Andrea Facenda: “El diseño es mi manera de existir”

“El diseño es mi manera de existir” es una de las veintitrés entrevistas que forman parte del libro Nuevo país del diseño gráfico, que pertenece a la colección Los rostros del futuro, concebida y producida por Banesco y Fundación ArtesanoGroup desde 2015. Si bien la historia del diseño gráfico es relativamente reciente, ya contamos con grandes maestros, profesores y profesionales de primer orden. El Día Internacional del Diseñador, te invitamos a leer este libro que está disponible para su descarga gratuita en la Biblioteca Digital Banesco
Por Maruja Dagnino
Fotografía: Diego Barranco

Mirar hacia adelante es la brújula que la mantiene en constante movimiento. El cinetismo, el Op Art, los colores de Cruz-Diez, los trazos ilusionistas de Monet y el impresionismo la llevan hacia su propio lenguaje, en el que intenta unir arte, diseño y branding. Nació en 1989 en Valencia, estado Carabobo. Licenciada en Artes mención Diseño Gráfico de la Universidad Arturo Michelena, cursó posgrados en Diseño Interactivo y Estrategia de Diseño en George Brown College, Canadá. Se define a sí misma en Instagram como «diseñadora gráfica audaz y experimental», «inmigrante venezolana que vive en Toronto», «obsesionada con el arte, fundadora y directora creativa de Andrea Facenda Studio»

Un escritorio, un bloc de dibujo, témpera, marcadores, crayones, el sonido de la máquina de escribir, la música que hace la máquina de coser, la luz entrando por la puerta a
las tres de la tarde, el deseo de decir quién es, de recorrer el mundo, pan dulce con queso guayanés, el sabor del Toddy son imágenes impresas en el imaginario personal de Andrea Facenda Fraino. Imágenes que definen sus treinta y tres años de tránsito por la nube, por las autopistas, las veredas y otros vericuetos de la vida y dan contorno y sustento a su vocación artística, que también vuelca en el diseño. Esas instantáneas también definen a la persona que es hoy, aunque ve su camino como un proceso permanente de transformación.

Nació el 2 de junio de 1989 en Valencia, estado Carabobo. Su infancia transcurrió en
la casa de sus abuelos maternos, contigua a la suya, y en esa casa junto a su abuela saboreó las mieles de la imaginación. En su familia unos tocan, otros cantan, otros hacen fotos y otros pintan, pero sus profesiones están vinculadas con carreras vinculadas a las ciencias, así que de ellos heredó el pensamiento lógico, estructurado, y de su abuelo grandes aptitudes para la gerencia.

Sobre esta experiencia temprana Andrea relata: «Iba todas las tardes a casa de mi abuela. Allí tenía mis propios gabinetes, donde guardaba los materiales que necesitaba para dibujar, pintar, escribir. Allí hice una diversidad de cosas, incluso joyería. Yo siempre estaba activa en cualquier cosa que tuviera que ver con el arte y esa es la rutina que me ha llevado hacia donde estoy, porque lo hice desde pequeña, y desde que tengo uso de razón lo recuerdo».

Explosión gráfica

Afortunadamente, hoy vamos aprendiendo a lidiar con la diferencia y el vértigo que acompaña esa diversidad. Para bien de la humanidad se ha comprendido que eso que llamábamos diferente trae también el don de la creación, así como la fusión es al jazz o a la cocina.
La Andrea «obsesivo-compulsiva» ha aprendido a sacar provecho de sus «manías», como ella misma confiesa. Dice que esa afección la lleva a hacer rutinas fuera de lo común con la disciplina férrea de la obsesión y la casi sobrehumana capacidad de concentración que le confiere, para zambullirla en procesos de intensa creatividad. Hace unos cuantos años estuvo obsesionada con hacer posters de bandas musicales venezolanas, y en el bachillerato no podía dejar de mirar y de pensar en las pinturas del Renacimiento. Una muchacha que nadaba ya desde entonces en aguas profundas.

«Siempre ponía siete objetos ocultos en cada uno de estos posters. Eso era parte de mi trastorno, y es algo que no he dicho casi nunca. Cuando me obsesioné con el Renacimiento me quedaba atrapada en cada emoción, en cada idea que me transmitían esas pinturas. El hecho de padecer ese trastorno me hizo muy, muy enfocada en lo que quería hacer, y quería ser la mejor artista que podía ser, la mejor diseñadora gráfica que podía ser», afirma con vehemencia.

Andrea también se declara «experimental». Entiende su vida como una transformación continua, un atributo de personas, por cierto, cuya pasión, en este caso entiéndase vocación, las lleva a arriesgarse. «Mi vida ha sido una secuencia de intentos y experimentos en el área de las artes y, de hecho, tengo una línea de tiempo que hice para uno de mis posgrados, aquí en Canadá, donde enumero todos esos experimentos».

Mujer de ideas, su nivel de autoanálisis la hace muy consciente de sí misma en relación a su trabajo, que realmente parece definirla y tal vez por eso siente que lo más importante que ha alcanzado es esa difícil tarea de entenderse a sí misma, bien sea como artista o como diseñadora. «Experimento con diferentes técnicas y conceptos todo el tiempo. Con nuevas tecnologías, que van desde realidad aumentada hasta 4D y, obviamente, me desplazo entre lo visual y lo estético. Este trabajo experimental ha sido muy difícil para mí, porque cuando veo mi trabajo en un papel o en una computadora o en lo que fuese, encontrar que es tan distinto al trabajo de los demás me ha hecho sentir un poco sola». Y puntualiza como mirando para adentro, buscando con sumo cuidado las palabras que busquen saldar es abismo entre ella y los otros: «No es una soledad mala, no es una soledad aislante, porque entendí también que es una soledad que me caracteriza como individuo, como artista y como diseñadora».

