“Uno tiene que enamorarse del cine en todas sus etapas” – Marcel Rasquin

El cineasta nacido en Caracas en 1976 es el realizador de Hermano, película ganadora en 2010 del principal premio del Festival Internacional de Cine de Moscú. Gracias a su tesis en Comunicación Social de la UCAB, recibió un premio y una beca que le permitió estudiar en el Victorian College of the Arts, en Melbourne. Ha hecho cortometrajes, videoclips y mensajes publicitarios, pero también se ha adentrado en el mundo de la dirección teatral. Dice que le cuesta decir que no a una propuesta. Mientras, prepara su segundo largometraje, también escrito por él.

Apretó fuertemente la pierna del papá mientras sonaba la música de John Williams. Intrigado, abismado por lo que veía. Marcel Rasquin era un niño de tres años de edad cuando su papá improvisó en casa una sala de cine. Rodó los muebles, quitó los cuadros de la pared y colocó frente a ella un proyector que le habían prestado. Vieron La guerra de las galaxias.

“Ese fue mi primer encuentro con el cine. Mi papá me cuenta que me aterroricé apenas comenzó la música, aparecieron las letras, y luego la nave gigante que parece no tener fin, en la que después uno ve a Darth Vader. A pesar de eso, nunca dejé de mirar la pantalla”, cuenta el director de Hermano, la película estrenada en 2010 sobre dos hermanos que con talentos excepcionales para el fútbol tienen que sobrevivir en un ambiente hostil.

Desde entonces el cine se convirtió en una manifestación artística en la que se fue adentrando cada vez más. Eso sí, como simple espectador, pero no cualquiera, sino aquel que es capaz de coleccionar películas, afiches e incluso aprender diálogos. “Para muchos era un fastidio ver una película conmigo”, cuenta sobre ese afán que luego paulatinamente se convirtió en profesión.

Si bien sus padres, Carlos Rasquin y Gladys Michelena, son psicoanalistas, el arte no fue ajeno a su hogar de crianza, y ese ambiente ha querido mantenerlo hasta los momentos. El apartamento en el que vive ahora corresponde a la pasión desbordada que se nota cuando habla de cine. En la sala hay figuras de películas como El cadáver de la novia de Tim Burton o La guerras de las galaxias, como los vehículos de combate AT-AT de la Batalla de Hoth de El Imperio contraataca.

Es apacible el lugar, sin dudas, pero aunque no lo dice, se nota la alegría. Y cierta nostalgia cuando recuerda su niñez y adolescencia, esos momentos que forman a cada persona, que transcurrieron en la casa familiar de Las Palmas, ahí, cerca del Ávila.

En ese lugar, no solo vio un sinfín de películas, sino también, como le gusta decir a él, fue salvado de la changa imperante de los noventa. Gracias a tíos y primos, llegaron a sus oídos las notas de Génesis, Peter Gabriel o The Police. Y es así como se gestó otra pasión: la música. Eso sí, nunca superior al cine.

Desde pequeño parece haber estado predestinado al séptimo arte. Cuenta con gracia cómo, mientras otros niños eran disfrazados de superhéroes como Batman, Superman o El Zorro, él iba por ahí, en Carnavales, vestido como Charles Chaplin. “Qué locos mis papás que eligieron esa mezcla de José Gregorio Hernández con Adolf Hitler, que además no estaba de moda en esa época”.

Pero su formación fue así, diferente a la de los demás niños. No es de extrañarse cuando cuenta cómo era la dinámica del hogar, cómo, por ejemplo, su abuelo, el arquitecto e ingeniero Santos Michelena, hablaba con entusiasmo en la sobremesa sobre Leonardo da Vinci. “En la casa había muchos libros de arte. Desde muy niño sabía quiénes eran Picasso, Miró, Matisse, Van Gogh. Crecí con mucho arte a mi alrededor, aunque mis dos padres son psicoanalistas, por lo que debo decir que también me interesa mucho la condición humana”.

Aunque no fue criado para ser artista, sí es evidente que los padres lo acercaron a las obras maestras. A los 8 años de edad lo llevaban a ciclos de Akira Kurosawa. Tiene clara la imagen en su mente de ese día que vio Kagemusha o aquella vez que estuvo en un conversatorio sobre Casablanca.

Todo era afición, sin intenciones de alguna vez profesionalizarse como realizador. A finales de bachillerato, que cursó en el Santiago de León de
Caracas, cuando a los jóvenes empiezan a preguntarles insistentemente qué harán con sus vidas, él pretendía seguir los pasos de sus progenitores
y estudiar Medicina. Pero apareció Quentin Tarantino y trastocó todo, así, de repente, como ocurre en las historias del cineasta estadounidense.
“Todos estaban orgullosos por mis pretensiones académicas, pero vi Pulp Fiction. No es que me haya provocado hacer una película como esa, pero hizo que decidiera dedicarme al cine”.

Optó por otros derroteros y apuntó a la UCAB, donde presentó la prueba para Comunicación Social, una de las demandadas. Aunque él no fue un alumno de excelentes notas, pues afirma que siempre fue amiguero y disperso, apostó por entrar a la casa de estudios de los jesuitas, a escondidas de la familia, y ganó. “Un amigo me llamó para decirme que había quedado y empecé a gritar de la emoción en casa. Mi familia pensó que había ingresado a la Escuela de Medicina y también celebraba, hasta que les dije que no”. No se molestaron, pero sí se sorprendieron por el cambio que para ellos era repentino.

