Un corazón repartido en muchas cosas

La entrevista “Un corazón repartido en muchas cosas” a Pablo Neruda, escrita por Miyó Vestrini, forma parte de la antología 70 años de conversaciones con escritores de paso de la Colección Periodismo de la Biblioteca Digital Banesco. El título está disponible para su descarga gratuita en Banesco.com
Por Miyó Vestrini

Para la historia: al año siguiente de recibir a Carlos Fuentes, Miyó Vestrini acude ahora al encuentro de Pablo Neruda, quien habla de Salvador Allende como la gran esperanza del socialismo pacífico. Faltan apenas tres años para que tanto Allende como el poeta se vayan de este mundo, junto con las esperanzas que encarnaban. Pero entre tanto, Neruda es todo lo Neruda que puede ser

Bajo los ojos vigilantes de Matilde –“indágame si quieres con tus ojos nocturnos, pero en tu nombre, déjame navegar y dormir”–, ojos que evocan hoy a los de Elsa Triolet, por lo que tienen de atentos, discretos e inteligentes, el poeta Pablo Neruda desembarcó ayer en La Guaira, con la firme intención de no participar en el III Congreso Latinoamericano de Escritores. 

Tal como lo comentó el escritor, con ácido humor, “habría que celebrar un congreso para que se acabaran los congresos”. A su juicio, el tiempo y dinero invertidos en eventos de este tipo bien podrían gastarse en publicaciones y actos que repercutieran eficazmente sobre la labor cotidiana del creador. 

Este poeta cuya presencia sorprende –alto, fuerte, quizás demasiado a la defensiva– fue hace pocos meses candidato presidencial en su país, Chile. Aquel que interrogara a su pueblo –“pueblo mío, ¿qué dices? Marinero, peón, alcalde, obrero del salitre, ¿me escuchas”– aceptó participar en el torneo democrático, para retirarse después cuando juzgó conveniente hacerlo. 

Al preguntarle si había tornado en serio esta candidatura, evocó en primer término las miles de personas que acudían a sus mítines, información anecdótica, pero no desprovista sin duda de plena lógica. Luego, explicó sin equívocos, sin remordimientos de ninguna clase, que tras la simple aceptación de una candidatura existía un factor poderoso: el deseo de agrupar a las fuerzas de la izquierda chilena, a fin de conquistar el poder en las próximas elecciones.

“Claro –dijo–, me costó mucho aceptar mi postulación a la presidencia de la República y me costó mucho menos renunciar a ella”… 

A Pablo Neruda, y no vaciló en expresarlo así, si algo lo preocupa es la unificación de fuerzas a la hora de una contienda electoral como la que se avecina en Chile. El hecho de que actualmente en América Latina “las izquierdas se están destrozando entre sí”, dijo, no lo deja indiferente y su aceptación a ser candidato tuvo el móvil muy preciso de la agrupación de diversos sectores de izquierda. Dicha candidatura estuvo en todo momento condicionada al hecho de la aparición de otro candidato que pudiera lograr la unificación, en este caso Salvador Allende. 

¿Cree usted que si Allende gana las elecciones logrará un cambio total en las estructuras de su país?

El triunfo de Allende significaría un paso hacia la apertura del socialismo. Su triunfo no será solamente de él, ni de un partido: existe ya un comité que seguirá funcionando después de su elección, si ella se produce. Están previstas muchas cosas, entre ellas la nacionalización de las minas chilenas, la intensificación de la Reforma Agraria, la ampliación de la Reforma Universitaria y Educacional. Pablo Neruda, entre una declaración y otra (cómo olvidar aquellos versos, “¿a quién compré en esta noche la soledad que poseo?”), evoca viajes recientes a través de Italia, Inglaterra, Francia, España, y divaga un poco en torno a los hechos y palabras de la memoria, como por ejemplo un licor misterioso cuyo nombre es “chinchón” y que es, según frase de Neruda, “como una llama fría”. El poeta pudo asistir en Italia al montaje que de su obra Joaquín Murieta hiciera el Piccolo Teatro de Milán. Montaje que a su juicio es excepcional, aunque la obra ha sido adaptada con gran libertad por el director. 

