«El arte cura mis demonios» es uno de los 25 textos del libro Nuevo país de las artes de la colección Los rostros del futuro de la Biblioteca Digital Banesco. Este 15 de abril, Día Mundial del Arte, proclamado por la Unesco en 2019, te invitamos a leer este libro que puedes descargar gratis en Banesco.com.
Por Sergio Moreno González
Foto: Vasco Szinetar
Nacida en Caracas, en 1980, su arte es agresivo, apasionado y transgresor. Sus intervenciones del espacio público le han valido múltiples reconocimientos, tanto en Venezuela como en el extranjero. Cada uno de sus actos creativos son preguntas, no soluciones. Concibe el arte como un evento de transformación, que puede sucederle a todos, pero es el artista el que se apresura a atesorarlo como un objeto de libertad. Estudió en el Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón.
El desnudo siempre estuvo. Esa necesidad de deshacerse de la ropa como ejercicio de desobediencia ante lo que representa vestirse. No es el desnudo por el desnudo. Es desprenderse de un montón de códigos trazados por la moda en su discurso, susceptible a ser interpretado por el otro. La tela, los botones, la confección. Todo tiene un significado y nada de eso le servía. La obra de Érika es una metáfora del desgarramiento, una exposición cruda de los hechos. Como una herida abierta. Y el desnudo se convirtió en su manifiesto.
«No recuerdo la primera vez que lo hice. El arte te lleva a exponer tu vul – nerabilidad y el desnudo es una forma de autovulnerarse para trascender una limitación.» Su trabajo se fundamenta principalmente en las imágenes trans – gresoras, en el empoderamiento de su cuerpo. Su desnudo, sin embargo, dista mucho de ser erótico. Es más bien incómodo, perturbador, molesto. «La gente se siente atacada. Intuyo que si mi cuerpo se acercara más al estereotipo que se vende, con triangulitos en el abdomen, con un traje de baño diminuto, la situación sería diferente. Como se trata de un cuerpo simple, puro, la actitud cambia. Hay veces en que mi cuerpo funciona como un espejo que la gente desprecia. Porque la gente odia su cuerpo. Porque no viven con él o en él, sino en una especie de nube que flota en la cabeza con un montón de ficciones. Es un mundo de prejuicios, de estafas que le venden las telenovelas y los concursos de belleza.»
Érika sintió que debía ser artista a muy temprana edad. En la escuela primaria, se refugió en el dibujo. Era una niña muy solitaria, con muchos problemas para comunicarse. «Esa soledad dilatada es esencial para el arte, es el comienzo de todo. Recuerdo que dibujaba de manera obsesiva. Había padecido mucho acoso, mucha discriminación. Mis compañeros me veían con prejuicios, porque era una niña rara. No era coqueta, no seguía esa conducta imitativa de lo que se entiende como femenino. Me parecía humillante.»
Su infancia transcurrió en el oeste de Caracas. Con su familia vivió en El Silencio, Monte Piedad, La Pastora, hasta que finalmente se establecieron en El Paraíso. Su temperamento le trajo problemas en todos los colegios donde estudió. «Fue una etapa de ejercicio introspectivo, de buscarme a mí misma, de rehuir de los criterios circundantes y formarme mis propias opi – niones. En la escuela se gestaron mis primeros protoperformances, porque yo no me quedaba callada cuando me acosaban. Yo respondía, encaraba la situación, interrogaba a la gente. Les preguntaba: ¿Por qué me hacen esto, por qué me dicen esto otro, por qué me agreden?». Ahí se gestaron sus primeras intervenciones en el espacio público, ante la mirada acusadora de sus compañeros de clase, a los que respondía con algún gesto histriónico. De la agresión nació la acción creativa. «Si me decían loca, me ponía a gritar. Esa dinámica se convirtió en mi zona de confort. Deliberadamente, provocaba la situación, me vestía diferente, miraba de manera desafiante. Mis gestos se volvían agresivos, estridentes. Estar solo equivale a estar loco, porque estar cuerdo es seguir una serie de convenciones, que el loco no conoce o comparte. Construyes tu imaginario, tu propio universo simbólico. Comencé a usar mecates amarrados al cuello, plumas, sombreros extravagantes. Siempre fui rebelde; nunca quise adaptarme.»
