“La cerámica no tiene fin ni fondo”

“La cerámica no tiene fin ni fondo” es uno de los 22 textos del libro Nuevo país de la artesanía de la colección Los rostros del futuro, concebida y producida por Banesco Banco Universal y ArtesanoGroup. Su compilador fue Antonio López Ortega. Si quieres leer más sobre este libro, descárgalo gratis en la Biblioteca Digital Banesco.
Texto: Juan Antonio González
Fotografía: Josselin Chalbaud 

Arquitecto egresado de la Universidad Central de Venezuela, junto con Josselin Chalbaud creó en 2020 el taller de cerámica Corteza, ha participado en los talleres de tecnología de cerámica de Nicola Centritto y desde 2022 pertenece al Movimiento Urbano de Cerámica de Caracas (MUC). Este caraqueño, nacido el 10 de noviembre de 1981, ha sido montañista, coleccionista de orquídeas y practicante del yoga, pero el ser ceramista lo pone ante un mundo de infinitas posibilidades para tomar decisiones y crear. Trabaja la cerámica utilitaria, aunque siempre llega a una expresión personal a partir de la arcilla, el torno, las pastas, el esmalte y el horno.

Para definir su vida, Cristian Fontana recurre a la imagen del Cañón del Diablo, en el Auyantepuy, desde donde se origina la caída de agua más alta del mundo. Ese lugar del Parque Nacional Canaima, al sur de Venezuela, concretamente en el estado Bolívar, lo visitó en 2015 y a partir de él este caraqueño, nacido el 10 de noviembre de 1981 en la Clínica Santiago de León, resume, refleja, todo lo que le fascina y lo ha llevado a hacer lo que hace y ser lo que es. Una monumental formación geológica que, a pequeña escala, se traslada a la arquitectura, la profesión de Fontana; un lugar mágico en el que el inevitable encuentro con su «yo» interior supera sus prácticas de yoga, y una pared natural de piedra que exhibe ante sus ojos una variedad impresionante de texturas, las mismas que desde su taller de cerámica intenta reproducir en piezas de carácter utilitario: platos, tazas, cuencos, jarras y hasta un banco para sentarse.

Cristian Fontana es de esas personas que son lo que se ve de ellas. Un joven con barba descuidada y cabello largo amarrado en una cola, franco, que carece de poses y que cuando habla de lo que ama se apasiona con tal vehemencia que sus palabras brotan de su boca con la misma fuerza del caudal de agua que cae desde lo alto del Auyantepuy y cuya potencia pudo experimentar en carne propia cuando descendió en rapel por el Salto Ángel. 

Montañista, coleccionista de orquídeas y bromelias, arquitecto con propensión al diseño armónico con la naturaleza y ceramista, Fontana, no obstante, creció en la urbanización Colinas de Bello Monte, concretamente en el conjunto residencial Parque Chulavista, cuyos cuatro edificios permitían que los vecinos se hicieran rápidamente amigos y hasta familia.

Hijo de profesores. Hijos de inmigrantes

“Mi familia en Venezuela es muy pequeña», cuenta Fontana. «Soy hijo de inmigrantes. Mi mamá es chilena y mi papá es italiano, pero nacido en España. Mi papá llegó a Venezuela con nueve años, y al cabo del tiempo conoció a mi mamá en un viaje que hizo a Chile. Él es profesor universitario y viajó a Santiago por un tema académico. Allá conoció a mi mamá y los dos se vinieron a Venezuela. Mi papá tenía un matrimonio anterior. Tengo tres hermanos, un hermano y una hermana mayor, por parte de papá, y uno menor por parte de mamá y papá. En casa somos cuatro”. 

En contraposición, el círculo de amistades del arquitecto y ceramista es numeroso. “Muchos de ellos son amigos del colegio, hijos de profesores y trabajadores de la UCV a los que seguí viendo en la universidad mientras estudiaba Arquitectura. Tengo amigos de hace más de treinta y cinco años. Son amistades que valoro mucho. Es increíble poder contar con personas que has visto durante todo ese tiempo y con las cuales has vivido cualquier cantidad de etapas de tu vida. Además, teníamos las mismas inquietudes por el hecho de ser hijos de profesores de la UCV y estudiar en el mismo colegio. Muchos de los padres de mis amigos eran amigos de mis padres”.

