Por Ignacio Serrano
@IGNACIOSERRANO
Robinson Canó lo tenía casi todo. Figura estelar en las Grandes Ligas durante 14 temporadas, brilló con los Yanquis de Nueva York antes de firmar un contrato con los Marineros por 10 temporadas y 240 millones de dólares, en 2014.
Nacido en República Dominicana, era una de las caras más gratas del juego. Siempre con una sonrisa, atento ante periodistas y aficionados, seguro defensor de la intermedia y peligroso bateador.
Ha sido seleccionado al Juego de Estrellas en ocho ocasiones. Ha ganado 11 veces el Bate de Plata. Está cerca de completar los 3.000 hits. Comenzó la campaña como un candidato seguro al Salón de la Fama.
Todo eso está cubierto ahora por una pátina, la vergonzosa capa gris que mancilla a todo atleta sorprendido en un caso de dopaje.
Canó consumió furosemida, un diurético que no genera fortaleza muscular ni resistencia física. En teoría, no es una droga dopante. Es un medicamento que se emplea para el tratamiento de delicadas afecciones de salud, que algunos deportistas usan para acelerar el proceso de limpieza de la orina, permitiendo que las rastras de esteroides o anfetaminas desaparezcan más rápidamente, pudiendo así escapar a los controles.
El quisqueyano lo tenía casi todo. Quizás pensó que a su edad (tiene 35 años de nacido) necesitaba una ayuda adicional. O tal vez tenía mucho tiempo apelando al dopaje, es algo imposible de probar hoy. En su declaración, aseguró que tomó el químico bajo orden médica, pidió perdón y aceptó el castigo. Aunque tales palabras llevaron consigo cruciales contradicciones.
No explicó cuál es su mal, y resulta poco creíble que es víctima de un fallo cardíaco congestivo, que está enfermo del hígado o tiene algún trastorno en el riñón, siendo que se mantenía activo y productivo en las Mayores. Son las condiciones que generalmente conllevan al consumo de esta sustancia.
No reveló el nombre del doctor que supuestamente le recetó incorrectamente, ni ha hablado de demandarlo por la pérdida de los 11 millones de dólares que dejará de ganar mientras dure la suspensión.
No justificó por qué, después de 14 años de exámenes antidopaje, cayó víctima de una inocentada al no intentar verificar qué estaba consumiendo.
Canó lo tenía casi todo. Le faltaba brillar en los playoffs con Seattle, equipo que no clasifica a la postemporada desde hace tres lustros, y esperar por su ingreso a Cooperstown.
Ya es seguro que este año no podrá ver acción en octubre, en la recta final por la corona. La sanción se lo impide. Y hoy, por primera vez, debido a este escándalo, se ve lejos del Salón de la Fama.