La entrevista a Diamantino Martins, “ El amor de Gavião leuda en la Candelaria”, escrita por Giuliana Chiappe, forma parte del libro Panaderías caraqueñas: la rica herencia de los inmigrantes de la colección Patrimonio de la Biblioteca Digital Banesco. El título está disponible para su descarga gratuita en Banesco.com
Por: Giuliana Chiappe
Foto: Efrén Hernández Arias
Diamantino Martins creció alimentado por los panes que su mamá cocía en un horno de ladrillos con trigo cultivado por su familia y procesado en el molino de su pueblo, Gavião, en la histórica región de Alentejo, al sur de Portugal. ¿Esos aromas eran, acaso, ligeras ráfagas de su futuro? Décadas más tarde, Diamantino y su hermano Manuel serían los dueños de una panadería en una esquina de una lejana ciudad, Caracas, y replicaría esas fragancias y sabores que aún mantiene en su memoria.
Desde hace 34 años, la familia Martins es la dueña de la emblemática panadería Angela, con unos 70 años ubicada entre Romualda y Manduca, en Candelaria, zona fundada en la época colonial por inmigrantes españoles e instaurada formalmente como parroquia en 1750.
La Angela, como la llaman popularmente sus vecinos, es un pequeño anclaje del tiempo, con grandes vitrinas y mostradores en los que los clientes se apoyan con confianza para tomar su café, en un ambiente sin exagerados avisos en neón, sino, más bien, con carteles escritos a mano. Pero esta escenografía está por cambiar. El local se prepara para una remodelación, porque la clientela lo pide y para que esté acorde con la fama que tienen sus productos.
La inauguración de la panadería Angela coincide con la etapa de modernización de la Candelaria, que hasta la primera mitad del siglo XX se mantuvo poblada de casas y pequeñas edificaciones e, incluso, con calles de adoquines. En los años 40, comienza la construcción de grandes torres, especialmente de oficinas, y de imponentes avenidas de seis canales. La más emblemática y cercana es la avenida Urdaneta, fundada en 1953, a tan solo dos cuadras de este comercio.
Panes portugueses
A diferencia de muchas panaderías regentadas por inmigrantes portugueses, la Angela es una de las pocas en Caracas que sí vende panes típicos de esa tierra: el popular pan de la abuela, los de maíz, el pan de Ló y el bolo rei, entre tantos otros. Además, son reconocidos por sus panes gallegos alargados y redondos. 49 Fue fundada en la década de los 50 del siglo XX por el italiano Vittorio Salvatore, quien en 1967 la traspasó a la sociedad Hermanos Da Silva y, pocos años después, a Diamantino y su hermano Manuel, quienes estuvieron unos años alquilados y, finalmente, la compraron en 1990
Fue fundada en la década de los 50 del siglo XX por el italiano Vittorio Salvatore, quien en 1967 la traspasó a la sociedad Hermanos Da Silva y, pocos años después, a Diamantino y su hermano Manuel, quienes estuvieron unos años alquilados y, finalmente, la compraron en 1990. Era la época en que la palabra valía tanto como tanto como el dinero, incluso ante las autoridades. Diamantino recuerda que metían las facturas en «un saco de harina vacío» y con eso acudían a pagar sus impuestos. El pan se despachaba a las casas, si el cliente quería, y se vendía a crédito. «Ahora, todo ha cambiado mucho», dice con un acento de melancolía.
«Cuando mi hermano y yo compramos la panadería ya se llamaba Angela, pero en italiano, o sea, anyela», pronuncia. Y continúa: «Los antiguos dueños también elaboraban el pan de maíz y los pasteles de nata, pero nosotros mejoramos la fórmula e innovamos en algunas cosas, como en hacer panes gallegos redondos».
El gallego es un pan que ha ganado popularidad en Venezuela, gracias a la migración de españoles después de la guerra civil en su país y, aunque la panadería sea de portugueses o italianos, se hace pan gallego. Se vende usualmente en barra, aunque en la Angela ofrecen la presentación redonda. El original, el de Galicia, cuenta con Indicación Geográfica Protegida (IGP) desde 2019, pero se sigue replicando en varios países donde viven españoles o sus descendientes. Los registros más antiguos de este pan en La Coruña se remontan al siglo XVI.
El pan de maíz, o broa, es de origen luso, pero también se elabora en algunas regiones de España. La panadería Angela lo vendía en varios tamaños y los acomodaba en cestas metálicas, al alcance de los comensales, para que ellos escogieran sus favoritos. Ahora solo lo hacen los fines de semana o por encargo.