De esa desobediencia nació un personaje crítico, desafiante, que encontró en el acto creativo una vía expresiva, si bien no de escape, de transformación del entorno. El arte para Érika no era una solución; era una gran pregunta. «Me di cuenta de que era arte vivo. Cuando empecé a estudiar en el Instituto [Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando] Reverón, había mucha discriminación por la orientación sexual, de parte de los profesores y de la comunidad en general. Tan pronto entré, mi presencia, mi expresión, mi forma de vestir, incidió para que se abriera una matriz, una brecha a través de la cual otros podían transitar.»
Su obra mutó hacia una declaración abierta, simbólica, que confrontaba al otro con su propio cuerpo, sin dejar de ser artística. Ser abiertamente lesbiana agrietó las bases de discriminación que existían en el Instituto Reverón. «Era como si alguien hubiese llegado para decirte que ser libre era posible. Comenzó a verse más apertura, más espontaneidad, más diversidad: hasta algunos profesores salían del clóset.» De la postura pasó a la acción política, y en el mismo Instituto organizó la Primera Jornada de Diversidad Sexual del Oeste de Caracas.
«No pertenecer a algo me angustiaba mucho. Desde pequeña siempre quise tener amigos, pero mis esfuerzos eran en vano. Cuando finalmente me aceptaban en un grupo, intentaban aprovecharse de mí: sacarme dinero, hacerles la tarea. Aprender a tener amigos siempre fue difícil. Por eso lucho contra mi propio sentido de la épica. Muy dentro de mí creo en el heroísmo, aunque sé que debería ser contraria a eso. Como desde niña había sido víctima, me identificaba con el espíritu de lucha. Me forjé comparándome con personas que obtenían justicia. De allí el sentido de la épica.»
La reina del salón
Su embarazo la tomó por sorpresa. Llegó en un momento inesperado, mientras estudiaba en Mérida. Como era muy joven, se vio obligada a interrumpir su formación académica y a regresar a casa de su familia en Caracas. «Ha sido una maternidad bien particular, aunque no la he sentido tan compleja, pese a los prejuicios y la discriminación. Mi familia la tomó con bastante naturalidad. Ya como representante en el colegio de mi hija, me ha parecido una aberración celebrar el día del padre en un país donde la mayoría de los niños son de madres solteras.»
La maternidad y la homosexualidad se enlazan a esa gesta heroica que se ha trazado en vida. En esa lucha por emancipar su cuerpo, también entra la liberación de las imposiciones sociales. «Si muero, mi pareja no puede tener derechos parentales. Si me enfermo, mi pareja no puede elegir el tratamiento, como tampoco decidir si voy a ser cremada o enterrada. No entiendo cómo las autoridades, los intelectuales, aún están en contra del matrimonio igualitario. O eliminas el matrimonio o dejas que cualquiera se case. ¿Puedes tener una alianza legal con una persona del sexo contrario y no con alguien de tu mismo sexo? De entrada, mi cuerpo es mío. Nadie tiene que inmiscuirse en lo que decida hacer con mi cuerpo. Si te gusta la torta de chocolate y a mí la de vainilla, ¿por qué me tienes que imponer que coma chocolate?»
De su experiencia como madre, nada más frustrante que el sistema educativo. Ha tenido que luchar contra todas las influencias relacionadas con el estereotipo femenino. «Los colegios deberían formar gente con criterios para vivir en libertad, en igualdad. ¿Entonces cómo convocas a un concurso de belleza todos los años? Yo creo que estás haciendo daño. A mi hija la nombraron reina del salón. ¡Qué desgracia! Y además se supone que la debo felicitar, que la tengo que acompañar a comprarse un vestido. Ir al colegio es un reto de tolerancia, de paciencia, de autocontrol. Me cuesta mucho escuchar a los maestros. Siento que todo está mal. Estoy segura de que mi hija aprendería mucho más en casa. Para mí, el colegio confunde más de lo que forma, frustra la creatividad, limita. La educación está llena de prejuicios y estereotipos. Las niñas pueden llevar cabello largo y los niños no. ¿Por qué? Si la Constitución consagra el derecho a la identidad propia, ¿por qué los varones no se pueden pintar el pelo o llevarlo largo?».
