El texto S.O.S. el Coquivacoa está en problemas ganó en 2023 la segunda edición del concurso de relato breve juvenil Por un Futuro Sostenible. Andrea Rocío Travieso González, de 16 años de edad, fue su autora. En el marco de la tercera edición del concurso, compartimos lo que escribió Andrea Travieso.
El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza.
Leonardo Da Vinci
Por generaciones al color verde se ha considerado asociado a la esperanza, la vida y al medio ambiente. Aunque, esto no necesariamente tiene que ser siempre es así. -¡Válgame Dios! Pero, ¿qué está pasando aquí?- dijo el pelícano con evidente preocupación y luego se posó sobre la punta de la lancha, a observar melancólico la vasta ribera del Lago “Coquivacoa”. Aquella solía ser una zona de inconmensurable belleza, con aguas cristalinas y abundantes peces, donde él acostumbraba ir a pescar. Sin embargo, ahora, una pestilente nata color verde cubría su superficie, así como una montaña de desechos plásticos, latas y botellas.
Mientras tanto, un nutrido grupo de animales, habitantes del lugar, se congregaron a orillas del manglar, para llevar a cabo una asamblea, con carácter de urgencia. La primera en tomar la palabra fue doña Tula, la tortuga, por ser la más anciana y sabia del grupo.
-Como si ya no fuera suficiente, con toda la basura y el petróleo que los humanos nos arrojan, desde hace algún tiempo una inmensa colonia de algas tóxicas también invade nuestras costas- señaló calmada doña Tula, abriendo así el debate de ideas entre los presentes.
-Quiero aclarar, que hemos tratado de explicarles amablemente que su presencia es mala para nosotros- intervino el mero, asomando la cabeza – y al parecer ellas no entienden que no dejan entrar la luz del sol, limitando nuestro oxígeno, o será que no lo quieren entender.
-Mi amigo el bagre Luis, hoy amaneció flotando. Se murió por estar comiendo de esa cosa- comentó triste el corroncho.
-¡Sí, sí, es cierto!- corearon al unísono las bancadas de camarones, lisas y corvinas, que particularmente se sentían las más afectadas por la tragedia. -¡Y además de ser venenosas, también huelen fos!- gritó desde lo lejos una de las garzas, mejor conocidas por su fama de presumidas.
-Bueno, eso es porque ellas albergan unas pequeñas bacterias que desprenden cianuro- le respondió desgañitada la cotorra, chismosa como de costumbre -y conste que no es un invento mío, porque hace unos días se lo escuché decir a unos hombres con trajes blancos, que las estaban recogiendo en unos frasquitos.
-Me parece que lo mejor sería organizarnos- propuso el cangrejo azul, oculto bajo las piedras del muelle –los que vivimos fuera del agua, por ejemplo, podríamos colaborar, recogiendo la basura de la playa, con la cual se alimentan esos bichos. -¡Pues, yo les advierto que me largo, si esto no mejora pronto- vociferaba el caimán, completamente bañado en petróleo –¡me largo de aquí!
-Si la memoria no me falla- recordó doña Tula –mis abuelos, quienes provenían de una vieja estirpe del Amazonas, siempre contaban historias sobre una increíble guerrera, encargada de proteger a la naturaleza. Tal vez, esa guardiana aún existe y quiera ayudarnos.
-En ese caso, yo podría hablar con una comadre, que es amiga de la amiga de un conocido, que de seguro conoce a alguien que le podría avisar- se ofreció servicial y más oportuna que nunca la cotorra.
Y fue así, que gracias al canto de los pájaros, la brisa se llevó el clamor de los animales y el eco de un SOS desesperado, atravesó de punta a punta el territorio. Desde el murmullo acompasado de las palomas en las ciudades, pasando por el grito poderoso del águila del páramo, hasta la algarabía de las gaviotas, cada ave del país puso su granito de arena, para que la noticia se fuera esparciendo y llegara rápidamente a ese rincón de la selva, en donde se supone que dormía la famosa guerrera de las leyendas de Tula.
Al rayar el sol, su espíritu se despertó. Un fuerte temblor la liberó del cúmulo de tierra, ramas y las raíces que cubrían su cuerpo. Sus piernas tenían la fortaleza de la piedra y su torso era macizo, como la madera de los árboles centenarios del Ayuán Tepuy. La gigante se puso de pie y su cabeza golpeó las nubes, haciendo que la lluvia cayera sobre los ríos cercanos, afectados por las sequías. Pero la magia de su vida era breve, por lo cual debía partir inmediatamente hacia el occidente.
Cuando llegó era de noche y todos dormían, así que nadie notó su presencia. A cada paso que daba, el enorme peso de su aura compactaba los desechos que estaban en la playa del Lago, reduciendo su tamaño considerablemente. Con el ceño fruncido, miró indignada la devastación del lugar y llena de furia, lanzó uno de los rayos del “Catatumbo” hacia la gran mancha del verdín, que de inmediato ardió en llamas, consumiendo toda la colonia de micro algas. Después se dio la vuelta y se marchó, en silencio.
Al día siguiente, las aguas del Gran “Coquivacoa” otra vez lucían limpias y habían recobrado su esplendor habitual. Los equipos de ambientalistas y los animales, celebraban sorprendidos aquel cambio tan positivo. Ahora, solo quedaba cuidar que nunca más se volviera a repetir la misma historia.