Caracas de quebradas y ríos (VII)

Publicado : 6 mayo, 2025

Categoria : Destacados, RSE

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Este texto forma parte de la serie Crónicas de la (des)memoria urbana de Caracas, una propuesta del periodista Pedro García Otero para reencontrarnos con la ciudad.
Por Pedro García Otero 

Alguna vez leí por ahí que a Caracas la atraviesan 37 quebradas o ríos. Las páginas web más importantes hablan de 18: seis ríos y doce quebradas. El destino de esas aguas, que vienen limpias desde el Ávila, o ya contaminadas desde los Altos Mirandinos, y van a depositarse en los Valles del Tuy, para finalmente caer al mar en Paparo, en las cercanías de Río Chico, municipio Páez del estado Miranda, es un asunto de interés nacional, al que se le presta escasísima atención.

La diversidad de desvaríos que se han cometido con los cursos de agua de Caracas (empezando por considerarlos una suerte de gran albañal a cielo abierto) está íntimamente relacionado con otro enorme despropósito: el monumental desdén que esta ciudad, hecha por autoridades pero también por habitantes, ha tenido por lo público, ese concepto difuso que en el imaginario venezolano significa “no es de nadie”.

Por sus feraces condiciones naturales, en Venezuela la naturaleza se ha concebido, en el imaginario histórico, como un enemigo, algo que había que conquistar. Y eso se constituye en otro desdén. 

Quienes hayan tenido la oportunidad de circular por la quebrada de Catuche se darán perfecta cuenta de esto: es el curso de agua que puede haber dado comienzo a lo que conocemos como Caracas, y su nacimiento se produce en el Ávila, justamente, en la “Puerta de Caracas”, el Camino de los Españoles. Tiene valor histórico (en ese barrio hay hermosas obras de acueducto del siglo XIX, y por ahí pasa el puente El Guanábano, creado por la empresa de Gustave Eiffel), pero esos tesoros están escondidos y deteriorándose.

A lo largo del tiempo, la quebrada de Catuche ha sido habitada (la tragedia de 1999 se cebó infinitamente con sus sufridos ciudadanos); fue canalizada, sepultada y finalmente arrojada al río Guaire, luego de atravesar, escondida, las avenidas Fuerzas Armadas, Urdaneta, Universidad, Bolívar y Lecuna. Casi nada. 

Otro tanto se puede decir de las quebradas Anauco, Chacaíto y Altamira, desaparecidas de la vista pública. Justamente, los últimos proyectos de canalización de quebradas que se realizaron en esta ciudad trataron de esconderlas, como se hace con un albañal. Los resultados, hay que decirlo, no han sido buenos. El “paseo Anauco”, por hablar de la última intervención urbana de envergadura a nuestras quebradas, es hoy una tierra de nadie. Hacia el este, las cosas no pintan mejor. Las quebradas de Chacaíto, Quintero, Altamira y Agua de Maíz, encapsuladas, bajo tierra, invariablemente van a parar al albañal mayor, el Guaire. Agua de Maíz fue, hace 20 años, protagonista de un incidente brutal que contribuye a nuestra leyenda de realismo mágico: se desbordó en pocos minutos, y un joven murió ahogado en plena autopista Francisco Fajardo.

En algunas ocasiones se ha hablado sobre el rescate de las quebradas caraqueñas. A un gobernador del Distrito Federal (calculen ustedes los años), tan bienintencionado como mal orientado, se le ocurrió hacer un paseo a orillas del Guaire, en Plaza Venezuela. Si se asoman al frente de la plaza, por donde está el tubo de Hidrocapital, todavía verán el paseo y los banquitos. 

Por ahí hay un proyecto hermoso, soñador, de un tranvía-tren de cremallera entre la quebrada Anauco y Galipán. Por supuesto, requeriría desalojar el inmenso barrio que se ha alojado a sus orillas desde tiempos inmemoriales. 

Lo más importante de las quebradas caraqueñas, en principio, sería despojarlas de su carácter de albañales a cielo abierto, algo que nos permitiría no sólo aprovechar, eventualmente, las aguas que bajan del Ávila, sino recuperar esa inmensa costa que va desde Higuerote hasta Boca de Uchire, en Miranda, que hoy no tiene ninguna perspectiva de aprovechamiento de su potencial turístico, precisamente, por la contaminación que desde el Tuy (es decir desde el Guaire, y es decir desde el San Pedro, en Los Teques) se arroja al mar. 

Tenemos la experiencia de Santiago de Chile, donde el Mapocho, de características muy parecidas a nuestro Guaire, ha sido sometido a un proyecto de limpieza y se ha “hundido” la autopista que lo bordea (muy parecida también a nuestra autopista Fajardo). 

Desde fuera, luce como un interesante experimento de renovación urbana. Los espacios ganados a la autopista (esa autopista que en nuestra ciudad es un tema en sí mismo) son hoy parques y galerías de arte móviles por las que la gente trota o simplemente respira y vive. 

Yo por mi parte sueño, aunque mis ojos ya no lo vayan a ver, que algún día pasearemos por el borde del hermoso sistema de quebradas de Caracas, y que esto hará de nuestra ciudad una de las más atractivas del mundo, cuando ya no estemos en contra de nuestra naturaleza y le permitamos sus espacios.

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