En el siniestro murieron los peloteros criollos Isaías “Látigo” Chávez y Carlos Santeliz, además de don Antonio Herrera Gutiérrez, propietario del club Cardenales de Lara, su hijo, José Herrera, Alí Hernández, administrador del equipo, y varios miembros de la familia del atleta Lino Connell.
Por Javier González
El 16 de marzo de 1969 ocurrió en Maracaibo la mayor tragedia aérea que registra la historia de la aviación en Venezuela. Una aeronave de la línea aérea internacional Viasa que cubría la ruta entre Maiquetía, la capital zuliana y Miami, se estrelló en las cercanías del aeropuerto de Grano de Oro con saldo fatal de 155 víctimas (74 pasajeros, 10 tripulantes y 71 personas en tierra), entre las que figuraron los peloteros criollos Isaías “Látigo” Chávez y Carlos Santeliz, además de don Antonio Herrera Gutiérrez, propietario del club Cardenales de Lara, su hijo, José Herrera, Alí Hernández, administrador del equipo, y varios miembros de la familia del atleta Lino Connell.
La nave, un jet DC-9-32, propiedad de Avensa, con matrícula YV-C-AD, había sido adquirida el 27 de febrero de 1969 a la empresa Douglas Aircraft por siete millones de dólares y arrendado a Viasa. Apenas había realizado cuatro vuelos. A las 10:28 de la mañana, el vuelo 742 partió de Maiquetía a cubrir la primera parte del itinerario entre Caracas y Maracaibo, estimada en 40 minutos. Aproximadamente a las 11: 08 aterrizó en Grano de Oro, donde se estimó una escala de 45 minutos para completar 28 mil libras de reabastecimiento de combustible, recibir atención técnica y embarcar 27 pasajeros en esa ciudad.
Tras recibir autorización de la torre de control de Maracaibo, el capitán Emiliano Savelli Maldonado, piloto con 25 años de experiencia y cerca de 30 mil horas de vuelo, coloca el avión en la cabecera de la pista a eso de las doce del mediodía. Comienza a imprimir mayor energía a las turbinas e inicia el recorrido para despegar. La maniobra tiene dificultades, la nave levanta cuando faltan apenas unos 200 metros de pista, se eleva a escasos diez metros y logra atravesar la avenida Ziruma.
Cinco minutos de desesperación
Mientras el piloto trata de alcanzar mayor altura, la turbina izquierda toca un poste cercano al cine Capitolio. El capitán intenta otra maniobra, pero encuentra la torre de alumbrado de una cancha de baloncesto que rompe el tanque de combustible y el líquido inflamable se esparce sobre viviendas y personas del barrio más cercano a la pista. Luego chocaría con otro poste, se produce la explosión de los tanques, antes de que se le desprenda el ala izquierda, que cae sobre una de las humildes viviendas del barrio, el avión se voltea y se estrella más adelante, contra viviendas de la urbanización La Trinidad. Con el impacto sale expulsada una de las turbinas y va a parar a unos 100 metros de distancia, contra la vivienda de Connell.
La tragedia se completó en unos cinco minutos. A las 12.10 am todo era muerte y desolación en el sector.
Dos promesas de la pelota
Entre los fallecidos aparecen dos muchachos venezolanos llenos de esperanzas, que marchaban ilusionados hacia los campos de entrenamientos de las Grandes Ligas.
Chávez, de 24 años de edad, era un pitcher de enormes expectativas con Magallanes en el circuito local. Se dirigía hacia Phoenix, Arizona, a demostrarle a los Gigantes de San Francisco que había recuperado la fortaleza de su brazo, para buscar de nuevo un lugar en el equipo grande, mientras que Santeliz, de 20 años de edad, quien despuntaba con los pájaros rojos de Barquisimeto en la pelota venezolana, tenía como destino West Palm Beach, Florida, donde enseñaría sus progresos como inicialista y recio toletero para seguir avanzando en la que sería su tercera campaña en el sistema de ligas menores de los Bravos de Atlanta.
Junto a ellos también murió don Antonio Herrera Gutiérrez, propietario de Cardenales de Lara, divisa de rica tradición en la pelota occidental que desde 1965 formaba parte de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. Herrera Gutiérrez acostumbraba a trasladarse a Estados Unidos por esa época para fortalecer las relaciones de su equipo con el beisbol organizado de Estados Unidos. Le acompañaban su hijo José y el ejecutivo del equipo Alí Hernández.
Herrera Gutiérrez se vinculó a Cardenales casi desde que el club fue fundado en Carora en el año 1942 por los jóvenes Amabilis Cordero, Félix Torres, Medardo Oviedo, Luis Belisamnot y Tino Sosa.
Como primera autoridad del Concejo Municipal del Distrito Torres prestó su apoyo al equipo para que compitiera en el torneo local y antes de finalizar la década asumió la propiedad del conjunto que se convertiría en una potencia en la región, al extremo de ganar el Campeonato Nacional de 1955 celebrado en Valencia, Carabobo, en representación del estado Lara.
Promovidos por Herrera Gutiérrez, los Cardenales de Carora, se hicieron profesionales a partir de 1958 en la Liga Occidental y llegaron a la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP), junto con los Tigres de Aragua, con la expansión de la campaña 1965-66.
Entre las víctimas que cobró la tragedia en tierra aparecieron la esposa, el suegro y tres hijos de Connell, miembro de la selección nacional de voleibol.