“Después de las clases, mis amigos y yo nos reuníamos en el patio central de esas cuatro torres a patinar, correr, meternos en el monte. Nos trepábamos a un techo que estaba donde se estacionaban por debajo los carros. Tengo unos recuerdos bonitos de mi infancia porque esa residencia de Colinas de Bello Monte me quedaba muy cerca del colegio en el que estudié: el Centro Educativo de la Asociación de Profesores de la Universidad Central de Venezuela (Ceapucv), que es una institución pedagógica para hijos de profesores y trabajadores de la Central. Hasta en bachillerato me regresaba a mi casa a pie, solo”, cuenta Fontana, cuyo radio de acción iba de su casa al colegio y de estos al Club Táchira. Recuerda también que con frecuencia viajaba con su familia a la isla de Margarita: en diciembre, Semana Santa, carnavales y en las vacaciones de agosto.

«El Ceapucv era un colegio pequeño en el que todas las secciones se relacionaban, desde los más pequeños hasta los más grandes. Era como una gran hermandad. En retrospectiva, siento que ese colegio nos enseñó muchos valores que en un colegio más grande, quizás, hubiese sido más difícil tenerlos. Nos transformó en grandes seres humanos», recuerda.

Para el arquitecto y ceramista, la Central se convirtió así en una extensión de su casa. “La UCV ha estado muy presente en mi día a día: mi papá era profesor en ella, yo hacía Educación Física una vez a la semana en sus piscinas y en su gimnasio; luego estudié ahí y también di clases. Forma parte de mi vida”, afirma.

“Mi padre es químico inorgánico, graduado en la UCV y a los pocos años de egresar comenzó a dar clases en la Central –prosigue Cristian Fontana–. Ahí hizo carrera hasta que se jubiló, muy joven porque comenzó a dar clases muy joven. Mi mamá es licenciada en Educación Física en Chile y cuando llegó a Venezuela, al casarse con mi papá, se dedicó por un tiempo a ser profesora de esa materia en el Colegio El Peñón. Al quedar embarazada dejó las clases y más nunca volvió a trabajar como profesora de Educación Física, sino que se dedicó básicamente a ser ama de casa. Siempre le gustaron las manualidades. Recuerdo que ella era de las mamás que preparaban los cumpleaños con meses de antelación, hacía centros de mesa, muñecos de anime para decorar las salas de fiesta, chupeteros, de todo. Era superfajada, como dicen. Creo que de ella me viene esa influencia del trabajo manual. A ella le gusta mucho pintar piezas de madera, tejer; hoy en día lo hace mucho”.

Aunque confiesa que de estudiante no le fue muy bien con la química, por lo que no aprovechó las ventajas que le ofrecía tener un papá químico, asegura que tiene muchas influencias de su progenitor, “sobre todo en la fotografía. De joven él fue un gran fotógrafo aficionado. Durante su primer matrimonio tuvo la oportunidad de viajar mucho y tiene un registro increíble en diapositivas que es de las cosas que más atesoro de mi papá. Por ese lado, he adquirido esa mirada esteticista que implica la fotografía. Creo que lo que he heredado de mi papá es ese amor por la fotografía, y de mi mamá, el trabajo manual”.

La materia, la revelación

Comenta Fontana que durante sus años de infancia y adolescencia nunca tuvo vínculo alguno con la cerámica. «Llegué a trabajarla en el colegio como una actividad de arte, pero no se profundizó. En la universidad tampoco hice nada con ella. Mi verdadero acercamiento con la cerámica surgió ya bastante grande, no tanto como la actividad propia del ceramista, sino como una relación con un material. En la arquitectura, día a día, siempre estamos buscando materiales, aprendiendo la relación entre un material y otro, qué aporta en el espacio, qué características tiene, de qué manera se puede utilizar, qué ventajas y desventajas tiene… En el mundo de la arquitectura el material siempre está muy presente, forma parte de la composición de la arquitectura», explica.

Así, cuando la cerámica apareció en su camino, ya el arquitecto estaba acostumbrado a analizar e interpretar materiales. “Descubrir la cerámica con todo lo versátil que es, con todos los campos en los que se puede aplicar, y todo lo que se puede hacer con ella, fue para mí una cosa increíble”. Y habla por él y por Josselin Chalbaud, su pareja y socia en el taller de cerámica Corteza, fundado por ambos en 2020: “En la medida en que fuimos estudiándola y fuimos capacitándonos, cada vez había más hambre por explorar y trabajar con ese material. Es difícil poder precisar en qué momento apareció la cerámica, pero si tuviera que decir un momento específico, diría que fue hace cinco años cuando decidí montar un taller en la terraza de mi casa y comenzar a trabajar con constancia y dedicación, y estudiando técnicas”.