Para Érika la libertad termina por convertirse en un concepto abstracto. Pasa de ser adjetivo a convertirse en un simple sustantivo, sin que la gente sepa qué significa o cómo se experimenta. «Puedes llevar a cabo un acto de libertad, pero eso no te hace libre. Sigues bajo un sistema en el que las experiencias de libertad son fugaces. Los derechos igualitarios no están en la agenda pública venezolana. Los tratan como algo secundario, al igual que la ecología. Bajo esa lógica, si tu única forma de subsistir es talando árboles, entonces deforesta todo. Pareciera que asuntos fundamentales como los derechos humanos o la protección ambiental solamente interesan a los países con economías estables. La diversidad de género o el desconocimiento de los derechos humanos son tan graves en Venezuela que me da vergüenza.»
Camino al cadalso
La acción creativa de Érika depende esencialmente de su entorno. En abril de 2017, decidió involucrarse activamente en las protestas que se generaron masivamente a causa del malestar social y político que escaló por dos sentencias emitidas por el Tribunal Supremo de Justicia en contra de la Asamblea Nacional.
Entre abril y julio de ese año, Érika debió cambiar de domicilio varias veces. El edificio donde vive su familia, en El Paraíso, fue uno de los puntos más asediados por los cuerpos de seguridad del Estado. Bombas lacrimógenas, perdigones, metras y hasta balas, conformaban el coctel perverso que durante meses ahogó a los vecinos de las residencias Victoria y hogares aledaños.
Por esos días, Érika solía repetir que era más factible que se la llevaran presa y que la torturaran, a que la mataran. «Mis responsabilidades dentro de la protesta pasaron a formar parte de la cotidianidad. No eran acciones epilépticas. Al contrario, eran analépticas, constantes, disciplinadas.» Por eso se mantenía en alerta, viviendo en la angustia de la clandestinidad, con la pulsión latente de que la arrestarían en cualquier momento.
El miércoles 5 de julio de 2017, Érika colgó un video en YouTube. El día en que Venezuela celebraba 206 años de la firma de su Independencia, la artista decidió que era un buen momento para compartir su obra error del control de calidad. En la pieza audiovisual, Érika está parada sobre el asfalto, en el distribuidor El Paraíso, frente a las residencias Victoria, lugar simbólico de la lucha social. Despojada de ropa, estas eran las primeras palabras de su manifiesto: «Un aliento. Un aliento sin muecas, sin respiraciones profundas. Un fétido aliento perfecto. Un carroñero alimentándose de cadáveres descompuestos, cocidos al sol por el mismo viento, servidos sobre el terreno».
Meses antes de compartir en redes sociales su poema visual, Érika fue sorprendida con una publicación en Instagram del programa Con el mazo dando. La imagen que subieron correspondía a la obra Intervención monumental, donde se ve a la artista desnuda sobre el pedestal de la estatua ecuestre de la plaza Bolívar. «La leyenda de la imagen que compartieron en Instagram decía algo como “Ella es una iconoclasta que trabaja con excremento”. Luego de esto, decidí reducir mi exposición pública, sin dejar de estar activa. Fui recolectando las amenazas y los insultos que recibí en los comentarios, para luego convertirlos en una obra donde se viera la escalada de violencia. No los voy a repetir ahora porque es de lo peor que he leído en mi vida.»
Camino al cadalso es el nombre de la obra que presentó en la colectiva Onomatopeyas visuales en tiempos difíciles, inaugurada en junio de 2017 en la galería Carmen Araujo Arte. La pieza es una escalera que lleva a un patíbulo, y en cada escalón hay una frase de las recolectadas en los comentarios de Instagram. En tono siempre muy soez, las frases aluden a violaciones, bajezas, encarcelamiento, reclusión psiquiátrica y tortura. En la parte superior del patíbulo, cuelga una soga. Es una horca que rodea una pantalla, con un video de su cara, donde se ve y escucha su pieza error de control de calidad.
La acción poética de Érika se enmarca en el arte cuestionador de artistas como Lissette Model, Nan Goldin y Diane Arbus. «Cada obra mía es un manifiesto, una exhortación. Trato de escribir sobre mis propias obras, pues siempre se corre el riesgo de que sean reinterpretadas lejos de mis intenciones. Hago esfuerzos ensayísticos y teóricos. La palabra también desnuda. Escribir, hacer poesía, incluso manifestar, es exponerse. Si quieres conocer a alguien, más bien léelo, pues ahí va a estar mucho más desnudo que cuando esté hablando. Escribir es soltar, deshacerte de todo. Al arte se entra desnudo, en absoluta vulnerabilidad. No puedes asumir un evento de transformación con una armadura. Más que desnudo, abierto. Si no estás abierto, no puedes percibir los cambios, o lo que estás cambiando. La convención social coloca velos; el arte los aparta.»
