Por: Elías Pino Iturrieta | @eliaspino
El general Francisco Linares Alcántara jura como nuevo Presidente de la República, el 2 de marzo de 1877. Ha sido electo debido al consentimiento de su predecesor, Antonio Guzmán Blanco, quien se ha rendido ante la influencia que el candidato se formó durante la Guerra Federal, y quien está seguro de contar con su fidelidad. Después de controlar con éxito el panorama político durante El Septenio, período de dominación personal, Guzmán considera que puede manejar con tranquilidad los hilos de la política. Linares Alcántara solo cuenta con apoyos masivos en Aragua, mientras él ha logrado acuerdos de importancia a escala nacional. Sin embargo, aun ante la presencia del mandatario saliente se advierten distancias e insinuaciones que enrarecen en panorama del liberalismo amarillo.
En el mes de abril, El Comercio de Puerto Cabello y El Venezolano de Valencia comienzan la crítica de la administración saliente. Hablan de la represión reinante hasta entonces y se atreven a dudar del progreso creado durante el primer paso del Ilustre Americano por el gobierno. Un escritor muy reconocido entonces, Nicanor Bolet Peraza, se atreve a insinuar que hubo corrupción antes de que ascendiera Linares Alcántara, postura que es en breve acompañada por otro autor de prestigio, José de Jesús Paúl. Todo sucede ante la presencia de Guzmán, quien todavía no se ha marchado del país. Está tranquilo al principio, debido a que su sucesor le manifiesta absoluta lealtad en un par de entrevistas personales, pero no deja de inquietarse por las esporádicas muestras de beligerancia que viene ofreciendo una opinión pública acostumbrada a ceder ante el poder del máximo caudillo. Además, empieza a observar grietas en el muro del partido de gobierno, que había manejado a sus anchas. De allí que busque de pronto a su esposa, para tomar una decisión que refleja la magnitud del cambio que se avizora. Le dice: “Haz las maletas, Ana Teresa, porque las gallinas están cantando como gallos”.