La nueva obra del autor trata sobre la invención de un pasado para encontrar una razón al presente. La protagoniza un hombre que no ha vivido de forma estable en un país
Una periodista va a entrevistar a alguien, pero terminan juntos en una bañera. La conversación deriva en confesiones, memorias y anhelos, especialmente por parte de él, inquieto por encontrar un arraigo.
Es el comienzo de Y recuerda que te espero, la más reciente novela de Juan Carlos Méndez Guédez, primera publicación del sello Madera Fina. El autor, residenciado en España, prefiere llamarlo un libro de viajes, en el que una persona realiza un periplo con el que espera encontrar un pasado. “Hay crónica y reportaje, pero lo más importante es la relación del personaje principal con los espacios. Está dedicado especialmente a Barquisimeto y Madrid”.
A esta persona, en su infancia, le hicieron dos fotografías. Una en la ciudad larense y la otra en la capital española. Aparece feliz, pero apenas recuerda el contexto. “Entonces decide recuperar esos sitios, está a la caza de esos momentos felices”, detalla el escritor, que desarrolla buena parte de la trama en dos metrópolis que son las de él, en la que nació y en la que actualmente reside. “Hay un elemento autogeográfico”, agrega.
El protagonista vive en Australia y ha residido en embajadas la mayor parte de su vida. Durante su estancia en Barquisimeto decide cuál será la casa que en adelante vinculará con su infancia. Inventa un pasado. “Por eso no puede tener melancolía”, afirma el novelista.
Méndez Guédez menciona un hecho que considera curioso. Quiso que los momentos de su personaje en Caracas fueran más, pero cuando preguntó a conocidos a qué lugares llevaría a su personaje ficticio, muy pocos se animaron a dar opciones. Lo primero que mencionaban era la peligrosidad de la capital. “Me sorprendió que ocurriera con un ejercicio de ficción. Es una ciudad tomada por el miedo. Los chilenos y argentinos han escrito sobre sus tragedias nacionales, la nuestra es mucho mayor que las del sur por el número de homicidios. Tenemos que contar eso. Aunque suene terrible decirlo, Venezuela es muy jugosa para la literatura”, señala el narrador, de quien se acaba de publicar en Francia Las siete fuentes (Géné Provence). “Y ya estamos escogiendo portada para mi próxima novela con Siruela que se llama El baile de madame Kalalú”.
—¿Se puede decir entonces que el arraigo se construye también de la ficción?
—Claro que sí. Cuando paseo por Caracas lo que tengo son recuerdos felices a grandes rasgos. Hay una cierta ficción de la memoria. Viví 28 años acá y hay todo tipo de momentos, también trágicos, pero se superponen esas imágenes, esa elección intuitiva y efectiva. El arraigo es una construcción afectiva. Tengo 20 años en España y cada día tengo que inventarme ese arraigo porque no tuve infancia y juventud allá. En el ejercicio de construcción del yo hay que tener espacios de referencia.
—Hace año y medio que no venía al país. ¿Qué nota en cada una de sus visitas?
—Las neveras están cada vez más vacías, hay más miedo. No sé hasta qué punto el venezolano ha naturalizado el control policial que hay en sus vidas. Es muy extraño comprar algo y que me pidan la cédula. Está también la velocidad de la transformación, del deterioro, pero el elemento común es la resistencia. Las personas siguen siendo maravillosas y entrañables. Otro elemento es que cada vez que vengo me falta más gente porque se van. Hay que escribir sobre eso, hay mucho material.
—Ha dicho que varias personas le han puesto el nombre de alguno de sus personajes a sus hijos. ¿Cuál es el más común?
—Hay una chica que le puso a su niña Esther por El libro de Esther. Una persona me contó que un hombre la fastidiaba en un bar, entonces fingió ser un personaje de Árbol de luna. Le contó su vida y se libró de él. Hay gente que se ha hecho pareja por una obra mía. Existen anécdotas muy bonitas. Cuando vivía acá la literatura venezolana ocupaba un lugar periférico. En este momento hay un entusiasmo por los autores nacionales. Eso no lo notaba antes.
—Algunos dirían que parte de ese entusiasmo se debe a la imposibilidad de importar libros de escritores foráneos.
—Es una explicación sociológicamente pertinente, pero el lector pudiera reaccionar con indiferencia ante lo otro. Hay un escritor peruano que vive en Europa y me contó que cuando va a su país lo tratan con cordialidad, pero siempre le recuerdan que no forma parte total de ese lugar. Me dijo que ven cómo a uno lo reciben acá y le causa envidia.
Fuente: ElNacional.com