Gerardo Rojas: «La fotografía es una gran trampa»

Gerardo Rojas: «La fotografía es una gran trampa» es un texto que forma parte del libro Nuevo país de la fotografía de la Colección Los rostros del futuro de la Biblioteca Digital Banesco.  Con motivo al Día Mundial de la Fotografía, reproducimos la entrevista que escribió Juan Antonio González a Gerardo Rojas.

Por Juan Antonio González

Nació en Caracas el 6 de marzo de 1980. Arquitecto egresado de la Universidad Central de Venezuela en 2004, entre los años 2000 y 2001 realizó estudios de intercambio académico en la École de Architecture Paris La Seine. Se define más como artista visual que como fotógrafo, pues su exploración del espacio y el territorio lo ha llevado a vincular su trabajo con disciplinas como la pintura y la instalación. En la actualidad es profesor del Taller de Plástica de la Facultad de Arquitectura de la UCV y coordinador de la galería El Anexo/Arte Contemporáneo, de Caracas.

La casa-taller de Gerardo Rojas, en Altamira, Caracas, parece un lugar en pleno trance de mudanza. O está llegando o se está yendo, pero como quiera que sea, en ese desorden de cosas fuera de lugar, de objetos que esperan pacientemente a que se les acomode en el sitio que les corresponde, en ese apartamento que sugiere una existencia que transcurre veloz y sin pausas, el fotógrafo mantiene el control de sí mismo y de lo que hace.

Por lo menos, el tener obras de artistas como Iván Candeo o Christian Vinck, lo ubican no solo como un amante del arte contemporáneo, sino también como integrante de una generación de creativos que busca en las herramientas que le ofrecen la pintura, la fotografía, la música y la literatura… una forma de representar o, más bien, de reflexionar sobre el momento en que viven, incluidos ellos, el país, la sociedad, el arte y, claro está, la realidad.

Con un plóter para impresiones de gran formato a sus espaldas, Rojas responde a cada una de las preguntas como si fuera la primera vez que se las hacen. No recurre a discursos prefabricados ni asume poses de superioridad. Sus respuestas parecen dirigidas más a él que a quien se las plantea. Y, de nuevo, se impone la sensación de sentirlo obligado a pausar por una hora y media el vértigo de su vida.

Nació en la Clínica Leopoldo Aguerrevere, del Municipio Baruta, en Caracas, el 6 de marzo de 1980. Y la primera palabra a la que recurre para hablar de su infancia es «desplazamiento». Una movilidad, un nomadismo, que lo han forjado a él y a su trabajo.

«Mi madre es de Puerto Cabello (estado Carabobo) y mi padre de San José de Guaribe (Guárico). Se conocieron cuando estudiaban Agronomía en Maracay. Luego se vinieron a vivir en Caracas. Ambos son ingenieros agrónomos que se dedicaron posteriormente a la docencia en la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. En Caracas, viví primero en Montalbán y luego en Colinas de Bello Monte. Posteriormente nos fuimos a Puerto La Cruz, en el estado Anzoátegui; después nos regresamos a Colinas de Bello Monte, a donde llegué finalmente a los nueve u once años hasta que ingresé a la universidad», cuenta Gerardo Rojas sobre sus primeras experiencias familiares.

El traslado a Anzoátegui obedeció a que, en algún momento, su padre fue decano del núcleo de Barcelona de la Simón Rodríguez, institución que posteriormente tuvo a su mamá como docente en su sede de Petare, en la capital venezolana.

«Hubo otro desplazamiento interesante –recuerda Rojas–. Como mi mamá era profesora universitaria y en algún momento comenzó a trabajar con el Consejo Nacional de Universidades (CNU) y estaba al tanto de los mejores colegios, en los que había un mayor rendimiento académico, ella, buscándome las mejores opciones, comenzó a mudarme de colegios, pero lo que hizo fue desarraigarme de las relaciones humanas. Nunca tuve amigos de colegio que me duraran más de uno o dos años», explica.

Aun así, Rojas alberga algunos recuerdos placenteros de su niñez; por ejemplo, que el colegio en el que hizo parte de la primaria, el Francisco Linares Alcántara, ubicado en Lechería, quedaba a orilla de la playa. «Eso era bastante excepcional para mí. Claro, había una reja para que los muchachos no nos escapáramos a la playa a cada rato, pero al momento en que la abrían, todos corríamos por la arena, agarrábamos latas, envases de plástico tirados para hacer trabajos de reciclaje. Eso lo recuerdo mucho, y también los cangrejos. En esa época tenía que ser muy sociable porque entrar a cualquier colegio significaba confrontarse con grupos consolidados. Uno siempre era el “nuevo” y eso a veces generaba conflictos. Tengo un recuerdo interesante del Linares Alcántara: había una niña que me fastidiaba mucho y un día como que me desesperé y le lancé la lonchera por la cabeza y la herí. Fue un caos horrible aquello… En fin, pasé por muchos colegios: el Linares Alcántara, el Ítalo-venezolano; en Caracas llegué al Instituto Escuela, hasta que finalmente hice los dos o tres últimos años en el Santo Tomás de Villanueva», dice.

Las circunstancias en las que vivió su niñez trasladan a Gerardo Rojas a otra reflexión: «Ahora que lo pienso, desplazamiento es una palabra que siempre he trabajado mucho, que me interesa en mi trabajo fotográfico, plástico. Vivimos en una cultura contemporánea del desplazamiento, nada dura mucho, todo es a ratos, todos somos nómadas»

“Desplazamiento es una palabra que siempre he trabajado mucho, que me interesa en mi trabajo fotográfico, plástico”.

Dado que sus padres trabajaban mucho, la abuela materna se convirtió en una figura fundamental para el artista plástico. Ella fue la que crió a Gerardo Rojas y a sus dos hermanos, uno mayor y otro menor que él. «Mi abuela se jubiló relativamente joven. Era técnico radiólogo del Hospital Universitario de Caracas. Ella nos cuidaba mientras mis padres trabajaban. Éramos una familia muy humilde, con una madre y una abuela muy esforzadas. Mi mamá dormía casi todos los días en el Hospital Universitario, yo iba mucho con mi abuela a ese lugar. Así establecí unos vínculos interesantes con la Central», recuerda.

Cuenta Rojas que sus momentos de ocio o de vacaciones no los vivía en la ciudad, sino en el pueblo de su padre, San José de Guaribe. «Esa parte de la familia es muy del campo. En todos los momentos libres que teníamos íbamos para allá, porque mi mamá es hija única y mi papá tiene tres hermanos por parte de padre y madre, pero tiene quince hermanos más por fuera», dice quien se recuerda como un niño extrovertido, rebelde, problemático; «era el loco de la casa».

Continúa este relato en el libro Nuevo país de la fotografía de la Colección Los rostros del futuro de la Biblioteca Digital Banesco. El texto lo encuentras desde la página 63 a la 77. 

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