La clave está en entender la interacción entre la predisposición natural y el desarrollo personal.
Por: Orlando Luna
Más allá de la larga y variada lista de cualidades o rasgos que se atribuye a la personalidad de los emprendedores, existe una dicotomía que genera un debate interesante: ¿son ellas producto del talento natural o se pueden cultivar?
La realidad nos enseña que no hay respuesta única a esta dicotomía. Sabemos que si bien muchos rasgos tienen una base innata, estos se pueden fortalecer y también atenuar con la experiencia y el aprendizaje. La clave está en entender la interacción entre la predisposición natural y el desarrollo personal.
En el caso específico de la personalidad del emprendedor, los rasgos innatos y adquiridos se manifiestan de manera particular para conformar una mentalidad orientada a la creación de negocios. Los rasgos innatos se asocian con el temperamento, la base biológica que predispone a ciertas conductas. Entre esos rasgos tenemos:
Tolerancia al riesgo: la propensión biológica a buscarse sensaciones nuevas y a no temer a la incertidumbre.
Motivación de logro: necesidad innata de alcanzar metas y superar desafíos.
Creatividad e innovación: aunque la creatividad se puede cultivar, la curiosidad innata constituye la chispa para identificar oportunidades de negocio e innovar.
Proactividad y energía: un alto nivel de actividad y la tendencia a tomar la iniciativa, sin esperar instrucciones, son rasgos de temperamento que se alinean con la naturaleza del emprendimiento.
Por otro lado, los rasgos que se forjan a través de la experiencia y el aprendizaje, son los que realmente construyen la mentalidad emprendedora y permiten que los rasgos innatos se traduzcan en acción y éxito. Estos son cultivables y representan el carácter del emprendedor:
Resiliencia: el emprendedor aprende a lidiar con el fracaso y a persistir, a pesar de los obstáculos y la frustración.
Autodisciplina: capacidad de establecer metas, gestionar el tiempo de manera efectiva y mantenerse enfocado sin una supervisión.
Liderazgo y habilidades de comunicación: si bien la sociabilidad puede ser innata, el liderazgo y la comunicación efectiva son habilidades que se aprenden a través de la práctica y la experiencia.
Capacidad de adaptación: la flexibilidad y la capacidad de cambiar un modelo de negocio en respuesta a nuevas informaciones o condiciones del mercado se aprenden al enfrentarse a la realidad.
En conclusión, el emprendedor exitoso no nace, se hace. Aunque puede tener una predisposición genética (temperamento) que lo oriente hacia la aventura de emprender, es el desarrollo de un carácter (rasgos adquiridos) fuerte lo que le permite transformar esa predisposición en un proyecto exitoso.
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