Este texto forma parte de la serie Crónicas de la (des)memoria urbana de Caracas, una propuesta del periodista Pedro García Otero para reencontrarnos con la ciudad.
Por Pedro García Otero
Hace cosa de 10 años se armó una gran polémica (grande incluso para nuestros estándares) en relación con un cortometraje de estudiantes de Comunicación Social titulado “Caracas, ciudad de despedidas”. Fue una de las primeras veces en las que se aplicó una presión tan fuerte desde las redes sociales, que debe haber inaugurado, al menos en Venezuela, lo que hoy hemos normalizado como “cultura de la cancelación”.
Entre otras razones, aquel documental, que sólo duró un día en Youtube, se hizo famoso por la frase de un joven que afirmaba ser “del este del este”, como expresión de pertenecer a las clases más acomodadas de nuestra ciudad.
Aparte de la frase en sí, destacaba la acentuación, ese “mandibuleo” que hoy por hoy, en la diáspora, se ha manifestado, también, como señal de nacionalidad, y dentro de esa nacionalidad, de pertenecer, de alguna manera, a una élite socioeconómica caraqueña.
Hoy, cuentas de redes sociales, explotan esas diferencias de acentuación (que terminan siendo, o por lo menos pareciendo, diferencias sociales) para monetizar, y muchas veces, generar un debate público.
Lo cierto es que en todas las ciudades hay tribus urbanas, y Caracas no es la excepción, y siempre genera apasionados debates. Esas tribus se expresan con comportamientos, vestimenta, gustos y acentos. En Caracas, por ejemplo, hay una forma de ser catiense, y dentro de esa forma, hay una específica del 23 de Enero; hay una forma de ser del sureste, o de Petare.
Hace más años que los que median entre nosotros y “Ciudad de Despedidas”, hubo una canción de rap muy famosa, llamada “Petare barrio de Pakistán”. Esa canción, cantada por caraqueños de Catia, habría sonado diferente. Mientras en Catia el habla es más parecida al caraqueño tradicional, con unos dejos del colombiano, en Petare tiene el dejo áspero del barloventeño que fue a instalarse allí históricamente. El sonsonete que reconocemos como caraqueño actual, con su cantado, es típico de las clases medias, y así. Hay una forma de hablar según te acomodes. A veces formas de hablar y vestimenta no concuerdan, porque podemos creernos una cosa y ser otra, y así.
Esto habla, por supuesto, de una Caracas que tiene diversidad y riqueza cultural. Una Caracas de múltiples realidades, en la que, en la ciudad formal, no ha habido en la práctica, a diferencia de otras grandes ciudades del mundo, violencia de pandillas, relacionada con la territorialidad (quizás algunos conatos, de influencia cultural extranjera, en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado).
En la Caracas autoconstruida la realidad, lamentablemente, es otra, como se demostraba cada fin de semana hasta no hace mucho tiempo. Esta violencia, sin embargo, no tenía que ver con la diferencia cultural, sino con otra mucho más pragmática, la que generan los negocios ilícitos.
Nuestra propia realidad urbana nos hace proclives a la diferencia cultural. Caracas no es una ciudad con una topografía (y mucho menos con una cuadrícula urbana) que se presten a la interacción; así, ser de Bello Monte y de San Agustín, por mucho que sean dos colinas contiguas en el valle de los toromaimas, implican una realidad y una forma de ver el mundo completamente diferentes.
Cada zona de la ciudad se fue pegando a la anterior como en un Lego desordenado, y esa zona se llenó de gente muchas veces a la carrera; y eso, esa mezcla de diferencia geográfica y arquitectónica con desarraigo repentino, favorece mucho el desarrollo de unos patrones culturales determinados.
Hoy, entre tantas cosas que pasan en Caracas, sucede una muy buena: diversos emprendedores están haciendo tours a los barrios, especialmente a aquellos que tienen una vida cultural rica, como San Agustín. Tours de taguaras, de las calles más paganas del centro, o al casco colonial de Petare, que encierra (y nunca mejor dicho, porque se quedó encerrado en el barrio) auténticos tesoros.
Es una manera de reconocernos, de decir, que en esta ciudad, como todas, dodecaédrica, podemos coexistir y disfrutar lo que somos, en vez de flagelarnos por ello. Porque a lo mejor lo que nos falta en estilo nos sobra en cancha y sabor, y quién se atreve a negarlo.
Sigue la serie Crónicas de la (des)memoria urbana de Caracas:
1. Del centro de toda la vida (I)
2. Caracas, casco y suburbio (II)
3. ¿Cuál de estas es Caracas? (III)
4. Toponimia de la memoria y el olvido (IV)
5.La ciudad y los Superbloques (V)
6. Caracas, una casa contra el tiempo (VI)