“Morochito” Rodríguez tuvo el altísimo privilegio de ser el primer venezolano que subió a lo más alto del podio en 1968 en los Juegos Olímpico de México.
Por Javier González
El sábado 26 de octubre de 1968, nuestro deporte alcanzó la cúspide universal con la primera de cuatro medallas de oro cosechadas por atletas venezolanos en Juegos Olímpicos. Un modesto muchacho cumanés de 23 años de edad, Francisco “Morochito” Rodríguez, tuvo el altísimo privilegio de ser el primer venezolano que subió a lo más alto del podio en la cita celebrada en la capital mexicana.
Se encargó Rodríguez, joven de hogar humilde, criado en el barrio San Luis de la ciudad de Cumaná, de representar las máximas ilusiones de nuestra juventud emprendedora, al triunfar en la disciplina de boxeo, categoría mínima. Después de Rodríguez otros tres atletas venezolanos han disfrutado la máxima emoción olímpica: Arlindo Gouveia, en la disciplina de taekwondo (Barcelona, España-1992), el esgrimista Rubén Limardo (Londres, Inglaterra-2012) y la atleta de pista y campo Yulimar Rojas, en la prueba de salto triple (Tokio-2021) con récord olímpico y mundial.
Un mes después de regresar a Venezuela, la revista Líneas (N° 139, noviembre de 1968), órgano de comunicación institucional de la compañía Electricidad de Caracas, le dedicó bonito reportaje a “Morochito”, de la pluma del periodista deportivo Próspero Navarro Sotillo, cuyo texto transcribimos a continuación:
¿Y dónde está “mi” medalla de oro?
“Morochito” Rodríguez demostró así el ejemplo de su fe en la juventud
Francisco “Morochito” Rodríguez recién acaba de conquistar para Venezuela el máximo galardón: una Medalla de Oro en los Juegos de la XIX Olimpíada, realizada en México. El modesto muchacho de Cumaná alcanzó tal distinción en el peso mosca ligero o mini mosca (48 kilos), disputa boxística que por primera vez se pone en juego en una Olimpíada; Venezuela sólo había ganado dos medallas de bronce en cinco asistencias previas a la cita olímpica.
Esta es la noticia. . .
Ahora, el hombre como ejemplo de grandes hazañas físico-síquicas, es otro factor. El más importante.
No es la hazaña en sí y de por sí plasmada en el récord o la marca, se trata de algo que atañe a todos por igual: el extraer enseñanzas del ejemplo que, en este caso específico, logró un ex limpiabotas y vendedor de “gofio cumanés”, humilde venezolano: “Morochito” Rodríguez.
La juventud bien podría captar estas filosóficas frases del exmilitar Pierre de Fredi, Barón de Coubertin, al dirigirse a las organizaciones deportivas de aficionados de todo el mundo. Sucedió el 15 de junio de 1894, y versaba así:
“Antes que nada se necesita mantener en el Deporte el noble y caballeroso carácter que lo distinguió en el pasado, para que pueda continuar formando parte de la educación popular de los tiempos presentes, del mismo modo que el deporte sirvió de manera tan hermosa en los tiempos de la Grecia antigua. El público tiene la tendencia errónea de transformar al Atleta Olímpico en un gladiador pagado. Estas dos actitudes no son compatibles”.
El Barón de Coubertin, nacido en París en 1863, abandonó la carrera militar para viajar y observar, cuando tenía sólo 24 años. Sus objetivos: ayudar a la juventud transformando la pedagogía, pues sin ella nada harían las modificaciones de orden político, económico y social, como el restablecimiento de los Juegos Olímpicos bajo la égida del helenismo. ¿Y qué eran aquellos eventos?
Los Juegos Olímpicos nacieron en la Grecia Antigua desde el año 776 antes de Cristo y su “longeva” existencia llegó hasta el 392 después de Cristo, celebrándose con festivales diversos atléticos y culturales, la iniciación del siguiente período cuatrienal, lapso que los griegos llamaron Olimpíada. Antes de la venida de Jesucristo al mundo, los helénicos habían celebrado ya casi doscientos Juegos Olímpicos (194 exactamente) y noventa y siete realizados a posteriori.
Grecia, al ser dominada por los romanos, vio también la suspensión de esa Olimpíada, y en el año 393 el Emperador Teodosio I decretó su extinción, endilgándoles el calificativo de paganas, para lo cual, como para borrar todo aquello, aplicó fuego y barbarie. Los helénicos dejaban la impronta de tales justas entre 776-773 antes de Cristo para la primera Olimpíada; el de 389 a 392 después de Cristo a la 292ava y última. Bajo el Imperio Romano parecía haberse extinguido la tradición griega de 1.169 años de Juegos Olímpicos pero. . .