“Mis dos padres son psicoanalistas, por lo que debo decir que también me interesa mucho la condición humana”

CERO PERIODISMO

Ya en Montalbán, la vida en la UCAB empezó a ajustarse más a sus gustos. Nada que ver con periodismo u opinión pública, las materias en las que se sentía a sus anchas eran aquellas relacionadas con televisión, cortometrajes o documentales. No solo estaba plácidamente, sino que las notas eran buenas, hasta pudo dirigir un cortometraje en 35 mm llamado Llévatelo todo. Además perteneció a una promoción que puede calificarse como de oro. “Estuve en la última del siglo pasado, la misma a la que pertenecieron Edgar Ramírez y Joe Torres, mi socio”.

Todos empezaron a trabajar desde temprano en productoras que hacían publicidad. El set empezaba a ser su rutina mientras todavía eran estudiantes y cuando llegó el momento de la tesis, ese tercer acto de esa etapa de su vida, todo cambió de forma inesperada.

El trabajo de grado lo realizó en conjunto con Joe Torres y Carla Delgado. El tema: publicidad de alto impacto. Fue premiado por la Fundación Carlos Eduardo Frías y Rasquin obtuvo una beca de Fundayacucho para estudiar lo que él quisiera.

“Busqué escuelas en Nueva York, Los Ángeles, Londres, Madrid, hasta que me recomendaron Australia. Efectivamente descubrí la Victorian College of the Arts de la Universidad de Melbourne, con un programa de formación increíble. A diferencia de los programas estadounidenses, más pensados en la industria, este se enfocaba en clases con pocos alumnos para una formación que te ayudara a encontrar tu propia voz. No solo era enseñar cine”.

Realizó un postgrado en dirección, escritura y montaje. Rememora con orgullo, con la sonrisa de quien sabe que lo hizo bien, cómo esa casa de estudios lo invitó a realizar un máster. Fue un elegido, pues para dar eso paso, no hay que postularse, solo sobresalir y que las autoridades académicas conviden. “Yo fui uno”, indica.

EL ÉXITO DE HERMANO

Fue allá donde se acercó a Venezuela más de lo que se pudo haber acercado acá, de forma consciente. A varios husos horarios de diferencia se gestó la idea de Hermano, su primer largometraje.

Cuando eligió Australia todos le preguntaban la razón de ese destino tan lejano, pero ya en ese país, poco antes de regresar, no entendían su intención de regresar.

Eran tiempos álgidos en Venezuela, entre 2003 y 2005. Los conflictos empezaban a exacerbarse, pero eso no lo amilanó. El director nacido en Caracas pensaba que tenía una deuda con el país que le había otorgado la oportunidad de ampliar sus conocimientos en otros lares. “Sentía que mi deber era difundir lo aprendido. Históricamente los becados por Fundayacucho regresaban. Me daba mucha ilusión volver. Además, durante mi último año en Australia se me prendió el bombillo para esa historia que luego filmé”.

En Australia era el exótico. La distancia y los recuerdos lo acercaron más a un acervo. Mientras estaba en Venezuela, escuchaba con vehemencia AC/DC o Peter Gabriel, pero allá, donde el sol sale antes que en Venezuela, no dejaba de darle play a canciones de Simón Díaz, Los Amigos Invisibles o trataba de explicar el sonido de Guaco.

“Fue una reconexión con mis orígenes. Además, empezaba el furor por la Vinotinto. Cada vez que había partido, seguía los juegos por Internet y pegaba alaridos. Era también época de marchas de gobierno y oposición. Recuerdo que leí una noticia que detallaba cómo una vez ambas marchas se encontraron porque no había piquetes de policías que las separaran, y de repente apareció un balón y las personas de ambos lados empezaron a jugar. Vi cómo el partido de fútbol se convirtió en un posible catalizador para la reconciliación entre hermanos”.

Un día iba al aeropuerto con uno de sus compañeros, Rohan Jones, quien luego se convertiría en coguionista de Hermano. Tenían que recoger una
caja con insumos venezolanos: Belmont, Susy, Cocosette y demás sabores que se extrañan afuera. “Escuchábamos música, hablábamos del caos de Caracas y surgió la idea de la historia de la película. Regresé a la casa iluminado como Moisés con los 10 mandamientos. Claro, pasaron como cuatro años para tener el guion”.

“Sentía que mi deber era difundir lo aprendido. Históricamente los becados por Fundayacucho regresaban. Me daba mucha ilusión volver”

Te invitamos a leer la entrevista completa en el libro: Nuevo País del Cinecolección: Los Rostros del Futuro.

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Texto: Humberto Sánchez Amaya

Fotografías: Ricar2

El libro Nuevo País del Cine es la cuarta entrega de la serie editorial “Los Rostros del Futuro”, concebida y producida por Banesco desde 2015, para destacar el talento emergente venezolano en todas las disciplinas culturales. En el caso del cine, industria al fin, se juntan todo tipo de profesiones u oficios: directores, productores, guionistas, actores, editores, promotores y técnicos. Un comité de selección conformado por 20 especialistas se dio a la difícil tarea de elegir a 24 nuevos profesionales del cine nacidos a partir de 1975, que son los que en esta edición se reúnen. Todos han sido entrevistados y retratados por un notable grupo de profesionales del periodismo y la fotografía, y también de todos se podrá ver abundante material documental relacionado con sus respectivas trayectorias. El balance da cuenta de una generación muy sólida, muy madura, muy internacional, que se abre camino en distintas geografías, gana distinciones y premios, y proyecta al mejor país posible. Se diría que el cine como género cultural tendrá mucho que decir en los próximos años gracias a una generación de profesionales que lo asume con altas cotas de exigencia y pasión ilimitada.

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