E-books I: La biblioteca en la palma de la mano

Publicado : 5 febrero, 2015

Categoria : De interés

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Por Michelle Roche Rodríguez (@michiroche)

A mediados del siglo XV ocurrió la revolución más importante del pensamiento humano, que habría de ser semilla de la modernidad: Johannes Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles. Hasta entonces, el conocimiento era prerrogativa de la institución religiosa y por ello la humanidad vivía dividida en teocracias. Aunque existían los libros manuscritos, eran de acceso restringido. En el Imperio Romano las ideas se transmitían al pueblo desde el púlpito de los sacerdotes, estaban escritas en la arquitectura de las catedrales o en los manuscritos que, con celo, se guardaban en los monasterios.

“La invención de la imprenta es el mayor acontecimiento que registra la Historia, el modo de expresión de la Humanidad que se renueva totalmente, el pensamiento humano que se despoja de una forma para adoptar otra, el completo y definitivo cambio de piel de esa serpiente simbólica que, desde Adán, representa la inteligencia”, escribe Víctor Hugo en El jorobado de Nuestra Señora de París (1831), aludiendo a la democratización del pensamiento. No pasó mucho tiempo antes de que los hijos de la revolución de Gutenberg, fueran devorados por los vástagos adoptivos de Bill Gates.

El siglo XXI presencia una revolución casi tan fuerte como la de la imprenta, Internet, que independiza el código escrito de los tomos encuadernados, poniéndolos ante los ojos del universo. Desde finales del siglo XX se ven versiones digitalizadas de publicaciones en red. Los e-books son dispositivos portátiles para almacenar los libros digitales que ofrecen la ventaja de transportar bibliotecas con miles de tomos dentro del bolsillo.

Muchos ven estos dispositivos como una solución para comercializar libros digitales por Internet. Así que vale la pena detenerse a analizar sus ventajas, donde tanto autores como editoriales llevan las de ganar. Los primeros celebran el expedito proceso de impresión digital y distribución instantánea de los productos de su pensamiento. Además, se ahorran el engorroso proceso del análisis comercial, por el cual muchos textos no llegaban a las librerías, víctimas de la tiranía de la demanda.

Las segundas invierten menos en distribuir sus productos. Gracias a la impresión on-demand, se acaban los riesgos del out-of-stock. Ya no habrá libros fuera de inventario, porque en Internet el espacio es inacabable.

Aunque hoy no pueden imprimirse los datos desde los dispositivos portátiles, los lectores apreciarán que los libros digitales pueden bajarse a cualquier hora desde cualquier parte, en opciones económicas y, con frecuencia, gratuitas.

Cabe preguntarse, sin embargo, si los lectores actuales están preparados para esto. Según los investigadores cognitivos estadouinidenses Abigail J. Sellen y Richard H.R. Harper, autores de El mito de la oficina sin papeles (2002), el papel tiene ventajas sobre las pantallas. En éstas, la vista y el cerebro pasan el tiempo de lectura tratando de ubicarse en el espacio electrónico, mientras que en el formato impreso la mente puede concentrarse más en las palabras y las ideas.

El cambio crucial que impone el e-book es que, como el contenido es vinculado con el soporte –“el medio es el mensaje”, decía Marshall McLuhan-, las bibliotecas portátiles implementan una manera nueva de interactuar con el antes hierático conocimiento y el lector culto de hoy también necesita pericia para manejar elementos tecnológicos. Además, aupada por Internet y el desarrollo de los blogs, se impone una relación más horizontal entre el escritor (productor de contenido) y el lector.

Se impone una relación “intertextual” con los razonamientos, en los que las narrativas son tejidos de elementos de varios textos. La imagen de este nuevo conocimiento es la red o el laberinto, según explica el estructuralista italiano Umberto Eco; un entramado de contenidos sin fin, la “eterna semiosis”. Así, el lector contemporáneo asiste a la revolución de un conocimiento fragmentado, en esencia posmoderno por cuanto no hay nada sagrado y todas las teorías son rebatibles, en el que cada quien, según su experiencia virtual, concluye lo que quiera. Es la paradoja del simulacro, la obsesión del sociólogo francés Jean Baudrillard, en la que los símbolos (embriones de los contenidos) son símbolos de otros símbolos con pocos asideros en la realidad. El conocimiento digital es la revolución final, pues su mundo, más que real, es “hiperreal”, una eterna quimera, en la que nadie puede reclamar para sí la verdad.

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