«Una vida sin riesgo no vale la pena, pues el riesgo es lo que le da sentido a la vida. La comodidad no transforma, como tampoco los asuntos relacionados con credos y sentimientos. Si no combates tu miedo, si no te expones, no vas a poder trascender. Y dentro de mis propósitos siempre ha estado trascender el tiempo, dirigirme hacia conciencias más desarrolladas de las que conozco. Las obras son detonantes que transforman la conciencia.»
Lágrimas que ofenden
Fue una emboscada. Así lo recuerdan quienes se encontraban en la autopista Francisco Fajardo la tarde del 19 de abril de 2017. Acorralados por las bombas lacrimógenas que lanzaba la Policía Nacional Bolivariana, no tuvieron más opción que saltar al río Guaire y cruzarlo. El caudal oscuro, contaminado, prohibido para los caraqueños, sirvió como escape para decenas de personas que huían de la represión desmedida.
El ataque fue cruel, humillante, pero la embestida no se quedó en lacrimógenas y perdigones. Esa tarde el Ministerio de Cultura preparó otro tipo de artillería y arremetió contra los protestantes colgando esta frase en Twitter: «Al Guaire lo que es del Guaire». El mensaje estaba acompañado de una invitación al Festival de Teatro de Caracas 2017.
La respuesta a este agravio público se volvería viral dos días después. Un grupo de artistas decidió organizarse para lanzar un pronunciamiento contra el atropello gubernamental. Pero lo harían en su propio terreno. Armados con una pancarta, se presentaron a las puertas del Teatro Municipal, una hora antes de la inauguración del festival teatrero: «Salimos del Guaire limpios de conciencia», fue el mensaje que desplegaron ante la fila de personas que esperaba para entrar al acto. La acción no duró más de veinte segundos. La gente comenzó a insultarlos. La tensión no tardó en convertirse en agresión. Rápidamente recogieron la pancarta y se dispersaron, corriendo por el centro de la ciudad. El objetivo, sin embargo, estaba cumplido. La protesta, ideada por Érika, fue tendencia en Twitter.
Cuando Érika ingresó en el Instituto Reverón, todos los estudios artísticos universitarios del Gobierno fueron centralizados en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Uneartes). Habiendo sido elegida como representante estudiantil en las últimas votaciones libres que tuvo el Instituto, Érika fue testigo de los excesos que se cometieron para convertirlo en una fábrica de formación ideológica. «Para poder graduarme, tuve que renunciar a la representación estudiantil, que luego fue eliminada del todo. La rectora de entonces montó una artimaña: no aceptar nuevos ingresos por tres años, para propiciar una brecha entre los reveronianos y los uneartistas. En todos los institutos hizo lo mismo, pero como los de la Reverón éramos los más aguerridos, manteníamos la protesta. Pude ver cómo operaba el poder desde adentro, cómo trabajaba, cómo iba acabando con las diferencias. Esto al final ha tenido mucha incidencia en mi obra, en mis posturas personales. Desde muy joven he padecido el abuso del régimen. Por eso me hice activista de derechos humanos.»
En el reglamento de la Uneartes está expresamente prohibido que los estudiantes den declaraciones a la prensa. «Muchos de los artículos de ese reglamento fueron diseñados para los líderes de aquel momento. Nos despojaron de nuestras investiduras como representantes estudiantiles. Nos dejaron de convocar al Consejo Directivo. No teníamos ni voz ni voto. Un día decidí dar unas declaraciones a la prensa, y el episodio dio pie para que, sorpresivamente, me invitaran a un Consejo Universitario. En la sesión aparecieron sentados mis contrincantes políticos, que no tenían legitimidad porque no habían sido electos. En ese momento me percaté del carácter esencialmente autoritario de lo que allí se hacía.»
«A partir de la segunda sesión, me silenciaron. Solo podía ser testigo de los abusos que se cometían. Tanta rabia me daba lo que hacían, que terminaba llorando. Pero mis lágrimas les parecían ofensivas: se victimizaban ante mi rabia, ante mi dolor. Me acusaban de tener una conducta obstruccionista. Esa situación se mantuvo durante cuatro sesiones, pues ya para la quinta dejaron de invitarme. Yo me presentaba, pero ya no podía participar. Al final hicieron un reglamento estudiantil sin la participación de los estudiantes. ¿Cómo impones una ley sin la participación de la comunidad universitaria y encima aspiras a que la comunidad la obedezca? Eso no tiene nada que ver con democracia.»
