Ese primer párrafo

Publicado : 14 julio, 2016

Categoria : De interés, Literatura

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Por José Pulido (@josepulido2015 )

El comienzo de muchas novelas determina el rumbo de la historia que se va a contar y también el comportamiento del personaje que arranca la historia.

En Ulises, James Joyce fusionó poesía y narrativa, haciendo música con el intelecto de sus carismáticos personajes.

“Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:

-Introibo ad altare Dei”.

Cervantes logró que el lugar de origen y el mundo de los sueños tuvieran la misma importancia. Salir a recorrer caminos sirve para encontrarse con uno mismo. Y en el Quijote los caminos están hechos de palabras cargadas de humor y sabiduría.

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha muchotiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocínflaco y galgo corredor”.

Herman Melville crea a Ismael y lo presenta como si tuviera muchos nombres y fuera una multitud de hombres. Así pone en evidencia su soledad pero también su voluntad de saber, de conocer y de no rendirse.

“Llamadme Ismael. Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente—, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo”.

Ernest Hemingway define en las primeras dos líneas al personaje de su novela: “Era un viejo que pescaba solo en un bote en el GulfStream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez”.

Julio Cortázar concentró en la Maga el amor y la nostalgia que afiebraban su alma. Era un hombre contaminado de imágenes por dos ciudades: Buenos Aires y París.

“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo

por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua”.

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