Luis Aparicio en la silla caliente

Publicado : 10 noviembre, 2023

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Luis Aparicio fue entrevistado por  Óscar Yanes en 1956 en Kansas City. La entrevista, la primera que concedió Aparicio a un medio venezolano, graduado de bigleaguer, se publicó en la edición del 11 de mayo de 1956 de la revista Venezuela Cinematográfica y Deportiva con el título “Yo quiero ser el mejor”.
Por Javier González 

Antes de cumplir treinta años de edad, cuando ya llevaba varios años “vibrando” en el oficio periodístico, Óscar Yanes entrevistó a Luis Ernesto Aparicio Montiel cuando apenas tenía una semana de haber debutado en las Grandes Ligas con los Medias Blancas de Chicago. Era la primera entrevista que daba en español el bigleaguer zuliano. Ocurrió durante la campaña de novato del campocorto que entonces contaba con 22 años, en apenas la primera gira que hicieron los Medias Blancas de Chicago en la campaña de 1956.

Se encontraba Yanes en Kansas City, Missouri, invitado por el alcalde de esa metrópoli y no perdió la oportunidad de asistir al segundo encuentro de la serie de tres fechas que celebraron los patiblancos contra los Atléticos en el Estadio Municipal de esa ciudad. 

El sábado 21 de abril de 1956, después que los visitantes recibieron tremenda paliza de 15 carreras por 1, ante 15 mil 608 espectadores, Yanes conversó ampliamente con el shortstop que al final de esa campaña se convirtió en Novato del Año de la Liga Americana, primer latinoamericano en conseguir tal distinción.

En la entrevista, primera que concedió Aparicio a un medio venezolano, graduado de bigleaguer, publicada en la edición del 11 de mayo de 1956 de la revista VENEZUELA CINEMATOGRÁFICA Y DEPORTIVA, con el título “Yo quiero ser el mejor”, el promisor pelotero criollo confesó, entre otras cosas, que le agradan los adelantos tecnológicos del momento, como por ejemplo, un tocadiscos portátil que no lo desampara, y que semanalmente tiene contacto, a través de correo certificado, con su padre, quien es su principal consejero.

 Seguidamente el texto del curioso trabajo periodístico del recordado e ilustre reportero que nació en Caracas el 25 de abril de 1927 y falleció en la misma ciudad, a la edad de 86 años, el 21 de octubre de 2013:

 “Mi ambición es llegar a ser el mejor jugador de mi posición, pero yo no tengo intrigas con [Alfonso] Carrasquel”, decía Luis Aparicio al periodista horas después de ese tremendo castigo que la pandilla de [Marty] Marion recibió de los Elefantes de Kansas. Mientras el hijo del “Grande” de Maracaibo hablaba para sus admiradores de Venezuela, en su cuarto del Town House Hotel, afuera en la calle los fanáticos de los “Atléticos” bailaban de emoción. El equipo de la casa había batido un récord mundial: a la altura del segundo episodio con dos outs metidos en el cuello, marcó la espantosa cifra de trece carreras. ¡¡¡Algo insólito!!! Hasta esa tarde, trascendental para Kansas City, la historia del baseball de las Mayores solo había registrado un caso algo parecido. Fue en 1895 cuando los tremendos mulos de Manhattan en un inning metieron once carreras. En el momento en que la tabla del stadium de Kansas marcó el número trece y el locutor anunció al público la importancia de la hazaña del equipo local, muchas mujeres se desmayaron de la emoción, y mi amigo el honorable Alcalde de la ciudad, se mordió el tabaco. Los chicos agitaban banderines con el clásico paquidermo pintado con su bate entre las patas. Jamás team alguno había correspondido tan fielmente a su símbolo.

Entre tanto en el terreno la cosa era de horror. Los pandilleros eran incapaces de sostener aquella tremenda batería. Los pitchers salían constantemente de la caja. El brazo de Marion no se cansaba de despedir lanzadores. El hijo del “Grande” de Maracaibo, con el número once pintado en la franela, y quien en los primeros minutos de juego no había pasado desapercibido, lucía ahora empequeñecido, lo mismo que esas otras grandes figuras de su team. El Chicago de nada servía aquella tarde ante los hijos de Kansas City. El nuevo stadium de la ciudad, que cuesta 48.000 dólares anuales a los ciudadanos del lugar, era un infierno.

Minutos después del encuentro los de Chicago se fueron silenciosamente en su bus hacia el hotel.

Después de la tempestad

–Yo nunca había visto una cosa de esas!! –decía Aparicio en su cuarto cuando recordaba el encuentro– Esa gente llegó al terreno dispuesta a ganar. ¡¡Nadie los hubiera podido atajar!! Eran palos por todos lados –y movía la cabeza de un lado a otro. Mordiéndose los labios resignadamente, como deportista honesto que reconoce la superioridad del adversario. 

Luis Aparicio luce en excelentes condiciones físicas. Lo dice él y lo confirman los dirigentes de su equipo. Aquella lesión en la rodilla izquierda, de la que tanto se habló, no le ha vuelto a molestar más nunca, “a Dios gracias”, son sus palabras textuales.

Aparicio descansaba cuando llegábamos. Era su primera visita a Kansas City. Este es su tercer año en el norte y su primero con Chicago.

–¿Cómo te tratan?