Antes, la catarsis, como la denomina Fontana, se produjo durante la pandemia. “Siempre había tenido mucha inquietud por acercarme a la cerámica, pero nunca había tenido el tiempo suficiente, y si la cerámica requiere de algo es de tiempo. Durante la pandemia tenía todo el tiempo del mundo, así que aproveché para dedicárselo a esto que hacía tanto tiempo tenía en mente y que no podía desarrollar. Lo hice, básicamente, con lo que tenía en casa: arcilla, por ejemplo. Empecé a experimentar. Ese fue el momento en que se tomó la decisión de invertir en equipos, en herramientas y en espacio para entrar en el taller y comenzar a hacer el camino como ceramistas”. 

Contar con un torno fue el primer paso en firme para que Cristian Fontana se sintiera ceramista. Al adquirir ese aparato, la cerámica dejó de ser un hobby para convertirse en un oficio. El segundo oficio del arquitecto. La historia de cómo dio con él es la siguiente:

En una reunión habitual con una de sus vecinas, con la que acostumbraba a conversar o hacer partidas de juegos de mesa, Fontana preguntó por un torno. Casualmente, un primo de la señora le preguntó cómo era el aparato que buscaba. “Le mostré la foto y resulta que su abuela tenía uno. Como la señora había muerto, habló con su familia, que me conoce, y todos estuvieron de acuerdo en entregarme el torno, entregárselo a Corteza, en ese momento. Desde que ese torno llegó a la casa, ha sido magia. Luego buscamos en YouTube un canal que tuviera una buena pedagogía para aprender a tornear, cosa que es difícil hacer a distancia, pero sucedió. Una vez que comenzamos a trabajar con aquella máquina nos dimos cuenta de qué es la cerámica, empezamos a entenderla”, rememora el ceramista.

Un acercamiento empírico 

Tal como explicó Chalbaud, la socia de Fontana, en su momento, ninguno de los conceptualizadores del taller Corteza tiene estudios formales de cerámica. “Mi acercamiento a este material, a este oficio, fue netamente empírico, aprovechando las herramientas con las que hoy en día contamos. Internet te da muchísima información si uno sabe qué buscar y tiene criterio para entender qué información es valiosa y cuál no. Me acerqué a la cerámica por una inquietud muy grande por trabajar en el torno. Había visto una gran cantidad de imágenes de personas trabajando la cerámica en torno, que me generaban una curiosidad muy grande por experimentarlo. Tratando de saciar esa inquietud, descubrimos un gran material. A partir de ahí, hace como unos cinco o seis años, comienza el amor por la cerámica y evidentemente comienzan a aparecer una gran cantidad de preguntas: “¿Si quiero hacer esto cómo lo hago?”, “¿si quiero llegar a este resultado cómo lo hago?”, “¿cómo puedo hacer aquí, cómo puedo hacer allá?”, “¿por qué me salió esto mal?”. Ante todas esas preguntas, uno va buscando en Internet, pero siempre es importante consultar a una persona o a un instituto que te pueda dar respuestas”.

Así, tanto Chalbaud como Fontana terminaron participando en los talleres de tecnología de cerámica dictados por Nicola Centritto, principal proveedor de material cerámico para toda la comunidad de ceramistas del país. «Él no solamente se enfoca en Caracas, sino que despacha a varias partes de Venezuela, ya que muchos de los productos que se utilizan en la cerámica artesanal o de producción también se usan en ámbitos como la cosmética o el sector alimenticio…». 

Y continúa: «A través de esos talleres hemos podido conocer a la comunidad de ceramistas, que a veces es difícil hacer porque todos están metidos en sus talleres trabajando, porque la cerámica es una actividad que requiere de mucho trabajo, constante, diario, en el taller, para poder ir avanzando, descubriendo y desarrollando las piezas que uno quiere realizar. Básicamente, nuestra formación se resume a los talleres de Centritto, a la información que hemos conseguido en Internet, a libros que hemos consultado y a la experiencia que hemos tenido dentro del taller… Nos encantaría poder estudiar la cerámica más a fondo, pero ya más a escala de residencias artísticas en talleres locales o internacionales”. 

Y a través de esos talleres, también, el ceramista supo de la creación, en 2022, del Movimiento Urbano de Cerámica de Caracas (MUC), al que él y Josselin Chalbaud pertenecen desde entonces. «De un tiempo para acá la cerámica ha estado fuera del circuito expositivo de Caracas. Ahora sí hay una mayor presencia, pero hace cuatro años atrás no veías muestras sino de ceramistas consagrados en galerías, espacios públicos, en universidades. El MUC lo que ha procurado es darle exposición a la cerámica contemporánea y mostrar cómo es el mercado de los ceramistas. En la actualidad, el movimiento tiene que tener una acción de otro tipo con, por ejemplo, talleres en zonas populares, en espacios públicos, en escuelas…», comenta.