Uno de los panes más recientes que incorporaron a su menú panadero es el de la abuela. Lo preparan todos los días y es de los más vendidos.
El bolo rei y su derivado bolo rainha (solo con frutos secos) son productos insignes de la Angela y una de las mejores muestras de los sabores lusos heredados por los Martins. Son el equivalente al roscón español. Diamantino está particularmente orgulloso de ellos. Dice que trae los insumos de Europa y que tiene paisanos que se lo han llevado de Venezuela a Portugal.
El folar da Pascoa es un curioso pan portugués de Semana Santa que elaboran en esta panadería. Es de masa endulzada con miel, tiene forma de cúpula y se hornea con huevos cocidos incrustados en su superficie. Los padrinos se lo regalan a sus ahijados y mientras más huevos tenga, más cuesta el pan y más generoso se considera al padrino.
Los pasteles de Belén o pasteis de nata son parte de la historia de la Angela. Se trata de crujientes cesticas de masa tipo phyllo rellenas de una crema cuajada de yema, azúcar y vainilla. Su cubierta se quema un poco en contacto con el horno y se come salpicada de canela.
«Cuando compré la panadería, los antiguos dueños ya los vendían. Los elaboraba un dulcero que no quería enseñar a hacerlos. Pero no me gustaban mucho y, en unas vacaciones, al visitar a mi hermana, quien tenía un restaurante en Portugal, probé los mejores pasteles de nata. Los hacía un señor muy mayor, que tampoco quería compartir su preparación. Lo visité, le expliqué que los quería hacer en Venezuela y que no los vendería en Portugal. Pues agarró una servilleta en la que decía Schweppes y escribió toda la receta. Todavía guardo ese papel», recuerda Diamantino.
Hasta hace pocos años, de los hornos de la panadería Angela solo salían pasteles de Belén los viernes y sábados, pero ahora se preparan todos los días, porque tienen más equipos y porque la gente los compra más.
El oficio de los Martins
Cuando asumieron la Angela, Manuel y Diamantino traían oficio, pues habían trabajado en la panadería La Pastora, que pertenecía a su tío Joao Marques y quedaba en la parroquia del mismo nombre. Fue allí, en ese local en la Puerta de Caracas, donde estos hermanos lusitanos se enamoraron de la harina, la manteca, la levadura, y aprendieron la magia de hacer pan.
«Me gustó Venezuela desde los primeros días», recuerda Diamantino Martins.
Al llegar a Caracas, a principios de los años 70, Diamantino contaba poco más de 20 años, pero asumió el oficio de la panadería reconociendo en él su propio futuro.
Manuel, que había emigrado años antes, laboró un tiempo en una fábrica de harina, en la que aprendió con profundidad sobre su principal ingrediente. Mientras, Diamantino continuaba al lado de su tío, hasta que los hermanos Martins pudieron comprar su primera y única panadería: la Angela.
Ya Manuel falleció, pero Diamantino cuenta con el apoyo de su hija Marianna, quien se ocupa de la administración y, a la vez, de preservar el aromático legado de su papá y su tío, y de impulsar los sabores de la panadería para hacerla conocida en toda Caracas.
Crecer y hacer crecer
Marianna Martins es una de las cuatro hijas de Diamantino y, como la de sus hermanas, su infancia estuvo muy vinculada con la panadería. «Siempre vimos a papá muy comprometido, con altos niveles de exigencia, y nos formó en esos valores. Por ejemplo, mi hermana mayor y yo trabajábamos en diciembre en la panadería, pero él nos advertía que nos pagaría en enero para que no malgastáramos lo que habíamos ganado».
Marianna se graduó como TSU en Comercio Exterior y como licenciada en Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Se casó y ejerció como abogada en la Fiscalía General de la República. Pero en 2017, quiso dejar la Fiscalía.
«Necesitaba un cambio y mi papá me dijo que me encargara de la caja en la panadería. Así me vinculé de nuevo con el negocio», recuerda.
Desde entonces, no ha parado: «Me apoyé en el personal, que tiene muchos años con nosotros, y ahora me ocupo de la administración, de la caja, de la nómina, de los proveedores, de los impuestos, de los trámites bancarios y de resolver cosas, incluso si se acaba un botellón de agua». El choque generacional existe, pero Diamantino y Marianna han aprendido a dejarlo fluir. «Mi papá me escucha y es muy abierto. Lo que más me costó es que aceptara abrir las redes sociales. Para convencerlo, llegué a decirle que yo lo pagaba de mi plata. Las activamos en mayo de 2023 y han sido un éxito, un ganar-ganar. Por ellas, el IEPAN vino a conocernos y nos trajo muchísimos seguidores», rememora.