–Hasta ahora no me puedo quejar. Aquí me quieren todos. Mi ambición es mejorar todos los días más para corresponder a esa confianza. Marion me estima y me ha corregido algunos defectos.

–¿Cuáles, por ejemplo?

–El modo de hacer el “doble play” y atrapar los rollings entre tercera y short.

Total, que ahora este muchacho es una escoba en el campo corto.

–¿Cuál es el problema más serio que tiene tu posición?

–Pensar rápido, fildear y tirar rápido también.

–¿Y cuándo fue tu momento más duro en el norte?

–¿Más difícil? Ah, ya pasó. Eso fue en los entrenamientos, tenía que mantenerme muy bien para quedarme. Había otros dos candidatos.

–¿A qué atribuyes tú la posición de que gozas en el Chicago?

–Creo que mi selección obedeció a la actuación que tuve el año pasado en el Memphis. A ellos les gustó.

Le contamos luego a Aparicio sobre esa presunta rivalidad deportiva con el Chico Carrasquel, que se ha comentado en Venezuela. 

Abrió mucho los ojos; muy sorprendido. Cambió el tono de su voz:

–¿Han dicho eso? ¡Pero si Alfonso es mi amigo! –habló, levantándose del asiento– Mi mejor amigo en Estados Unidos ha sido Carrasquel y siempre me ha deseado suerte. Además, yo sé que él fue factor muy importante para que yo firmara con el Chicago. Esas son calumnias decir que puede haber intrigas personales entre los dos. Claro está que mi ambición es llegar hasta lo mejor en el juego. ¡¡Y hasta ahora creo que me he defendido bien!!

Aparicio, guarda silencio por breves instantes, mientras toma su saco. Va a salir a dar una vuelta. A tomar un poco de aire por algunos minutos. La vida para el pelotero en las Mayores está sometida a una rígida disciplina. El zuliano, por ejemplo, vive así: se levanta entre nueve y diez de la mañana, un buen baño y a meterse un buen desayuno. Se queda en el hotel y espera el autobús del equipo para ir al stadium. Los juegos casi siempre comienzan a las dos de la tarde. Después del encuentro vuelve al hotel y una cena bien completa. Entonces se dispone de libertad por unas pocas horas.

Aparicio algunas veces se va al cine temprano o se queda viendo televisión en el mismo hotel y de nueve a diez de la noche está en la cama. 

A esta fuerte reglamentación se unen los viajes. Los peloteros en los Estados Unidos tienen que moverse más que los agentes viajeros: trenes, buses y aviones y en un país en donde un vuelo directo de costa a costa dura más que un vuelo Caracas-Nueva York. Aparicio siempre carga consigo además de la gran maleta marrón, con placa de los “White Sox”, un tocadiscos portátil de 45 revoluciones. Cuando se instala en el hotel coloca cerca de la cama el “pick-up”. La grabación que hace furia ahora en el norte es “Poor people of Paris” (Pobre gente de París) y el zuliano carga el disco como uno de sus preferidos.

Pero un muchacho como Aparicio, para quien la pelota es un culto, tiene también otro fuerte compromiso, además de rendir con eficacia al “Chicago” y es con su primer Maestro, con “el viejo”.

Dos cartas a la semana, recibe aproximadamente del “Grande” de Maracaibo. La gloria venezolana aconseja siempre al retoño; quizás le recuerda que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y Aparicio obedece.

Todos los defectos que Marion le quita se los comunica Luisito a su padre y además le pide también muchos consejos.

–¿Está “el viejo” contento?

–Mucho. Mamá era la que no quería que yo fuera pelotero.

–¿Por qué?

–Quizá por esas tantas operaciones que sufrió papá por la pelota; pero qué va –dice riéndose –yo nací para eso, vale. A mí siempre me gustó el juego.

–¿Cuándo cayó por primera vez una pelota en tú mano?

–No me acuerdo. Quizás tenía siete años o seis. No sé. Recuerdo que era aún muy chiquito y papá me llevaba al stadium. Yo era “mascota” del Gavilanes cuando tenía siete u ocho años. Comencé a jugar pelota organizada en Caracas con el “Valdespino”, de Blanco Chataing. Mi primer maestro fue el viejo. Siempre se preocupó mucho porque jugara bien, pero yo creo –repite– que nací para pelotero y creo también que el hermanito mío, el más pequeño, va a ser otro pelotero más de la familia.

–¿Soñaste alguna vez con las Grandes Ligas?

–Esa era mi aspiración y la de todos los que juegan pelota con corazón.

–¿De los jugadores norteamericanos a quiénes prefieres?

–Hay muchos buenos: Fox, Williams, Pearce –y sigue nombrando a las figuras más famosas del deporte rey. 

–¿Y de los venezolanos?

–A Alfonso Carrasquel es a quien más admiro.

–¿Cómo está la situación del Chicago?

–Confío en un buen papel este año. Los pitchers están en buenas condiciones, hay excelente defensiva y buenos bateadores.

–¿Quiénes son tus mejores amigos en el equipo?

–Con todos me llevo bien: Consuegra, Miñoso, Rivera. . . a todos los estimo por buenos compañeros y grandes jugadores.

El embajador del Zulia en el Chicago hablaba con sinceridad. Seguirá llevando con alegría el número once de los “Medias Blancas”.

Aparicio pesa 155 libras, tiene una estatura de cinco, ocho (medida norteamericana) y este 29 de abril que pasó cumplió 22 años”. 

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