En Las Villas de Los Chiquiticos de Fundana todos los días cambian destinos. Este es el hogar temporal de 120 niños y niñas que necesitan protección. De ellos cuidan 25 mujeres, 12 voluntarios y todo un equipo de especialistas que logran su reinserción familiar. Esta crónica cuenta algunos momentos de unas pocas horas en las villas.
Por Carmen Victoria Inojosa
Al borde de una transcurrida avenida de Caracas hay una villa. Es un camino inclinado que da paso a una casa colorida, de techos altos y luz natural. Dentro, es posible cambiar un destino todos los días. Las paredes son la prueba de ello: cuelgan fotos de niños entre 0 y 7 años de edad, sonríen a la cámara, y a la nueva vida.
Se llama Las Villas de Los Chiquiticos y es el hogar temporal de 120 niños y niñas que han sido víctimas de abandono, maltrato o abuso. En la villa ellos son escolarizados, reciben atención médica y psicológica, todo lo necesario para volver a reír y jugar. Este es uno de los programas de atención a la niñez que tiene la Fundación Amigos del Niño que Amerita Protección (Fundana).
En las paredes también hay globos para celebrar los 32 años de Fundana. En uno de los salones de la villa, los cuadros cuentan su historia con recortes de reseñas de periódicos y revistas con fecha de 1991.
—Por aquí está la nota de la Asociación Bancaria Nacional, de cuando Juan Carlos Escotet era el presidente y ayudó a construir las villas hace 21 años. En esa pared también está pegada la historia de Banesco—dice Alicia Parra, directora de Fundana.
Alicia se refiere a la campaña “El Bono de la Guarda” que hizo Banesco para la culminación de las obras del lugar, además de donar para la construcción de una de las 10 casas de la residencia.
Para cambiar destinos hay que moverse rápido, pero sobre todo, hacer equipo. Lo que sucede dentro de las villas no es un acto de magia o sobrenatural. La fuerza que hace que 82 % de los niños que llegan a Fundana sean reinsertados en un medio familiar biológico o sustituto o que el 97 % sean recuperados nutricionalmente, es el trabajo de especialistas y voluntarios que pasan el día con un niño en brazos o tomado de la mano.
—Allá va el neurólogo. Ese es el pediatra. Y quien pasó antes es la psicóloga. Aquí tenemos todos los ‘logos’ para el desarrollo integral de los niños— cuenta Alicia.
Entre el maternal y las 8 villas hay 25 cuidadoras o simplemente la “mae”, como las llaman los niños. No es un trabajo, dicen, aunque son parte del personal de Fundana. “Ya les conocemos las mañas, así somos con nuestros hijos cuando se enferman”, dice Keylis Rodríguez, quien tiene un año como cuidadora. Otros 12 voluntarios prestan sus brazos y afectos para arrullar bebés.
La villa de “mae” Cenais
—A veces duermo en el cuarto de mi mae— dice Nayrobis*, de 6 años. Sonríe y le toma la mano a Cenais.
Cenais es una mujer que ríe con facilidad. Come galletas y sonríe. Le hablan y sonríe. Tiene 48 años de edad, 19 de esos, siendo la “mae” de muchos. “No sé cuántos he tenido”.
Cuando la visitan, dice con gusto “adelante”. En la villa de “mae” Cenais todo está en su lugar: una mesa de estudio a la izquierda, el comedor listo para usarse, una mesa para juegos, camas tendidas con peluches descansando, la ropa doblaba en pila; pantalones de un lado y franelas del otro, los zapatos con su par y en fila.
Con “mae” Cenais viven Nayrobis, Simón* y María*.
—Ya ves. Tengo muchos hijos de corazón—.
Cenais es una “mae” temporal, aunque su corazón, no entienda la temporalidad. Por ejemplo, hace días que dejó de ir al maternal para no enamorarse de los bebés que están allí.
—No me quiero enamorar más. Esa niña que ves ahí en la fotografía está en todos lados y aquí adentro—.
Cenais se toca el corazón. Mira la fotografía con nostalgia y se pregunta “¿Por qué crecen tan rápido?”.
—Ella llegó cuando tenía dos añitos. Hoy tiene 19 años y vive en España. ¡Viene a visitarme en diciembre!—.
Cenais deja a los niños en la mesa de juegos. Es hora de preparar el almuerzo. Desde la cocina les echa un ojo. Simón juega con una caja registradora, las barajitas son el dinero y los juguetes la mercancía. Hasta se compró un carro:
—Este carrito no es rápido, pero yo lo hago correr. ¡Chuuuuuuuun!—.
Nayrobis en unos días cumplirá 7 años. Tiene la piñata lista. Pero advierte:
—Mi cumpleaños será de Elsa. Ella es mi piñata, no la voy a romper—.
Nayrobis se sienta. Sobre sus piernas pone la piñata y pega su cara al cabello amarrillo de Elsa. Desde la cocina, se escucha a Cenais: “Nayrobis, guarda la piñata. Si no, no va a llegar a tu cumpleaños”.
Mientras Cenais pica el melón, condimenta la carne y procesa unos vegetales, recuerda su rutina en la villa. Se levanta a las 4:00 a.m., prepara el desayuno, las loncheras y vigila que los chiquiticos se bañen y estén listos a tiempo para ir a la escuela.
—Para mi esto no es un trabajo. Es una misión. Aprendes a valorar tanto. Se trata de un niño que ha pasado por tantas cosas que ni tú, con esta edad, has vivido. Trato de hacer lo mejor el tiempo que estén aquí, enseñarles que se puede vivir bonito. Y en las noches le agradezco a Dios que me dio en el día lo mejor de mi para ellos—.
La mañana de Nayrobis, Simón y María no empieza sin la frase de “mae” Cenais:
—Existen cosas buenas en la vida. Ustedes son importantes y se merecen todo. El mundo es de ustedes—.
Quizá sí sea una villa mágica.
Desde 1998 Fundana forma parte de los Socios Sociales de Banesco. Anualmente el banco destina parte de su presupuesto de Responsabilidad Social Empresarial para apoyar las distintas actividades de atención y cuidado que la asociación civil da a la niñez en Venezuela.
*Los nombres de las niñas y los niños fueron cambiados para proteger su identidad.