Por: Elías Pino Iturrieta | @eliaspino
Cuando murió la esclava de su madre, en 1892, el general Alejandro Ibarra ordenó que la enterraran con honores militares. Ibarra era el Comandante de Armas de Caracas y nadie discutió su decisión. Pero, ¿cuál fue la razón que condujo a semejante curiosidad? La esclava se llamaba Luciana, y la había recibido su madre, doña Mercedes Rivas Tovar de Ibarra, como regalo de bodas. A partir de entonces convivieron durante cincuenta y dos años, en medio de gran intimidad. Después de la muerte del marido de doña Mercedes, Luciana se convirtió en confidente de la gran dama y la acompañó con fidelidad en la crianza de los hijos y en el recibimiento de los invitados de la casa sin que se supiera el sueldo que devengaba, pese a que la esclavitud fue abolida en 1854. Era una más de la familia, según las crónicas caraqueñas de la época. Vivía en una habitación espaciosa y bien adornada, y su única obligación, aparte de escuchar las cuitas de su “ama”, consistió en sacar y limpiar las bacinillas de los dormitorios de la mansión. Debido a tales muestras de fidelidad, el general Ibarra pagó en su memoria funeral solemne en la catedral y, además, hizo que la tropa desfilara en sus exequias. Elocuente mezcla de lo privado con lo público.