Activo defensor de la monarquía y leal vasallo de su Majestad, condenó la rebelión promovida por Gual y España en 1797; rechazó la expedición de Francisco de Miranda en 1806; fue regidor perpetuo del Cabildo caraqueño y defendió los intereses y demandas de los blancos criollos. Firmó la declaración de la Independencia, el 5 de julio de 1811, y aprobó la primera Constitución de Venezuela.
Por Inés Quintero | @inesquinterom
Hijo mayor de Sebastián Rodríguez del Toro y de Brígida Ibarra e Ibarra, nació en Caracas en 1761. Sus ascendientes eran miembros de las principales familias de la provincia. Al morir su padre, en 1787, se convirtió en el IV marqués del Toro, título que pertenecía a la familia desde 1732. En 1789, se casó con María del Socorro Berroterán y Gedler, distinguida dama caraqueña. No tuvieron descendencia.
Fue activo defensor de la monarquía y leal vasallo de su Majestad, condenó la rebelión promovida por Gual y España en 1797; rechazó la expedición de Francisco de Miranda en 1806; fue regidor perpetuo del Cabildo caraqueño y, desde esa corporación, defendió los intereses y demandas de los blancos criollos.
En 1808 participó en la formación de una junta en defensa de la integridad del imperio frente a la invasión de los franceses; dos años después, apoyó la creación de la Junta Suprema de Caracas establecida el 19 de abril, estuvo al servicio del nuevo gobierno, fue elegido diputado al Congreso Constituyente, firmó la declaración de la Independencia, el 5 de julio de 1811, y aprobó la primera Constitución de Venezuela que se sancionó ese mismo año.
Se unió al ejército que defendió el proyecto de Independencia, pero en 1812, huyó a Trinidad, se mantuvo al margen de la guerra y, desde esta isla, envió varias representaciones a las autoridades de la monarquía para retractarse de su compromiso con la Independencia. En 1822, al terminar la guerra, regresó a Venezuela, logró recuperar sus propiedades, pero no tuvo figuración destacada en la vida política de la República, aun cuando fue reconocido, en vida y después de muerto, como uno de los fundadores de la Nación. Falleció en 1851, en su casona de Anauco, conocida hoy como Quinta Anauco. Sus restos reposan en el Panteón Nacional.