Algo que envuelve

Explica Fontana que en Corteza usan diversas técnicas: el torno, el laminado, la construcción manual, el molde… «Investigar lo que es la cerámica, entender todas las técnicas y ver qué podemos hacer con ellas nos abrió una caja de Pandora que todavía nos revela cosas. Al final, el ceramista termina creado sus propias herramientas, sus propias técnicas. Es un material tan dinámico, tan amplio, tan sensible, que te abre el camino a que tú puedas desarrollar tus propias técnicas».

Para referirse a la filosofía con la que nació Corteza, Cristian Fontana invita a revisar el primer post que tiene el taller de cerámica en la cuenta de Instagram @designcorteza, nombre que tuvo que adoptar porque era el único disponible con la palabra «corteza». La imagen que se ve allí es, precisamente, la de una corteza en blanco y negro. «No queríamos que la gente entendiera de qué corteza se trata pues llamamos así a la piel de un material, llámese concreto, vidrio, piedra, roca… Para nosotros, la corteza es algo que envuelve, y la cerámica es el conjunto de materiales que te permite poder imprimirle texturas o formas infinitas con herramientas sacadas de la naturaleza: conchas, restos de coral, pedazos de piedra, troncos, plantas… La corteza termina siendo una herramienta en nuestro taller, es como un lenguaje; el trabajo que hacemos en el taller con vidrio termina siendo como cortezas, como superficies. Otro aspecto de la corteza que define nuestro trabajo es que está compuesta de muchas capas; nuestro motor es la cerámica, pero está la capa del vidrio, la de la madera, la del textil…».

¿Arquitectura o cerámica?

A medida que el trabajo con la cerámica se hizo habitual en la cotidianidad de Cristian Fontana, surgió en él una disyuntiva que tuvo una pronta solución: «Muchas veces me he planteado si dejar la arquitectura para trabajar la cerámica, pero he descubierto que ambas actividades, si bien son bastante demandantes en cuanto a tiempo, se alimentan muy bien la una con la otra, y estoy empezando a reconocer cómo se cruzan; es decir, cómo la arquitectura se cruza con la cerámica y viceversa, las influencias que me generan una y la otra. En el material lo noto perfectamente, también lo veo en la manera que yo dentro del taller abordo los diseños; las piezas que creamos en el taller se parecen mucho a la forma en que yo en mi oficina abordo los problemas de la arquitectura, los ejercicios de la arquitectura o los proyectos que llegan a la agencia». 

Le pasa que cuando se acuesta pensando en la cerámica, se despierta con ganas de empezar a probar lo que soñó, «y cuando trabajo en arquitectura, veo formas, texturas, cosas que me estoy llevando hacia el lenguaje de la cerámica».

Entonces zanja el dilema: «Al final, creo que la arquitectura y la cerámica no se van a separar nunca. Nunca voy a dejar de ser arquitecto y nunca dejaré de ser ceramista. Ambas profesiones se complementan. Y aunque siempre tenemos esa exploración hacia la parte artística, el trabajo que desarrollamos en el taller es principalmente utilitario porque es el terreno en el que uno se siente más cómodo por la rama del diseño a la que uno pertenece. La parte utilitaria se podría entender como una rama más del diseño industrial, solamente que al ser trabajado en cerámica tiene el componente artesanal», dice al tiempo que aterriza el tema en la realidad: «Vivir cien por ciento de la cerámica hoy en día, en la economía venezolana, es un trabajo complicado. La verdad es que la arquitectura patrocina al taller de cerámica».

La carpeta de referencias

Sobre sus influencias comenta el arquitecto y ceramista que, como no proviene del mundo del arte, sus conocimientos acerca de los grandes creadores de la cerámica eran limitados, «por lo menos en mi caso, porque Josselin tiene más idea que yo porque se dedica a la fotografía de obras de arte y exposiciones», admite. Aun así, menciona entre sus inspiraciones locales a Noemí Márquez y a Seka. «De los contemporáneos está Cecilia Guevara, gran amiga de nosotros y que ha sido en parte responsable de que hoy en día seamos ceramistas, porque Josselin y yo nos conocimos en uno de sus talleres; era de experimentación sensorial y en él no te enseñaban ninguna técnica, sino a que descubrieras cómo es tu relación con ese material y cómo es ese material en sus diferentes estados, y qué puedes hacer con él o qué le puedes hacer a él en diferentes estados», explica, pragmático, Fontana.