Uno de sus maestros es Alberto Pérez Salamanqués, su profesor de producción de cine en la universidad, con quien se identifica. Lo describe como un artista inquieto, que experimenta en diferentes áreas. «Conocerlo me ha ayudado a aceptar que yo también tengo diversas habilidades, porque una de las cosas que siempre creo que me he reprochado a mí misma es que no soy una sola cosa, porque no elijo una sola cosa, y después me di cuenta de que yo no soy solamente ilustradora, no soy solamente diseñadora gráfica, no soy nada más pintora, o lo que sea que resulta de las experiencias que transcurrieron a lo largo de mi vida y que me hacen ser lo que soy hoy en día. Y que está bien ser una persona experimental, ser una persona que está cambiando constantemente. No tienes que ser lo mismo todo el tiempo».

Llegó a Canadá hace cuatro años con poca platica, pero con mucha determinación, con una visa de turista y con una maleta de expectativas. «Me arriesgué, tenía poco dinero para emigrar y aun así lo hice para ver qué pasaba. ¿Por qué me fui? Bueno, fue una mezcla entre la situación de crisis política y económica del país, pero también para tratar de buscar un desarrollo profesional, algo inspirador. Cuando llegué aquí empecé a hacer contactos y posteriormente a estudiar un posgrado y luego el otro. Y estoy aquí gracias a los padres de mi amiga Verónica, que me apoyaron mucho y que son para mí unas figuras paterna y materna».

Un viaje al centro de sí misma 

Haber migrado ha consolidado la certeza de Andrea de ser una persona experimental. Es licenciada en Artes mención Diseño Gráfico de la Universidad Arturo Michelena de Valencia, Venezuela. Sus dos posgrados –en Diseño Interactivo y Estrategia de Diseño, cursados en George Brown College, de Toronto, Canadá– fueron diametralmente distintos, pero se complementan el uno al otro, porque aprendió a proyectarse en el futuro de una forma más estratégica, un rasgo que, reitera, ha sido fundamental en sus últimos años como diseñadora.

Ve su trayectoria como migrante igual que para muchos otros migrantes venezolanos: «difícil», palabra que usa como elipsis. Y aunque ha logrado disfrutar de muchas experiencias satisfactorias, ser inmigrante significa para ella que «la gente siempre te va a ver distinto porque tienes otras vivencias, ves el mundo de otra manera y porque no hubo un proceso natural en el que tú hiciste conexiones desde que estabas joven. De repente tienes que hablar con personas que no conoces, que tal vez nunca te van a responder y que no se interesan en tu trabajo, pero tienes que hacer el intento».

A pesar de eso, en este año 2022 fundó su agencia de diseño. «Creé aquí en Canadá Andrea Facenda Studio, pero tengo clientes alrededor del mundo. Tengo una persona trabajando conmigo y poco a poco estoy conformando este estudio que ha sido mi sueño de toda la vida, un propósito que se ha ido cumpliendo».

Su empresa la ha llevado a dejar los atajos y tomar algunos riesgos «como el hecho de contratar gente sin saber cuál va ser el resultado», en un medio que desconoce todavía. «Ha sido difícil porque se atravesó la pandemia. Yo tengo una parte de mí que es muy social y vivo sola. Entonces no es que pude compartir con mucha gente. Pero está también la ansiedad ante cosas básicas, como no saber cómo vas a comer o cómo vas a pagar tu vivienda, cómo vas a tener dinero para el transporte. O el solo hecho de hacer nuevos amigos en un país que no es el tuyo. Emigrar es además tan difícil como elegir quiénes van a ser tus amigos y quiénes son los que no debo tener, considerando que estaba en una ciudad desconocida. Creo que todo eso ha causado un impacto positivo y negativo, según como veas el vaso», reflexiona.

La suerte, la intuición y la determinación han acompañado a Andrea en este viaje a Canadá, hasta ahora sin regreso, aunque ella se reconoce viviendo en cualquier lugar. En su relato no se siente drama, ni arrepentimiento, ni nada que delate un ápice de victimización. Por el contrario, en lo que cuenta se percibe que su decisión de migrar la ha conducido por un camino de aprendizaje, y Canadá le ha permitido crear su agencia.

«¿Qué no me importa haber dejado atrás?», enuncia en voz alta la pregunta, a la que parece responder confesando: «Bueno, yo sí salí de Venezuela por la circunstancia en la que estábamos, pero también porque estaba buscando otras cosas y otras experiencias, nuevos rumbos, y no me importa ser un migrante a pesar de las dificultades. De hecho, me encanta ser una migrante porque los desafíos que tienes que enfrentar día a día, ya sea en lo personal o en lo profesional, son impredecibles, son emocionantes, son tristes, son felices, y yo soy muy emocional».

Facenda Fraino reflexiona un poco sobre sus victorias y continúa, con su voz criolla: «Pero esta aventura me alimenta. En realidad, no me importa haber salido del país, primero porque siempre puedo volver, siempre lo puedo visitar, pero siento que mi casa es donde yo esté. Eso es algo que me ha enseñado justamente el hecho de ser una migrante. No significa que te vas a olvidar de tu país, de tu familia, de tu gente o de tus costumbres Significa que te vas a nutrir de muchas otras cosas que te van a complementar como ser humano, y eso está bien. Nuestro país siempre se caracterizó por recibir muchos inmigrantes y sin esos inmigrantes muchos de nosotros no habríamos nacido en Venezuela. Yo creo que es el curso de la vida, y es el curso del mundo, es algo que siempre ha sido así. El mundo siempre está en movimiento y nosotros somos parte de ese movimiento».

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