La Angela de esta época
Aunque la clientela, la vecindad y el propio país han cambiado mucho, la Angela continúa ofreciendo sus panes emblemáticos, con algunas modificaciones impuestas tanto por la crisis económica como por los nuevos hábitos de la población.
«En estos casi 40 años hemos tenido épocas difíciles. Una de las que peores que recuerdo fue cuando (Jaime) Lusinchi (presidente de Venezuela entre 1982 y 1989) obligó a los panaderos a comprar una parte de harina de arroz y una de harina de maíz por cada dos de trigo. Podíamos utilizar la de maíz en algunos productos, pero perdíamos la de arroz», comenta Diamantino.
En compensación, a diario y desde hace un año, las cestas se llenan con panes de masa madre, que los consumidores han descubierto recientemente y que ha ganado clientes fieles. «Una vecina diabética compra uno o dos diarios, porque dice que no puede vivir sin pan y que estos le mantienen la glucemia en los niveles correctos», cuenta Diamantino, muy orgulloso
Empezaron a elaborar los panes de masa madre a mediados de 2023, después de una visita del equipo del IEPAN, liderado por Juan Carlos Bruzual. En 2021, Diamantino había hecho un curso de masas madre en la escuela Fernetto de Portugal, pero no había llevado ese conocimiento a los hornos de la Angela. «Le dije a papá que probáramos y comenzamos a hacerlos», apunta Marianna.
La Angela tiene clientes fieles, generaciones de familias que han desfilado por los mostradores de esta icónica panadería y personas que laboraron en las inmediaciones y, aunque dejaron sus trabajos, continúan visitándola, pues aprecian que la calidad se mantenga tal como la recuerdan.
Durante todo el día, y hasta los primeros años de este siglo, esa modesta esquina de Candelaria estaba activa: a media mañana o media tarde llegaban en grupo los trabajadores de la zona, especialmente los del diario El Universal, a conversar y disfrutar de un café, cuya calidad siempre ha sido reconocida. Era, también, el sitio favorito para un almuerzo rápido, que podía ser un sándwich de pan gallego con queso y embutidos.
Diamantino, que conocía a todos, extraña esa dinámica, esa «buena época», como la llama. Los recuerda por sus nombres e, incluso, lo que más pedían. Los ojos se le empañan cuando recuerda a algunos ya fallecidos.
La sabrosura de la panadería Angela se multiplica más allá de su esquina. Todos los días despachan panes gallegos a restaurantes de comida española y mantienen una especial relación con La Posada de Cervantes. La razón data de hace décadas y es de vecindad: Diamantino era vecino de los dueños, los De Freitas, cuando su hijo Freddy nació. Ahora Freddy es el chef de la tasca.
También ha visto cómo el poder adquisitivo de sus vecinos ha decaído: ya no compran igual que antes. Otras personas vienen en la noche a rebuscar en la basura. Y admite, bajando la voz: «Yo regalo panes todos los días. Noto a muchas familias necesitadas».
La bonhomía de Diamantino hace de la Angela una panadería afable, tanto ante el público como en su día a día laboral. En este rubro de tan alta rotación de personal, este negocio puede ufanarse de contar con empleados de larga trayectoria. La más antigua es Raquel Moreno, quien despacha en la barra desde hace 32 años, y a quien todos los clientes asiduos saludan por su nombre. Su panadero, Ediover Rincón, más conocido como el Maracucho, tiene 28 años en el obrador.
El que se achanta…
Diamantino viaja constantemente a Portugal y de cada visita se trae algún secreto, una nueva técnica, un pan que probar. Así comenzó a preparar su hoy famoso pan de la abuela, el que más venden en la actualidad.
También innovó con la masa madre, y con ella leuda panes de varios sabores. En sus planes a mediano plazo está incorporar un pan de centeno y croissants, también de masa madre.
«Del curso de masas madre que hice, me traje un frasquito con fermento que me regalaron y que tiene unos 20 años. Aquí hice otra masa madre. A ambas las cuidamos con esmero, les mantenemos su pH en los niveles adecuados y son el pie de los panes que hacemos a diario».
¿Y de dónde saca Diamantino, a sus 71 años, el impulso de innovar en un país tan difícil? Él vuelve a reír y, con ese acento portuñol que no ha abandonado a pesar de tener más de media vida aquí, responde: «Es que aquí, el que se achanta pierde».