a repetir. Porque uno no quiere volver a hacerse eso a sí mismo, volver a sentir se mal. Cada uno de los momentos que yo he vivido me ha llevado a otra etapa, a otro nivel de comprensión.»

«Hay etapas de mi vida que, vistas en retrospectiva, me dan vergüenza. Pero no por ello me puedo arrepentir. Porque si yo no estuviera viendo eso desde donde estoy ahora, no habría crecido, no habría evolucionado ni humana, ni espiritual, ni profesionalmente. Una cosa va atada a la otra. Hay circunstancias que te fracturan y hay circunstancias que te abren paso.»

«En los próximos años, me veo viajando mucho. Es parte de mi realización. En algún momento, me ofrecieron entrar a la Sinfónica de Lara, que es una de las mejores orquestas del país, pero para mí no era suficiente. Sentía que, si lo hacía, iba a traicionar mi deseo de ingresar en la Simón Bolívar. Y finalmente lo hice, gracias a Dios y a mi esfuerzo. A los diecisiete años ya estaba sentado en la primera fila de los cellos. Pero luego tampoco fue suficiente, porque yo quería tocar de solista, acompañado por mi orquesta. Pues al año siguiente esto se hizo realidad y yo estaba ofreciendo mi primer concierto de solista con la Bolívar en la Sala de Conciertos José Félix Ribas, acompañado por el maestro Pablo Castellanos.»

«Después ya no era solo eso, sino que yo quería tocar conciertos por toda Venezuela. Así que me esforcé muchísimo. Toqué en las mejores orquestas del interior. Hasta que un día me llamaron otra vez de la Bolívar para reemplazar a un solista que había cancelado… La verdad es que yo me siento como un conquistador. Me veo como una suerte de Quijote. Y los Sancho Panza son aquellos que no tuvieron una madre que les abriera el camino, que les dijera que todo es posible. Recuerdo cuando decía que iba a ser alumno de Natalia Gutman y me contestaban: “No, vale. Eso es imposible”.»

«Los próximos pasos tienen que ver con tocar en las más distinguidas orquestas internacionales. Me tocará ver el mundo más pequeño, más cercano, como cuando tomaba un avión a Mérida, o volaba media hora para tocar en Barquisimeto, o invertía cuarenta minutos para llegar a Margarita… Y ya he tenido el privilegio de tocar con orquestas de otros países: Ecuador, Bielorrusia, Moscú.»

«Me veo haciendo tres grabaciones por año, o cambiando de ciudad cada tres meses, porque no me gusta estar todo el tiempo en un mismo sitio. Venezuela es el único lugar en el que siempre me voy a sentir como en casa. Aquí es donde me relajo, encuentro la paz, me llega la inspiración. Aquí es donde siento la mayor felicidad, aunque dure segundos, porque para mí la felicidad plena es ver felices a los seres que amo.» 

Los comentarios estan Cerrados.