Armando Reverón: grande e inmortal

Armando Reverón murió el 18 de septiembre de 1954. Lo llamaban el pintor del blanco, del silencio y de la soledad. El más polémico. El mago de la luz. El Iluminado de Macuto. El loco Armando Reverón. Fue un pintor sin precedentes. Lorena González, escritora, docente y curadora de arte contemporáneo, él fue “nuestro primer gran performancista” 
Por Carmen Victoria Inojosa

El féretro de Armando Reverón estuvo rodeado de arte. “Venezuela ha perdido con la muerte de Armando Reverón a uno de sus más grandes artistas”. Así quedó registrado en los archivos audiovisuales de Cine Archivo. 

Armando Reverón murió el 18 de septiembre de 1954. Lo llamaban el pintor del blanco, del silencio y de la soledad. El más polémico. El loco Armando Reverón. Pero fue un pintor sin precedentes. Para Lorena González, escritora, docente y curadora de arte contemporáneo, él fue “nuestro primer gran performancista”

Y lo explica: “Involucra no solamente la pintura, el espacio y las muñecas. Los diálogos, esas fiestas nocturnas; una especie de teatro expresivo que hace de su obra un borde muy particular entre el ejercicio del arte no visto como un ejercicio que un yo realizasino como un propio ejercicio y una forma de vida. Por eso yo pienso que es nuestro primer gran performancista”. 

Armando Reverón nació en Caracas el 10 de mayo de 1889. Sus padres fueron Julio Reverón Garmendia y Dolores Travieso Montilla. En 1908 ingresó a la Academia de Bellas Artes. Viajó en dos ocasiones a España. Cursó estudios en la Escuela Española de Pintura, La Llotja, en Barcelona bajo la dirección del pintor Vicente Borrás Avella. 

Se trasladó en 1920 a La Guaira y ahí construyó El Castillete, su taller donde hizo gran parte de su obra. Este fue uno de sus años más productivos como artista. Su amigo Alfredo Boulton -fotógrafo, crítico de arte y editor venezolano- periodiza su obra en tres momentos: época azul (1919-1924), época blanca (1924-1933), época sepia (1940 a 1946). Fue una figura fundamental en la modernidad artística venezolana. 

Sonia Quintero, en su tesis Armando Reverón: entre resplandores y neblinas, escribió que la obra de Reverón fue “una propuesta existencial y estética inédita en el país”. “En líneas generales, la literatura reveroniana producida en los días y meses inmediatos al fallecimiento de Reverón refleja que el acontecimiento conmovió sensiblemente a la opinión pública en Venezuela”, señaló.  

 

Algunas de sus obras fueron: “La Cueva” (1920), “El Playón” (1929), “Autorretrato con muñecas” (1949), “Juanita sentada” (1933), y sus representaciones de “El Castillete”. También son notables sus paisajes, especialmente los del período blanco y sepia, y sus muñecas de trapo.

“La obra de Armando Reverón tras su fallecimiento fue una obra tomada en cuenta por toda la intelectualidad venezolana porque ya era una obra que estaba en un ejercicio distinto de construcción del espacio de la representación”, dijo González. 

Lorena González,  escritora, docente y curadora de arte contemporáneo, nos cuenta más sobre Armando Reverón:  

¿Qué sucedió con la obra de Armando Reverón tras su fallecimiento?

Fue una obra tomada en cuenta por toda la intelectualidad venezolana porque ya era una obra que estaba en un ejercicio distinto de construcción del espacio de la representación. Alfredo Bulton quien fue su más gran amigo, su interlocutor más destacado en ese sentido, logró dinamizar y colocar el discurso de la obra reveroniana en los discursos más importantes del arte internacional. Hay una referencialidad directa con lo que son los discursos internacionales de grandes maestros como Picasso, de maestros del arte internacional. Juan Calzadilla es otro curador que siempre estuvo muy atento al ejercicio reveroniano del tema del Castillete. 

González explica que Armando Reverón tomó el espacio e hizo un diálogo entre la realidad y la ficción: “Y esa herencia también la va a tomar Luis Pérez Orama en una de las más grandes exposiciones de todo el asunto reveroniano. Se llamaba Armando Reverón o el lugar de los objetos. El objeto que formaba parte de ese escenario, de esa puesta en escena de la ficción que Reverón tenía en su Castillete. Eran objetos maravillosos, por ejemplo, un espejo que tenía papel aluminio, un teléfono, partituras, objetos musicales, mantillas, una jaula de pájaros, todo hecho como para adornar un lugar o representar icónicamente el lugar y formar parte de una puesta en escena”. 

Estuve leyendo y algunos opinan que Reverón fue un artista solitario con una obra “rara y difícil”. 

—Yo no creo que la obra de Reverón sea una obra rara o difícil para el público. Yo pienso que es una obra que comporta muchísimas aristas, porque no es solamente la pintura o el ejercicio de la pintura, sino la integración de un entorno también. Yo sí creo que Armando Reverón fue el primer performancista venezolano. Es decir, el primer ejecutante de la acción performática como parte de su obra creadora. Y esa integración de Juanita, del paisaje, del mono, de la tauromaquia, es decir, una especie de disolución. Yo diría que es un disconforme con los modos de estructuración e institucionalización del arte para su momento.