En cuanto a los creadores internacionales que lo han impactado, menciona tres con la salvedad de que «todos los días con el Instagram tengo uno nuevo o sumo uno más a la carpeta de referencias… Puedo mencionar tres: está el japonés En Iwamura; hay una ceramista utilitaria coreana que vive en Estados Unidos que se llama Miro Chun, cuyo taller es Miro Made This, y también está el mexicano Gustavo Pérez, una eminencia en su país, fantástico. Otro taller que es una gran referencia es el ITT Ceramic, que se dedica a la cerámica utilitaria y tiene un trabajo increíble, pues llevan sus piezas muy bien elaboradas a una reproducción en masa, sin perder su calidad».

Expresión y desapego 

Aunque el fuerte de su trabajo es la cerámica utilitaria, Fontana admite que en la medida en que profundiza el conocimiento de sus técnicas, «uno se siente con mayor libertad para ir explorando otro tipo de objetos, de escalas»; valga decir, para acercarse más a creaciones autorales, artísticas. «En Corteza hacemos de todo; por supuesto, está la parte utilitaria, que a mí como diseñador me fascina, pero siento que al mismo tiempo es como una especie de calistenia para prepararlo a uno hacia una expresión personal. Hace más de un año desarrollamos una pieza utilitaria que es un banco cerámico para sentarse que está inspirado en muchas cosas pero que a nuestro entender está en esa frontera entre lo utilitario y lo decorativo», dice.

«Siempre competimos con piezas decorativas, con el arte, con la escultura. Pero como no venimos del mundo del arte, nuestro desarrollo viene por el material. Yo, como arquitecto, me siento cómodo en la parte utilitaria porque al ser un diseñador arquitectónico me acerco con más propiedad al desarrollo de elementos utilitarios decorativos, pero no podría considerarme un artista en la cerámica», agrega Fontana.

Tan viva está la cerámica en Cristian Fontana que intentar definir qué significa para él esta disciplina que se mueve entre lo funcional y lo artístico lo conduce a varias consideraciones. «Es un medio de expresión para mí, porque es un material con el que he encontrado respuestas a muchas inquietudes, bien sea por la parte técnica o porque me ha enseñado muchas cosas que no tienen que ver propiamente con la cerámica. Cuando hablas con ceramistas vas a escuchar una palabra recurrente: desapego. Cuando haces una pieza de cerámica enorme, por mucha experiencia que tengas, por muy buen horno que tengas, por muy cuidadoso que hayas sido en el proceso, esa pieza se puede partir o se puede deformar. No importa que tengas cincuenta años trabajando en esto, cada pieza te va a salir distinta: así uses la misma pasta, el mismo esmalte, el mismo horno, que lo quemes todos los días a la misma hora, va a ser diferente a las demás. Llega un momento en que esa sorpresa a veces es positiva y a veces es una tragedia».

«La cerámica –continúa– me ha hecho entender el significado del desapego; uno puede leer, entender lo que es el desapego, pero hasta que no lo experimentas no vas a saber lo que es. La cerámica como oficio te enfrenta mucho a eso, quieras o no quieras. Es una gran maestra, no solo en la parte técnica, sino en su proceso. Es un oficio que depende mucho del proceso. Lo dice el propio Gustavo Pérez: una vez que metes la pieza esmaltada en el horno por última vez, le pierdes todo el interés, te vas a otra porque ya no se puede hacer nada».

En constante calistenia 

A pesar de que este año el ceramista ha tenido que hacer frente a algunos episodios de salud con su padre –tuvo neumonía en enero y ahora en mayo le volvió a dar– que lo han obligado a disminuir su actividad en el taller, asegura que «el hambre y la sed de estar en el taller siguen vivos, más que nunca». La necesidad de explorar, conocer y aprender lo mantiene activo. «La cerámica es un oficio que siempre te va a ofrecer caminos. Es difícil que se agote. Cada vez que conoces más de cerámica te das cuenta de que es un mar sin fondo, y como no tiene fin ni fondo, creo que voy a estar metido de cabeza en ella por mucho tiempo. Además, la cerámica mantiene mi cerebro en constante calistenia», asegura Cristian Fontana, quien antes de dar por concluida la conversación hace una acotación:

«Aunque ya no tanto, soy practicante del yoga y con lo que me quedé de él, que tiene mucha relación con la cerámica, es la conciencia. La práctica de esa conciencia te abre a un mundo infinito que tienes ahí mismo, es tu presente, tu mayor regalo. Esto que digo parece el discurso de un influencer, pero es la verdad. La cerámica es un acto de mera conciencia, trabajas con un material que es muy sensible, pero que también tiene sus etapas. En su proceso de desarrollo tienes que saber qué hacer en cada momento, entonces tienes que ser muy consciente a la hora de hacer una pieza de cerámica».

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