«Junto a la humillación vino el chantaje. Recuerdo que en aquella primera sesión del Consejo, me ofrecieron un cargo en el Ministerio de la Cultura. Intentaban corromperme. Como estaba sin trabajo y era madre soltera, pensaban que sería tentador para mí. Pero no acepté ninguna oferta de trabajo, ni antes ni después. Nunca quise involucrarme en nada de lo que me ofrecían.»
«Gracias al arte pude sobreponerme. Y a la visión histórica que tengo de mi trabajo. Mi obra no es solo un proceso inmediato. Lo que hago es esencialmente para el mañana, porque se trata de un lenguaje adelantado, que no ha sido digerido. Yo lo veo como carne cruda, y no como un plato servido, sazonado. Es materia prima para que luego curadores, investigadores y críticos la ofrezcan al mundo de una manera más transitiva, más procesada. Insisto en ese carácter de materia prima. Eso tiene que ver con un estado latente que se desencadenará luego. La obra late mientras decide hacia dónde va. No se trata de un proceso inmediato.»
La fe
La vulnerabilidad como trasgresión fue el título de su tesis de grado en el Instituto Armando Reverón. «Ese sentimiento de fragilidad, de lasitud, es el que te permite trascender. Si eres muy bueno en algo, y lo haces constantemente, no estás haciendo nada. Los verdaderos avances ocurren cuando se superan las debilidades, cuando hay riesgos.»
Sus intervenciones del espacio público, transgresoras y arriesgadas, le han valido reconocimientos nacionales e internacionales, como el Premio Artista Joven, Fundación MISOL para las Artes, Bogotá, en 2014; la Primera Mención de Honor, Salón SuperCable de Jóvenes con FIA de Caracas, en 2011; la Mención Honorífica del 34 Salón Nacional de Arte Aragua, Maracay, en 2009; y el Premio del Primer Salón Nacional de Arte Universitario, en la Universidad Central de Venezuela de Caracas, en 2009.
«La obra de arte evoca y convoca. Evoca un evento de transformación en quien se relaciona con ella y convoca a un dispositivo que activa cambios, sucesos. La obra no deviene de un proceso disciplinado de producción. No creo en eso. Yo trabajo con la vida, con los fenómenos que ocurren a mi alrededor. Cada obra es un vómito, algo irremediable, algo que tuvo que suceder. Es la satisfacción profunda de una necesidad psíquica, de una verdadera urgencia.»
«El arte, sin embargo, no es para todo el mundo. En su ejercicio de libertad, el arte es para aquellos que lo quieren. Se trata de una élite que no tiene que ver con clase social, sino con voluntad. La consigna de que es para todos, que tanto repiten, es más bien autoritaria. Nada es para todos, porque termina siendo impuesto. Y por lo tanto no todos lo quieren.»
En un costado de su espalda, Érika lleva tatuada una frase escrita en alemán que se desprende de un poema del filósofo Friedrich Nietzsche: «¡Solo loco! ¡Solo poeta! / Solo un multicolor parloteo,/ multicolor parloteo de larvas de loco, / trepando por mendaces puentes de palabras, / sobre un arcoíris de mentiras/ entre falsos cielos/ deslizándose y divagando./ ¡Solo loco! ¡Solo poeta!»
La obra de Érika se presenta como una búsqueda incesante por la liberación del ser. Y su cuerpo desnudo es una metáfora de esa acción emancipadora. Y en la búsqueda de esa libertad tiene que haber compromiso, disciplina, incomodidades. «Para que el arte pueda suceder, es requisito salir de la zona de confort, vencer la seguridad, trasponer todas las ficciones que hemos generado como seres humanos. La obra se convierte entonces en una pregunta, en un problema, y no en una solución. No te va a decir cómo pensar o qué hacer, porque deviene de una angustia. Es la manifestación de una enfermedad. Es la respuesta a una angustia existencial, ontológica, primaria, esencial.»
«Mi sí, no es el arte. Es mi religión. Es lo que me cura los demonios, lo que me permite transmutar mi ira, lo que me impide matar. Estoy en contra de la teoría que dice que el arte cura. Para mí el arte también enferma.»