Por eso se convierte en  una especie de asceta. Es un un hombre que se retira voluntariamente del ejercicio civilizatorio y profundiza en la obra de arte como una forma de vida. Eso es lo que yo creo que puede ser complejo (…) La pintura reveroniana tiene una cantidad de capas y de contenidos inigualables. Pero también la integración de ese entorno, de esa mácula, de ese detritus, del yute, de los fragmentos (…) Es decir, hay todo un ejercicio representativo. Delirante de algún modo. Más que la locura, tengo mis dudas con eso, yo creo que hay un gran acto performático que involucra no solamente la pintura, el espacio, las muñecas, los diálogos, esas fiestas nocturnas: esa especie de teatro expresivo que hace de su obra un borde muy particular entre el ejercicio del arte no visto como un ejercicio que un yo realiza, sino como un propio ejercicio y una forma de vida.  

¿Ha tenido la oportunidad de ser curadora de la obra de Armando Reverón? Y en todo caso, ¿qué selección haría para presentar en una galería?

—Yo no he tenido la oportunidad de ser curadora de Reverón. Yo creo que a mí me interesa muchísimo primero esa disolución del paisaje. Creo que hay algo de pátina, de marca, del tema de la luz, la desesperación por la luz y el tránsito de la luz, pero construido como la descomposición de las capas. Esa luz tras la enramada, esa especie de ejercicio que parece casi una huella transitiva y también el ejercicio de la representación. Para mí ese tema del teatro, de la puesta en escena, del objeto como metaficción también. Develar la ficción. Creo que iría por ahí la selección que yo haría. Me concentraría muchísimo en el tema del teatro de Reverón y ese territorio físico del Castillete. 

—Los autorretratos de Reverón también son un hito muy importante en todo su desarrollo artístico. Y toda esa autorrepresentación rodeó la vida y las propuestas de este artista. Ese juego ficcional es lo que a mí más me interesa y por lo que lo siento un artista sumamente contemporáneo. Es decir, es el papel de un creador que se está cuestionando a sí mismo las formas de la representación. En esa imágenes está contenido una mezcla entre lo grotesco y lo sublime, que está presente en la geografía plástica reveroniana (…) A mí me interesaría y me interesa siempre ese desarmar o destronar la fractura del sentido, desnudar la ficción ante la desaparición de las relaciones del poder y el lugar de lo humano en el mundo. Yo creo que Reverón es eso para mí.

¿Tiene alguna anécdota o hecho curioso sobre Reverón?

— Juan Calzadilla tiene un libro maravilloso que se llama Reverón voces y demonios. Ahí hay una anécdota preciosa. Matteo Manaure estaba conversando con Armando Reverón  sobre algunas cosas sobre la pintura, intercambiaban ideas de los movimientos europeos, de lo que está pasando en el arte.  De pronto tocaron la puerta; eran personas  iban a visitarlo para ver su arte o comprarle una pieza. Cuenta Matteo que fue asombroso cómo en cuestión de minutos Armando se transformó: empezó a hacer movimientos, se amarró el cinturón con sus herramientas de pintura, vistió al mono, hizo un dibujo, o sea, empezó a hacer como una especie de acto poseso y le compraron la obra. La persona se fue y él se sentó y le dijo: “Caramba, chico, las cosas que uno tiene que hacer para vender un cuadrito”.  Uno piensa realmente en el tema de la locura. Si esa locura no era una locura más que heredada o desarrollada, una locura decidida. Esa voluntad de desprenderse del mundo que conocemos y entrar en el mundo de la ficción como una parte más de él.

La anécdota 

Rómulo Betancourt, quien presidía la Junta de Gobierno en 1945, fue a visitar a Armando Reverón en Macuto: 

—¿Y tú qué estás haciendo?— dijo Armando Reverón.

—Estoy en Miraflores—  respondió Rómulo Betancourt. 

—¡Qué bueno que conseguiste ese trabajo! — replicó Reverón.

Esta anécdota se la escuchó Jaime Bello León al doctor Oscar Zambrano Urdaneta en 1995 durante un encuentro con representantes de la Fundación Armando Reverón. Para entonces Bello León trabaja en el Conac.

Más sobre Armando Reverón:

Armando Reverón. Escrito por Simón Alberto Consalvi. Un libro de El Nacional. Disponible: https://www.anhvenezuela.org.ve/wp-content/uploads/2024/04/ARMANDO-REVERON.pdf 

Armando Reverón. Entre resplandores y neblinas. Una tesis de Sonia Quintero. Disponible: https://ru.dgb.unam.mx/bitstream/20.500.14330/TES01000616222/3/0616222.pdf 

Reverón: llenas de luz al Panteón Nacional. De  la Fundación Museos Nacionales. Galería de Arte Nacional. Disponible: https://gandifusioneducativa.wordpress.com/wp-content/uploads/2016/05/catalogo-reveron.pdf 

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