Son la base de nuestro idioma y sin ellas no sería posible construir las palabras, sí, nos estamos refiriendo a las letras. Recientemente la Real Academia Española de la Lengua publicó un libro en el que los académicos le rinden homenaje a las letras que identifican sus respectivos asientos en esa instancia.
Compartimos artículo publicado en ABC.es, titulado “La RAE homenajea a las moléculas de la lengua“:
Con solamente los 27 elementos de esta tabla periódica, en caprichosa combinación, se han escrito las leyes de Einstein, los Episodios Nacionales de Galdós, el artículo que tiene entre manos y también «Al pie de la letra: Geografía fantástica del alfabeto español», volumen presentado ayer en la Real Academia Española.
Más que un libro, es un juego en forma de compendio en el que los 67 académicos, pasados o presentes, homenajean a las piezas de este puzle, mayúsculas o minúsculas, que coronan sus asientos en la RAE.
El director de la Real Academia, José Manuel Blecua (letra h minúscula), destacaba como este “hermoso libro”, concebido por primera vez en 2001 y ampliado en 2007, comenzó siendo una edición no venal, una broma casi privada que ahora, con motivo del tercer centenario de la academia, accede a la luz pública desvelando lo que muchos castellanoparlantes se temían: los académicos de la lengua son unos cachondos. Como muestra, la greguería de Gómez de la Serna que recuerda Blecua en su homenaje a la hache minúscula: «El hambre del hambriento no tiene hache. ¡Con filigranas al hambre verdadera! El ambre, si es verdadera ambre, se ha comido la hache».
El primer centenario que celebran
«Conmemorar, más que celebrar» el tercer centenario, apunta con precisión el académico Darío Villanueva, secretario de la academia. Esta efeméride secular, recuerda, tiene lugar por primera vez en este 2014, ya que la accidentada historia europea la hizo coincidir, en el siglo XIX, con la invasión napoleónica, y en el XX, Antonio Maura, entonces director de la RAE, decidió que los albores de la Gran Guerra aconsejaban no andarse con mucho festejo.
Así, la publicación de esta ingeniosa chufla entre eruditos marca el punto intermedio de los fastos por el 300º aniversario de la RAE, que comenzaron con la edición facsímil del Diccionario de Autoridades y finalizará con la anhelada 23ª entrega del DRAE.
Villanueva, por ejemplo, que ocupa el sillón D mayúscula, se marca un lipograma de cuatro páginas sin emplear la letra d que, medio siglo antes, le habrían garantizado un abono de por vida para la primera fila de la OuLiPo de Perec y Queneau, a los que cita, pero no a Duchamp, por motivos obvios. Otros académicos, como Buero Vallejo o Muñoz Molina, la emplean en cambio hasta la extenuación -de forma pragmática, poética, o incluso matemática- para transmitir su valor.
José María Merino (letra m minúscula) es el coordinador de este compendio publicado en colaboración con la Fundación José Manuel Lara, que en su nueva edición recoge 12 nuevos textos con respecto a la de 2007, incluyendo los de Soledad Puértolas (g minúscula), Inés Fernández Ordóñez (P mayúscula) o el propio Merino. Pese a haberlo compilado y a dominar con suficiencia las palabras, no le resulta fácil definir este libro, hasta hace poco, un libro secreto.
Lo llama “juego”, aunque bien podría darse aquí lo que Barthes llama fatiga del lenguaje. La atribución “misteriosa y simbólica” de una letra a un académico llena esta particular geografía de “memorias personales, poemas, erudición, distribución geográfica de fonemas, humor, especulaciones narrativas… tiene que ver con la quimera, es un juego erudito y estético”, trata de condensar Merino.
Cela y sus razones para la Q
Los académicos dejan, sin duda alguna, su huella personal en su vinculación con la letra que les toca representar. Así, por ejemplo, el añorado Camilo José Cela y Trulock: “El motivo de mi confesada inclinación es que la letra Q, léase cu, mayúscula, es la silla académica donde cada jueves del curso asiento mi cu, tradúzcase culo, y ya se sabe que de bien nacidos es ser agradecidos y estar siempre dispuestos a reconocer la dádiva y el favor”.
Otro ejemplo es el de Antonio Mingote (sillón r minúscula) y su sentido homenaje a “ese hatajo de palabras bajo cuya inicial me siento”, que leído en voz alta provocaría un síncope a cualquier afectado de rotacismo. “Esta r, símbolo de la frivolidad y la inconsecuencia, tiene una hermana gemela que a veces la acompaña, y entonces resulta arrebatadoramente, irresistiblemente, irremediablemente enérgica y vibrante. Lo que los técnicos llaman vibrante múltiple, y muy vibrante tiene que ser para que la llamen múltiple siendo solamente doble”.
Algunos de los textos, como los de Pedro Laín Entralgo o Margarita Salas, (j minúscula e i minúscula respectivamente) encajan con los discursos de ingreso en la academia. Otros, son maravillosos ejercicios de estilo que sobrevuelan imaginativamente estas moléculas de la lengua. Y es que, como dijo Ralph Waldo Emerson, “para leer como es debido hay que ser inventor”.
Cinco letras
Fernando Fernán Gómez y la B mayúscula
“Uno de los encantos de la B es el de ser labial. Junto los labios para pronunciarla, me beso a mí mismo. Debo separarlos de nuevo para que la voz suene. Y para que queden dispuestos a un nuevo acto labial. No hay aquí diferencias entre mayúsculas y minúsculas”.
Miguel Delibes y la e minúscula
“Es la gramática oye, el porqué pregúntaselo a los académicos, y no aclaró más, pero bien mirado, eso no era más que el comienzo, que una tarde llegó la g y el señorito Lucas les dijo, la g con la a hace ga, pero la g con la e hace je, como la risa”.
Soledad Puértolas y la g minúscula
“Ciega los ojos la luz de agosto / Agradece el calor la flor del geranio / En los márgenes del día aún virginales / Sigilosamente y sin vergüenza alguna / Se gesta un sueño de prodigios y glorias / Luego desvanecido con ligereza”.
Torcuato Luca de Tena y la N mayúscula
“Cuando los señores académicos de la Española, que entonces presidía Dámaso Alonso, tuvieron la gentileza de abrirme las puertas de la docta casa, me fue asignado el sillón N. Es preciso sacar de su error a tanta y tanta gente, pues lo cierto es que dichos sillones no existen. Son una pura entelequia”.
Antonio Muñoz Molina y la u minúscula
“La letra es pequeña, pero eso no hace que el sillón sea menos labrado e imponente, y uno se acomoda en su concavidad de una manera muy satisfactoria, y además sin el exceso de empaque que tienen otras letras, como la hache mayúscula o la ene mayúscula, que son casi como frontispicios de monumentos”.
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