50 años de una tragedia aérea que envolvió al deporte venezolano

Publicado : 4 diciembre, 2019

Categoria : Deportes, Memorias Deportivas

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Por: Javier González | @javiergon56 – Carlos Figueroa Ruiz | @CFigueroaRuiz27

Venezuela recuerda con tristeza la caída del avión de Viasa sobre la urbanización La Trinidad y el barrio Ziruma de la capital zuliana, que dejó un saldo de 155 víctimas, entre ellas, prestigiosos atletas y dirigentes deportivos.  Es uno de los más trágicos accidentes aéreos que han ocurrido en el país. Varios personajes del mundo del beisbol se salvaron milagrosamente.

El domingo 16 de marzo de 1969 ocurrió en Maracaibo la mayor tragedia aérea que registra la historia de la aviación en Venezuela. Un avión de Viasa que cubría la ruta entre Maiquetía, la capital zuliana y Miami, se estrelló en las cercanías del aeropuerto internacional de Grano de Oro con saldo fatal de 155 víctimas (74 pasajeros, 10 tripulantes y 71 personas en tierra), entre las que figuraron los peloteros criollos Isaías “Látigo” Chávez y Carlos Santeliz, además de don Antonio Herrera Gutiérrez, propietario del club Cardenales de Lara, su hijo, José Herrera, Alí Hernández, administrador del equipo, y varios miembros de la familia del atleta Lino Connell.

Amasijos de hierro y cadáveres calcinados quedaron esparcidos a lo largo de más de 400 metros

La nave, un jet DC-9-32, propiedad de Avensa, con matrícula YV-C-AD, había sido adquirida el 27 de febrero de 1969 a la empresa Douglas Aircraft por siete millones de dólares y arrendado a Viasa. Apenas había realizado cuatro vuelos. A las 10:28 de la mañana, el vuelo 742 partió de Maiquetía a cubrir la primera parte del itinerario entre Caracas y Maracaibo, estimada en 40 minutos. Aproximadamente a las 11:08 aterrizó en Grano de Oro, donde se estimó una escala de 45 minutos para completar 28 mil libras de reabastecimiento de combustible, recibir atención técnica y embarcar 27 pasajeros en esa ciudad.

Tras recibir autorización de la torre de control de Maracaibo, el capitán Emiliano Savelli Maldonado, piloto con 25 años de experiencia y cerca de 30 mil horas de vuelo, coloca el avión en la cabecera de la pista a eso de las doce del mediodía. Comienza a imprimir mayor energía a las turbinas e inicia el recorrido para despegar. La maniobra tiene dificultades, la nave levanta cuando faltan apenas unos 200 metros de pista, se eleva a escasos diez metros y logra atravesar la avenida Ziruma.

Mientras el piloto trata de alcanzar mayor altura, la turbina izquierda choca con un poste cercano al cine Capitolio. El capitán intenta otra maniobra, pero encuentra la torre de alumbrado de una cancha de baloncesto que rompe el tanque de combustible y el líquido inflamable se esparce sobre viviendas y personas del barrio más cercano a la pista. Luego colisionaría con otro poste y se produce la explosión de los tanques, antes de que se le desprenda el ala izquierda, que cae sobre una de las humildes viviendas del barrio, el avión se voltea y se estrella más adelante, contra viviendas de la urbanización La Trinidad. Con el impacto sale expulsada una de las turbinas y va a parar a unos 100 metros de distancia, contra la vivienda de Connell.

La tragedia se completó en unos cinco minutos. A las 12.10 am todo era muerte y desolación en el sector. Entre los fallecidos aparecen dos muchachos venezolanos llenos de esperanzas, que marchaban ilusionados hacia los campos de entrenamientos de las Grandes Ligas. 

 

Los fallecidos

Isaías Chávez, de 24 años de edad, era una verdadera promesa del pitcheo con Magallanes en el circuito local. Se dirigía hacia Phoenix, Arizona, a demostrarle a los Gigantes de San Francisco que había recuperado la fortaleza de su brazo, para buscar de nuevo un lugar en el equipo grande, mientras que Carlos Santeliz, quien ese día cumplía 21 años de edad, despuntaba con Cardenales en la pelota venezolana, tenía como destino West Palm Beach, Florida, donde enseñaría sus progresos como inicialista y recio toletero para seguir avanzando en el sistema de ligas menores de los Bravos de Atlanta.

 

Poco antes de abordar el fatídico vuelo (de izq. a der.), Carlos Santeliz, José Herrera, Alí Hernández y Antonio Herrera Gutiérrez. Foto diario Crítica. Maracaibo, 17 de marzo de 1969

Junto a ellos también murió don Antonio Herrera Gutiérrez, propietario de Cardenales de Lara, divisa de rica tradición en la pelota occidental que desde 1965 formaba parte de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP). Herrera Gutiérrez acostumbraba a trasladarse al norte por esa época para fortalecer las relaciones de su equipo con el beisbol organizado de Estados Unidos. Le acompañaban su hijo José y el ejecutivo del equipo Alí Hernández.

Entre las víctimas que cobró la tragedia  en tierra aparecieron la esposa, el suegro y tres hijos de Lino Connell, un reconocido atleta zuliano, miembro de la selección nacional de voleibol.

El prospecto de los Bravos de Atlanta, el caroreño Carlos Santeliz, estaba cumpliendo 21 años de edad cuando falleció en el fatal accidente

Vivos de milagro

Varios personajes vinculados también al mundo deporte se salvaron milagrosamente. El periodista Rubén Mijares, el pelotero Teodoro Obregón y el técnico Lucio Celis, quienes estaban en lista de espera, no pudieron abordar en Maiquetía el vuelo 742 de Viasa con destino a Miami. 

La esposa del bigleaguer Luis Aparicio, Sonia Llorente, y sus hijos, también preservaron la vida prodigiosamente. La señora Llorente suspendió un día antes su viaje a los Estados Unidos por diversos motivos. El diario marabino Crítica, informó que “Sonia visitó hoy mismo el lugar de la tragedia y comentó toda angustiada: Dios mío, qué horror de la que me salvé.

El conocido narrador deportivo y Gerente General del equipo Cardenales de Lara, Arturo Álvarez “El Premier”, también estuvo a punto de perecer en la tragedia, pero afortunadamente, por motivos personales, no pudo acompañar al propietario de los pájaros rojos a los campos de entrenamientos de los Estados Unidos como lo había hecho en los últimos cuatro años.           

El Gobierno nacional decretó tres días de luto, y durante la mañana del día siguiente se ofició el funeral en la Catedral de Maracaibo en honor a las víctimas, a cargo de monseñor Domingo Roa Pérez. La ciudad no salía del asombro, mucho menos del luto.

 

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