Este texto forma parte de la serie Crónicas de la (des)memoria urbana de Caracas, una propuesta del periodista Pedro García Otero para reencontrarnos con la ciudad.
Pedro García Otero
Sobre la cultura del barrio, como casi sobre todo en Caracas, hay una leyenda negra y una leyenda dorada. Sin desdeñar a la literatura, que hizo lo suyo, en nuestra ciudad, buena parte de esas leyendas se construyeron a partir de las narrativas que entregaba la salsa, la salsa brava de la década de los 60 y los 70, que fueron también las décadas en las que en los cerros de la capital comenzaron a crecer los ranchos.
Por cierto, y haciendo un paréntesis, es interesante como la nomenclatura urbana nos define y va estableciendo fronteras invisibles, pero perceptibles: si usted vive en una de las pequeñas montañas de esta ciudad de ondulada orografía, usted vive en “Colinas de…”. Si lo hace en una de las miles de casas de nuestra ciudad autoconstruida, usted vive en los “cerros de”.
Esta columna casi irá de Caracas y la música, porque hablábamos de ella. “Qué triste, se oye la lluvia, en los techos de cartón”, es una canción, por cierto, de los tempranos ‘70, y por supuesto, de Alí Primera, suerte de himno nacional de la autoconstrucción. El barrio, el rancho, como herida social, como no-deber-ser, es la piedra fundacional de la “leyenda negra”.
En mi niñez, entre muchas inmensas suertes, tuve dos: la primera fue pertenecer a la última generación de caraqueños que pudo jugar en la calle. La segunda, la de que apenas empezando a hacer amigos, uno de ellos vivía en la quebrada de Caraballo, ahí, detrás de la Torre de la Prensa, a tiro del Panteón Nacional y del Armando Zuloaga Blanco, el colegio en el que estudiábamos.
Una mañana (pues estudiábamos en el turno de la tarde), me llamó por el teléfono para invitarme a que jugáramos metras en su casa. Solo y asustado, a los 9 ó 10 años, qué sé yo qué edad tenía (pero con más miedo de que me llamaran miedoso en la escuela) enfilé para el barrio de la leyenda negra que me contaban mis papás gallegos, bajé las escaleras con mi paquete de metras y llegué al terrenito al lado de la casa de Henry, que así se llamaba el amigo.
Lo siguiente fueron dos o tres años de ir con frecuencia, a jugar metras, básquet, cualquier cosa, perdido el miedo, y encontrando el barrio tan o más divertido que la ciudad formal. Ese temprano aprendizaje me puso, claro, en contacto con esa salsa que glorificaba al barrio y que forma, sin duda, y aún en estos tiempos, el soundtrack de la Caracas autoconstruida. Los Lebrón, Héctor Lavoe, el Sexteto Juventud, Marvin Santiago, Ismael Rivera, y tantos más. En contacto con todo eso, que es cultura.
Pero luego fui descubriendo también cómo parte de la leyenda negra era real, y poco a poco, ya entrando en la adolescencia, vi a varios de esos muchachos que jugaron metras o básquet conmigo perderse en la mala vida. No sólo a ellos, y no sé, sin embargo, decir si más o a menos que los que vivían en la ciudad formal.
Los barrios son la mitad o más de la mitad de Caracas, y están ahí, con sus millones de seres humanos, ángeles o demonios, tan venezolanos como nosotros, tan caraqueños como nosotros. Desconocer esa realidad es esquizofrénico. Tenerle miedo lo priva a uno de ver muchas cosas buenas, casi todas en términos de cultura y de las interrelaciones que allí ocurren.
Y tan erróneo como estigmatizar todo lo que representa el barrio como forma de arquitectura y como forma de organización social resulta el romantizarlo. Todavía recuerdo que alguien, (un bienintencionado, sin duda) decía que el rancho es la única forma de arquitectura verdaderamente venezolana que existe.
Pudiendo ser eso verdad, no lo es menos que pretender llevar el barrio como forma de arquitectura a la Bienal de Venecia, por ejemplo, fue un despropósito (sucedió hace como 15 años). Otro igual de grande es creer, también bienintencionadamente, que es posible desarmar Petare, por ejemplo, y construirla en un terreno llano, como piensan algunos salvadores de quienes no quieren ser salvados.
En el barrio se han tejido, a lo largo de décadas, formas de interrelación económica, cultural y social a orillas de la sociedad y de la legalidad (recordemos que en principio, un barrio no es un mercado formal de vivienda, no hay propiedad constituida).
Esas formas de interrelación son irrepetibles en ningún otro lugar. De hecho, uno de los problemas graves a los que se enfrentan los proyectos de reurbanización suele ser el desarraigo. Con todo, hay países que a largo plazo, y con visión, han formalizado el 100% de su vivienda. Lo logró, hace unos años, Corea del Sur, pero fue un plan que se desarrolló a lo largo de 50 años y que implicó, seguramente, considerables inversiones en educación, además de en construcción.
En Simón Rodríguez, donde ese barrio mixto, autoconstruido-formal (los superbloques mejor organizados y más bonitos de Caracas, en mi opinión), hace frontera con Sarría, hasta hace algunos años había un letrero que me encantaba. El letrero, del Ministerio de Obras Públicas, decía “erradicación de la vivienda insalubre”. y databa de los años 50 del siglo pasado.
Era un ideal nacional que no se materializó, por múltiples razones. Setenta años después, sigue siéndolo, pero por la dignidad de la gente, no porque el barrio tenga maldad intrínseca o algo así. Parte de esta ciudad, el desafío de los pensadores urbanos es cómo integrar el barrio a la ciudad formal, con cada vez más cuadrícula urbana (en lo posible), servicios de transporte masivo, espacios verdes y zonas recreativas. Al final, la celebrada Santorini, en Grecia, está compuesta de casas que son poco más que ranchos bien construidos, limpios, encalados y blanquitos.
En Caracas tenemos varias experiencias interesantes en ese sentido, como la de La Silsa-Morán o el propio Catuche, desde 1999. Por una ciudad que sea transitable para todos, vivible para todos, y donde no haya mayores diferencias entre cerros y colinas: en ambas, la vista del valle, con su majestuosa montaña como marco, es la gran igualadora.
Sigue la serie Crónicas de la (des)memoria urbana de Caracas:
1. Del centro de toda la vida (I)
2. Caracas, casco y suburbio (II)
3. ¿Cuál de estas es Caracas? (III)
4. Toponimia de la memoria y el olvido (IV)
5.La ciudad y los Superbloques (V)
6. Caracas, una casa contra el tiempo (VI)
7. Caracas de quebradas y ríos (VII)