En 1951 se celebraron en la ciudad capital los III Juegos Bolivarianos. Una de las primeras obras que se encargó para dichos juegos fue una escultura que sirviera de pebetero. Fue entonces cuando el artista Alejandro Colina erigió un monumento con la combinación de materiales como cemento, granito, arena y óxido compactado con agua. Representa a la diosa María Lionza montando un tapir o danta.
Por Javier González
A comienzos de 1948, se escogió a Venezuela, por unanimidad, sede de los III Juegos Deportivos Bolivarianos. Representantes del Comité Olímpico Venezolano (COV), aseguraron que Caracas contará con estupendas instalaciones deportivas para 1951, año en el que se efectuarían los Juegos.
Efectivamente, entre el miércoles 5 al viernes 21 de diciembre de ese año 1951 se celebraron en la ciudad capital los III Juegos Bolivarianos, con la participación de delegaciones de Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela.
Fue la primera competencia multidisciplinaria celebrada en el país con el aval del Comité Olímpico Internacional (COI). Para el evento se inauguraron modernas instalaciones deportivas, entre ellas, los estadios Olímpico y Universitario, y la piscina olímpica de la UCV.
También se puso en funcionamiento el velódromo “Teo Capriles” y el Gimnasio cubierto de la Escuela Militar, entre otros no menos importantes escenarios deportivos.
Una de las primeras obras que se encargó para dichos juegos fue una escultura que sirviera de pebetero. Fue entonces cuando el artista Alejandro Colina erigió un monumento con la combinación de materiales como cemento, granito, arena y óxido compactado con agua. Representa a la diosa María Lionza montando un tapir o danta.
Las piezas fueron vaciadas en moldes que luego unió y reforzó con armazón de acero. Se convirtió en la obra más conocida del maestro Colina. La escultura fue ubicada al lado del puente entre los estadios de la Ciudad Universitaria y desde entonces se le conoce como María Lionza.
Lamentablemente, el sistema de suministro de gas, a través de una pequeña tubería de cobre instalada dentro de la escultura, no funcionó, por lo que hubo de improvisar un pebetero en la parte superior de las gradas centrales.
No obstante, la escultura de María Lionza se convirtió en un icono de la ciudad y en un referente al culto del espiritismo.