Mediante un estudio se ha revelado que las amistades más cercanas que escogemos tienen algún parecido genético con nosotros. Compartimos artículo publicado por: Tendencias21 bajo el título Los amigos son la familia escogida… por nuestros genes.
Se suele decir que los amigos “son la familia que escoges”. Parece ser que, a nivel genético, esa expresión también es verdadera.
Un estudio realizado en la Universidad de California, San Diego, y en la Universidad de Yale (EEUU) ha revelado que las amistades, aunque no estén biológicamente emparentadas, se parecen entre sí genéticamente. El grado de similitud sería, más o menos, como el que mantenemos con un primo cuarto.
“Tenemos más ADN en común con la gente de la que nos hacemos amigos que con los extraños de una misma población”, asegura el genetista de la UCSD James Fowler, co-autor de la investigación, en un comunicado de dicha Universidad.
En porcentajes, las similitudes genéticas halladas entre amigos ascendieron al 1%. Esta cifra “puede no parecer mucho”, explica otro de los autores del estudio, el sociólogo de Yale Nicholas Christakis, “pero para los genetistas es un número importante”. Implicaría que, de alguna manera, “en una población elegimos, entre una miríada de posibilidades, a amigos que se parecen a nuestros parientes”.
El estudio en números
Los científicos analizaron casi 1,5 millones de marcadores de variación genética del genoma humano de 1.932 individuos y parejas de amigos que fueron comparados.
Todos los datos fueron tomados del Framingham Heart Study de Massachusetts (EEUU), un estudio cardiovascular en marcha desde 1948 que contiene una ingente cantidad de información.
Esta información es predominantemente sobre personas de origen europeo, lo que podría ser un inconveniente para algunas investigaciones. Sin embargo, en este caso, esta condición resultó ventajosa, pues ha permitido comparar la relación entre genética y amistad en una población específica.
Los atributos compartidos entre amigos o “parentesco funcional” pueden conferir diversas ventajas evolutivas. Para empezar, en términos muy simples: Si tu amigo tiene frío, encenderá un fuego, del que tú también te beneficiarás.
Por otra parte, algunos rasgos fundamentales de nuestra especie, como el habla, solo pudieron surgir en el entorno de la comunidad. Según Fowler: “El primer hablante necesitó de alguien con quien hablar. La capacidad es inútil si no hay nadie con quien compartirla. Este tipo de rasgos en las personas son una especie de efecto de la red social”.
Pero, en cuanto a evolución y amistad, el estudio ha revelado otro punto aún más interesante: los genes que fueron más similares entre amigos parecen estar evolucionando más rápidamente que otros genes. Esto supone, señalan los científicos, que nuestras relaciones sociales más íntimas podrían estar propiciando nuestra propia evolución.
Fowler y Christakis piensan que este hecho explicaría por qué la evolución de nuestra especie se ha acelerado en los últimos 30.000 años, y sugiere que el entorno social es en sí una fuerza evolutiva.
Por último, los investigadores consideran que sus hallazgos respaldan la perspectiva metagenómica de los seres humanos (la metagenómica es el estudio del conjunto de genomas de un determinado entorno): “Nuestra condición física no sólo depende de nuestras propias constituciones genéticas, sino también de las constituciones genéticas de nuestros amigos”, afirman.
Parecidos y diferencias
Fowler y Christakis encontraron, por otra parte, que los amigos se parecen más unos a otros en determinados genes. Por ejemplo, en los relacionados con el sentido del olfato. Y se diferenciaban más en otros tipos, como en los genes que controlan la inmunidad.
Es decir, los amigos son relativamente más disímiles en su protección genética contra diversas enfermedades. La ventaja evolutiva de esta diferencia sería la siguiente: Tener conexiones con las personas que son capaces de soportar diferentes patógenos reduce la difusión interpersonal.
Para terminar, en su estudio Fowler y Christakis desarrollaron lo que ellos llaman una “puntuación de la amistad”, destinada a predecir qué personas serán amigas. Su fiabilidad es similar a la de las predicciones, a partir de los genes, de la probabilidad de padecer obesidad o esquizofrenia, aseguran.
Una cuestión abierta
La pregunta que emerge de todos estos hallazgos es la siguiente: ¿Cómo “hacen” nuestros genes para seleccionar nuestras amistades? Este es un debate abierto, explican los científicos. En el caso de las similitudes genéticas vinculadas al olfato, Fowler señala que podría ser que nuestro sentido del olfato y el de nuestros amigos nos atraigan hacia ambientes similares donde nos encontramos (por ejemplo, cafeterías, si nos gusta el olor del café).
Pero los propios investigadores reconocen que esta respuesta no es suficiente y señalan que muy probablemente haya diversos mecanismos, que operan tanto en concierto como en paralelo y que nos impulsan a elegir a amigos genéticamente similares.
Quizá sean los mismos que nos impelen a buscar pareja también en individuos genéticamente parecidos, tal y como señaló otra investigación sobre el vínculo entre ADN y relaciones personales, publicada el pasado mes de mayo por la Universidad de Colorado en Boulder, Estados Unidos.
Otro estudio más, de 2006, señalaba que existe una razón biológica para este último hecho: la de la conservación y perpetuación de la especie; pues se ha constatado que las parejas genéticamente parecidas tienden a vivir felizmente unidas, lo que a su vez aseguraría el bienestar de la descendencia.
Imagen original: http://la-ciencibilidad.blogs.quo.es/files/2011/05/rse_genes.jpg