Aunque hoy parezca difícil de creer, hace 50 años el Gran Café de Sabana Grande era el ombligo del mundo. Lo cuenta Fausto Masó en “Sabana Grande era una fiesta”: Caracas era el Dubai o el Qatar de su momento. Y en el medio de eso, con una forma muy diferente a la que hoy le conocemos al bulevar de Sabana Grande (para empezar, no era un bulevar) la Calle Real era el punto focal de toda esa explosión.
Por: Pedro García Otero
La historia del Gran Café es tan increíble cómo -y está indivisiblemente ligada a la figura de- su creador Henri Charriere, “Papillón”. Toda ciudad tiene su gran café, su sitio de reunión literaria, y Charriere, él mismo escritor, ex preso, fugado, con una historia de vida que se convirtió en un best seller, lo entendió apenas adoptó y se adaptó a la venezolanidad, y servía cafés mientras escribía su autobiografía.
En sus ilustres mesas se sentaron varios premios Nobel de Literatura antes de serlo; se tramaron imposibles conjuras contra pétreos dictadores; se fundaron repúblicas imaginarias, dedicadas al arte; con los restaurantes italianos de la avenida Solano conformó un triángulo urbano en el que se reunía lo más granado de la intelectualidad caraqueña y la que en, por esas épocas, venía de afuera.
Los años pasaron, la Gran Avenida se convirtió en bulevar, Caracas perdió su brillo y se convirtió en peligrosa, especialmente de madrugada. Pero incluso bien entrados los 80, no era un plan extraño para los caraqueños tomarse un café a las 3 am allí, al salir de una fiesta.
Caracas, siendo una ciudad grande, pertenece a este lado del mundo donde no somos tan tradicionalistas, y por ello el Gran Café no es patrimonio de la ciudad. De hecho, hoy parece sobrevivir sólo de la nostalgia de los pocos que aún recuerdan sus épocas de gloria, por razones puramente biológicas. Aquella hilera eterna de mesas se ha reducido a cuatro o cinco, que se mantiene allí sólo como memoria de lo que alguna vez fue. El bulevar, también, ha perdido su viejo brillo.
Sin embargo, la última vez que pregunté, el Gran Café seguía siendo uno de los pocos lugares 24 horas de la capital (también es cierto que hace mucho tiempo que pregunté). Tiene una linda cuenta en Instagram, con más de 105 mil seguidores; o sea, la nostalgia que lo rodea sigue vigente.
¿Será posible que alguna vez los herederos literarios de Vargas Llosa, Alejo Carpentier o Gabriel García Márquez se sienten en sus mesas? Quizás no. Pero no está de más que se mantenga el recuerdo de un sitio que representó, como casi ninguno, la rica, bohemia e intelectualmente incomparable Caracas de la década de los 70 del siglo pasado.
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