La época moderna –fines del Siglo XIX– trajo para el mundo deportivo internacional las nuevas Olimpíadas, reavivadas por el inquieto espíritu de un gran romántico y estudioso, preocupado por los problemas que confrontaba la juventud. Así en 1896, en Atenas, avizorada por su Partenón, trece naciones reinauguraron otra Primera Olimpíada con la exclusiva participación de 285 hombres (no compitieron mujeres, pues ello ocurrió en la II, el año 1900 en París, donde se vio a media docena de damas por primera vez).
Volarían los días del calendario olímpico como también se irían aumentando los competidores, a partir de la IV en 1908 (Londres) porque en la anterior (III) en San Luis –1904– participaron sólo hombres: 496. Pasarían a Estocolmo (Suecia) el año 1912 con 2.541 atletas, entre los cuales figuraban 57 damas. 28 países estaban representados por sus respectivos Comités Olímpicos Nacionales que, al igual que hoy, dependen del Comité Olímpico Internacional (COI).
En Inglaterra en 1908 el número atlético se elevó a 2.059 entre hombres (2.023) y damas (36). La VI fue concedida a la ciudad de Berlín (Alemania) –ya que no se adjudica la sede al país– tuvo que ser cancelada debido a la Primera Gran Guerra Mundial, que finalizó en 1918 en un vagón de la floresta de Compiegne (Francia) donde se firmó el Armisticio. Otra conflagración, la Segunda Guerra Mundial, provocó la suspensión de los XII Juegos Olímpicos acordados para Tokio (Japón) en 1940, y los XII a Londres (1944). En el resto de los mismos: VII en Amberes (Bélgica) 1920, los VIII en París (Francia) 1924; los IX para Amsterdam (Holanda) 1928, los X para Los Ángeles (Estados Unidos de Norteamérica) y los XI a Berlín el año 1936, cerrarían la etapa crucial de dichos festivales.
Ya anotamos la suspensión de los años 40 y 44, pero Londres (Inglaterra), la capital recién salida de los bombardeos de la “Luftwaffe” alemana, presentó en 1948 el XIV espectáculo de los grandes cotejos de los atletas del mundo. Allí se reunieron por primera vez 4.030 hombres y 438 mujeres. La cifra la superó Helsinski (Finlandia) en el 52 con 5.867 atletas; los XVI en el lejano Melbourne (Australia) el 56 con un sensible descenso de participantes: 3.184 –apenas 371 féminas–. Pero siempre la atención a la inglesa, descolló en tan lontano lugar. Vinieron las XVII Olimpíadas en la Ciudad Papal: Roma (Italia). Cipayos de la India con turbantes blancos, el Estadio de Marmi, el Palazzetto dello Sport, el Villaggio Olímpico, en todo aquel conjunto de instalaciones hasta el sitio de concentración de las damas, que jocosamente llamarion los italianos “il pollaio” que albergaba a 732 atletas del bello sexo, superando el récord de la justa finesa. En total, 5.565 concursantes.
El “Arrivederci Japón” indicaba para cuatro años después (1964) a la ciudad de Tokio como sede de los XVIII Juegos. En su clausura se vislumbraba ya el panorama de la altura de la ciudad de México, pues el 18 de octubre de 1963 en ocasión de la sexagésima sesión del Comité Olímpico Internacional (COI), celebrada en Baden-Baden (Alemania) se había discutido sobre la sede para los aztecas. Y de las 58 boletas distribuidas, el resultado favoreció a México (30 votos), Detroit (14), Lyon (12) y Buenos Aires (2 votos).
El Día de la Raza –12 de Octubre de 1968– la atleta Enriqueta Basilio, hija de agricultores mexicanos, encendió el pebetero olímpico en el majestuoso Estadio Azteca, para convertirse en la primera mujer que inauguraba unos Juegos, los XIX de una Olimpíada del Mundo.
Fue en justa de tanta significación para los olímpicos, donde un chico de ejemplar extracción popular, morador de una vivienda humilde, en el barrio San Luis, en Cumaná (Estado Sucre), ganaba contra un cubano (Rafael Carbonell), un indio (Hatha Karunaratne), un estadounidense (Harlan Marbley) y un surcoreano (Yong-Ju Jee), la Medalla de Oro. “Morochito” Rodríguez, dirigido por su entrenador Ángel Edecio Escobar, sobrepasó cualquier hazaña que, desde los tiempos del casi legendario Teo Capriles y Asnoldo Devonish –por sólo individualizar– lega a Venezuela la gran fe que un día puso de manifiesto ante su propio mentos, mientras le preguntaba:
¿Y dónde está “mi” Medalla de Oro?
Esa inquisitiva como inquietante interrogación la hacía “Morochito” Rodríguez a su director Escobar, apenas iba a comenzar la gran jornada. Y es, por ello, un ejemplo de constancia y fe para la juventud”.