Hoy por hoy, ¿qué es lo que usted ama? 

¡Mi corazón está repartido en tantas cosas! Amo el amor, mi país (amor mezclado de adoración y compasión), las ciencias naturales, la geología, la flora, los animales y, sobre todo, el mar. Nunca me canso del mar, especialmente en invierno, cuando hace tanto frío… Y en última instancia, Pablo Neruda ama su último libro titulado Las piedras del cielo. Con la estadía en Caracas, el trabajo realizado en el barco quedó interrumpido, pero es obvio el interés del escritor hacia este libro, cuya simple evocación parece conmoverlo hondamente. ¿Se siente triste Pablo Neruda frente a la América Latina actual? Lo que él define como “época de crueldad y torturas en Brasil” lo entristece profundamente. Y con una visión ya más política, más tajante, el poeta (“en ti se acumularon las guerras y los vuelos”) comenta con humor negro cómo la libertad es, hoy, enjuagatorio diario de quienes ejercen acciones imperialistas contra el continente. 

Frente a esa situación de dominio, existen según Neruda “dos caras”: la de los oportunistas, quienes claman que no podemos seguir dependiendo de tal dominación económica, y la de los patriotas que trabajan para prescindir de esa presión. Al comentar la palabra “imperialismo”, tan discutida y muchas veces ridiculizada como cliché, Pablo Neruda comentó que, en verdad, “no disponemos de otra palabra tan directa como esa”. Al aludir a su país, recordó que en Chile existen las minas más ricas del mundo y que el nivel técnico de los trabajadores chilenos es de una gran eficiencia, hasta el punto que surte de técnicos a otros países. Pero, dijo con cierto secreto desaliento, “estamos hipotecados”. 

¿Qué propondría usted para liberarse de tal hipoteca?

No puedo dar recetas de carácter general porque no soy un especialista en política. Conozco lo que se ha hecho y lo que se está haciendo en mi país para lograr ese objetivo, pero no podría extenderme a otras situaciones. 

Recordó a Luis Emilio Recabaren, quien formó en Chile las primeras escuelas sindicalistas. Y señaló, por otra parte, que en su país no pueden desde afuera cerrar el desarrollo pacífico. A su juicio, es imposible frente a Chile justificar una agresión, pero aclaró, en caso de que ella se produjera, “nos defenderemos”. 

Toda esta actividad política suya, ¿no ha mutilado al poeta? 

Yo sigo escribiendo como siempre. Creo que es importante el poeta capaz de ser panfletario y olvidar la literatura. La utilidad que tiene una declaración en cierto momento, un poema, una obra artística es incalculable. He vivido atacado por todos lados. Cuando escribía poemas de amor, me atacaban por ello. Cuando escribo poemas políticos, lo siguen haciendo. 

La presencia de Matilde, como una sombra afectuosa y lejana, no ha desaparecido un solo instante. Vivaz y sonriente, ella arde junto a Neruda, aun cuando este no parece percibirla. Otros pequeños comentarios en torno a diferentes temas van surgiendo, y aun cuando se toca el debatido problema de la violencia en los jóvenes de hoy, el poeta, con esa voz gruesa y tímida al mismo tiempo, remonta muy lejos en el tiempo, hacia 1920, cuando en toda América Latina, afirma, los jóvenes eran rebeldes, violentos y cuestionadores. Para el poeta, estas etapas de agitación y ferocidad juvenil coinciden siempre con un período de la historia que se está cerrando. Y a su juicio, estamos viviendo el final de un ciclo; final que los jóvenes, con su peculiar lucidez, presienten y denuncian. 

“Sucede que me canso de ser hombre”, verso ya patrimonio de la memoria y totalmente presente sin embargo en esa imagen vital, agresiva, siempre sensible, que nos ha dejado el poeta, mientras se aleja con Matilde, hacia otro diálogo, el único que, quizás, jamás leeremos en libro alguno.

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